La encuesta UC-Adimark indica una bajísima percepción por parte de los chilenos de la comunidad de intereses y cultural con América Latina.
Asimismo, evidencia un generalizado escepticismo sobre los beneficios de profundizar lazos y actuar en conjunto con la región.
Muestra, además, un elevado grado de conocimiento acerca de los mandatarios latinoamericanos, pero poco aprecio por su gestión, con la excepción del Presidente Lula da Silva, de Brasil.
En cuanto a Bolivia, la opinión pública desea buenas relaciones, aunque en los últimos años se ha endurecido respecto de otorgar mayores concesiones y, por amplísima mayoría, es contraria a cesiones de soberanía bajo cualquier modalidad.
Los resultados de estos sondeos -salvando lo especial del caso boliviano- expresan una tendencia de los chilenos a distanciarse de Latinoamérica, lo que implica abandonar oportunidades de una deseable integración regional y acusa una valoración de la identidad nacional que marca diferencias de actitud con el resto de América Latina.
Más todavía, denotan una preferencia por alianzas con naciones, asociaciones y organismos extrarregionales, que considerarían más efectivas.
Ante la ausencia de manifestaciones significativas de nacionalismos chilenos, caben diferentes interpretaciones sobre el resultado de esta muestra.
Algunos podrán atribuir estas negativas percepciones al desaliento generalizado frente a la retórica e incapacidad de los líderes e instituciones latinoamericanos para responder, individual y colectivamente, a una genuina integración regional, que satisfaga las legítimas aspiraciones de bienestar de sus pueblos.
La ciudadanía es testigo de las recurrentes y publicitadas cumbres interamericanas, iberoamericanas, sudamericanas, andinas, del Grupo de Río, y de tantas otras reuniones y organismos que exhiben magros resultados y elevados costos.
Igualmente, son conocidas las debilidades institucionales características de nuestra región, y son frecuentes las promesas populistas que culminan en desencuentros, retrocesos, divisiones y frustraciones que trascienden las fronteras regionales. También hay conciencia de las continuas reclamaciones de territorio nacional por parte de los países vecinos -uno de ellos, incumplidor de un tratado de suministro de gas que afecta a centenares de miles de hogares chilenos, y otro, opuesto a vender "ni una molécula de gas" que pueda servir para uso en nuestro país.
Pero no debería perderse de vista que por sobre los motivos de frustración está el imperativo de interés común de estrechar los lazos vecinales y regionales. Nuestra ubicación geográfica es inamovible y abre amplias posibilidades para incrementar el intercambio, realizar actuaciones conjuntas y densificar los lazos culturales. Por lo demás, nuestra población, extensión y economía son reducidas en comparación con varias otras de Latinoamérica.
Chile, individualmente, no pretende registrar una gravitación relevante en la comunidad de naciones, pero requiere, por razones políticas, económicas y de seguridad nacional, mantener las mejores relaciones vecinales y regionales posibles. Incluso si pretendemos ofrecer nuestro territorio como una plataforma para los negocios de otros continentes y hemisferios con la región, debemos estar adecuadamente integrados a nuestro entorno.
Las autoridades, la Cancillería, los dirigentes políticos y académicos y los empresarios deben tomar en cuenta estos sondeos para sus decisiones y para orientar a la opinión pública sobre las ventajas de incrementar los vínculos con Latinoamérica y, sobre todo, respecto de la prioridad de las relaciones vecinales y regionales.
Editorial - "El Mercurio" - Santiago de Chile - 21-Nov-2008
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