Siempre tienen
- alguno que cuidar,
- alguna ausencia que cubrir o
- «algún agujero que tapar»,
sobre todo en tiempos de crisis como los actuales.
Son jubilados, muchos de ellos de edad avanzada, que deciden entregar esa etapa dorada de la vida a su familia, aunque
- «el corazón vaya más rápido que las piernas».
Y es que la sociedad actual, sacudida a menudo por vientos despiadados, tiene en los abuelos un sólido rodrigón: "un baluarte para defender unos valores" zarandeados sin clemencia.
En momentos de incertidumbre, la solidaridad familiar aparece como un elemento esencial para no desfallecer y los abuelos se muestran como los miembros más solidarios en la convivencia intergeneracional. En la mayoría de los casos,
- contribuyen a las tareas domésticas, y
- en un alto porcentaje ayudan también con sus ahorros o sus pensiones —generalmente poco dotadas— al sostenimiento económico de sus proles.
- Incluso llegan a pagar las hipotecas que sus hijos no pueden afrontar.
Queda claro que los abuelos son los más solidarios frente a la crisis. Pero, tal y como se refleja en el informe de Mensajeros de la Paz, no todos los mayores contribuyen de la misma manera.
- Situación familiar,
- estado de salud, edad o, sencillamente,
- la distinta forma de entender su misión familiar
- hacen que su actitud no sea uniforme, ni idéntica.
Mientras que para unos se trata de una tarea que cumplen con agrado, para otros se convierte en una pesada carga.
Pero todos prescinden de sí mismos en favor de los nietos.
Y, por qué no decirlo, los mayores son en ocasiones explotados por sus familiares más directos y se ven obligados a cargar sobre sus hombros responsabilidades que no les competen y que perturban su vida con constantes preocupaciones.
Aunque en un sentido opuesto ocurre también que un número cada vez mayor de jubilados llena su tiempo libre con tareas de voluntariado. Iniciativas que adoptan la forma de visitas a personas enfermas o solas —la soledad es uno de los más graves problemas de la tercera edad— , de actividades para niños y jóvenes desfavorecidos, inmigrantes o personas con necesidades educativas especiales que participan en campamentos de verano concebidos para quienes de otra manera no podrían acceder a ellos.
Alicia, Lola, José. Federico, Rafael, Juan o Melchora pueden dar testimonio de esa callada labor de los abuelos. Son nietos e incluso bisnietos a quienes los mayores dedican sus desvelos como si fueran sus hijos.
Abuelos y nieta en la misma casa
Alicia tiene 78 años, es madre de tres hijos y abuela de cuatro nietos. Vive en Madrid con su marido, de ochenta y cuatro, y desde hace ya bastante tiempo con la mayor de sus nietos, «la única niña», una joven de veinticuatro años a la que llamaremos Lidia, «La tengo en casa como si fuera mi hija». «Asumí esta responsabilidad porque mi hijo se separó y ella sufrió muchísimo, se sublevó contra la situación y le costó adaptarse a su nueva vida», nos cuenta, al tiempo que puntualiza que también mantiene una estrecha relación con el resto de los nietos.
Desde pequeña, Lidia pasaba las vacaciones con sus abuelos y cuando comenzó el Bachillerato decidió quedarse a vivir con ellos. Su padre corrió con los gastos de sus estudios y ella «siempre ha sido muy responsable para no cargar en exceso nuestra economía, buscándose pequeños trabajos para pagar sus caprichos», explica Alicia, porque «somos pensionistas y tenemos que hacer maravillas con el presupuesto». Alicia es una mujer simpática y dinámica, que hace yoga —«es media vida para mí»— y lucha contra el cansancio natural provocado por el paso del tiempo.
Ella también guarda un vivo recuerdo de su abuela, con la que vivió durante cuatro años. «A principios del verano de 1936, mis padres me llevaron a un pueblo de Segovia donde veraneábamos, con la intención de volver conmigo días después. Pero estalló la Guerra Civil y estuvimos separados cuatro años, los tres que duró la contienda y otro más debido a que cogí el tifus y estuve a punto de morir. Viví con mi abuela desde los cinco a los nueve años».
