Con una facturación anual de 130.000 millones de euros, la Mafia en sus diversas variantes se ha convertido ya en la primera empresa de Italia según un informe difundido ayer por la patronal de ese país.
Tanto es así que los negocios de
- la Cosa Nostra de Sicilia,
- la Camorra napolitana,
- la Ndrangheta de Calabria y
- la Sacra Corona Unita con sede en Apulia
equivalen al 6 % del PIB italiano. Para que luego digan que el delito no es rentable. Probablemente esto nos suene de algo a los gallegos que habitamos un país con vieja y acaso no del todo infundada fama de patria de contrabandistas.
También aquí la economía literalmente sumergida bajo las bateas hace su particular contribución al PIB del reino, por más que ni la patronal galaica ni los inspectores de Hacienda hayan aventurado todavía cuál pueda ser el porcentaje que el contrabando aporta a la producción general de Galicia. Los italianos más lúcidos suelen decir que la prosperidad de su país se basa imparcialmente en el caos político y en los negocios informales que, según hemos sabido ahora, representan un 6 por ciento de sus finanzas.
Razones no han de faltarles si se tiene en cuenta que la patria de Garibaldi ha conocido más de medio centenar de gobiernos desde la Segunda Guerra Mundial y pasa por ser, además, el líder de Europa en materia de economía sumergida.
Nada de ello ha impedido sin embargo que Italia llegase a aventajar años atrás en vigor económico al mismísimo Reino Unido y que pasara en apenas unas pocas décadas del sombrío neorrealismo de Rossellini a la integración en el G-8 que reúne a las primeras potencias económicas del mundo. Ese privilegiado club al que, sorprendentemente, no pertenece España pese a lo mucho que se ufana su presidente Zapatero de haber superado ya a Italia en bonanza económica.
Tal vez el caso italiano contribuya a explicar por qué la pobre pero famosamente contrabandista Galicia resista mejor que otros reinos autónomos la embestida de la actual crisis. Sabido es que el paro crece aquí en proporción muy inferior a la del resto de España, como resultado acaso lógico del aumento que extrañamente sigue registrando el índice de producción industrial de este singular reino.
Atribuir esa circunstancia a los muchos millones que genera la economía sumergida del contrabando bien pudiera ser una conclusión imprudente, pero al menos hay que considerar la hipótesis. Naturalmente, no hay comparación posible entre las mafias italianas y los atípicos empresarios gallegos del matute, por más que algún político deslumbrado por las películas de Hollywood llegase a reputar en su día a Galicia con el apelativo de "la Sicilia española". Conviene dejarse de películas.
A diferencia de la Mafia propiamente dicha, que incluye entre sus ramos de negocio la prostitución, el tráfico de inmigrantes, el impuesto revolucionario a los comercios, el asesinato a sueldo y hasta el monopolio de las pompas fúnebres, los mucho más módicos contrabandistas gallegos se limitan a importar productos ultramarinos -e ilegales, eso sí- como el chocolate y la fariña.
Cierto es que en ocasiones han imitado las costumbres de la Mafia italiana contratando a sicarios para deshacerse de sus competidores en el negocio; pero en general los matuteros galaicos prefieren recurrir a la persuasión del soborno antes que a la grosera violencia. Lo que sí podría equipararlos, por dispares que resulten sus métodos y sus negocios, es la millonaria contribución de euros en dinero negro que tanto la Mafia italiana como los contrabandistas de Galicia aportan a sus respectivos territorios, aunque esos caudales no figuren -como es natural- en contabilidad oficial alguna.
Después de todo, tampoco la millonada de dinero "B" con la que se financió el reciente boom del ladrillo en España figura en los registros de Hacienda.
Pero haberlo, haylo.
Anxel Vence - "Faro de Vigo" - Vigo -12-Nov-2008
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