Transmisión de valores
Federico ronda los setenta años y tiene siete nietos. El menor, Álvaro, de ocho meses, recibe cuidados y mimos de sus abuelos mientras su madre trabaja. También lleva al colegio y recoge a otros dos. «Es fundamental esta tarea que me he impuesto —lo mismo que mi mujer— voluntariamente, y que se basa en el cariño».
Para el matrimonio, «educar con el ejemplo tiene unos espléndidos resultados, porque se trata de transmitir a los niños los principios fundamentales de la vida y de la convivencia, de lo que es la familia.
Además, hay que inculcarles los principios religiosos y éticos en los que creemos, de respeto, de solidaridad... para que libremente puedan elegir».
¿A qué han debido renunciar Federico y su esposa? «No se puede hablar de grandes renuncias —dice— porque a nadie mejor que a los nietos se puede entregar el tiempo, la vida... Si hay que hablar de renuncias, tal vez hemos dejado de ir al cine o al teatro, pero dar significa mucho más que eso.
Además, los niños nos “pagan” muy bien, con un cariño sin límites y con detalles llenos de ternura».
Todos sus nietos se sienten felices en el hogar de sus abuelos. «Están en su casa», asegura Federico, quien a menudo es testigo de que los más pequeños vuelven al hogar paterno llorando.
¿Y los adolescentes y jóvenes?
Lo habitual es que mantengan una actitud de complicidad con los abuelos, aunque en estos tiempos también puede aparecer un cierto interés económico. Y a veces es inevitable que se rebelen contra las historias de sus antepasados.
En momentos de incertidumbre, la solidaridad familiar aparece como un elemento esencial para no desfallecer y los abuelos se muestran como los miembros más solidarios en la convivencia intergeneracional. En la mayoría de los casos,
- contribuyen a las tareas domésticas, y
- en un alto porcentaje ayudan también con sus ahorros o sus pensiones —generalmente poco dotadas— al sostenimiento económico de sus proles.
- Incluso llegan a pagar las hipotecas que sus hijos no pueden afrontar.
Queda claro que los abuelos son los más solidarios frente a la crisis. Pero, tal y como se refleja en el informe de Mensajeros de la Paz, no todos los mayores contribuyen de la misma manera.
- Situación familiar,
- estado de salud, edad o, sencillamente,
- la distinta forma de entender su misión familiar
- hacen que su actitud no sea uniforme, ni idéntica.
Mientras que para unos se trata de una tarea que cumplen con agrado, para otros se convierte en una pesada carga.
Pero todos prescinden de sí mismos en favor de los nietos.
Y, por qué no decirlo, los mayores son en ocasiones explotados por sus familiares más directos y se ven obligados a cargar sobre sus hombros responsabilidades que no les competen y que perturban su vida con constantes preocupaciones.
Aunque en un sentido opuesto ocurre también que un número cada vez mayor de jubilados llena su tiempo libre con tareas de voluntariado. Iniciativas que adoptan la forma de visitas a personas enfermas o solas —la soledad es uno de los más graves problemas de la tercera edad— , de actividades para niños y jóvenes desfavorecidos, inmigrantes o personas con necesidades educativas especiales que participan en campamentos de verano concebidos para quienes de otra manera no podrían acceder a ellos.
Alicia, Lola, José. Federico, Rafael, Juan o Melchora pueden dar testimonio de esa callada labor de los abuelos. Son nietos e incluso bisnietos a quienes los mayores dedican sus desvelos como si fueran sus hijos.
Abuelos y nieta en la misma casa
Alicia tiene 78 años, es madre de tres hijos y abuela de cuatro nietos. Vive en Madrid con su marido, de ochenta y cuatro, y desde hace ya bastante tiempo con la mayor de sus nietos, «la única niña», una joven de veinticuatro años a la que llamaremos Lidia, «La tengo en casa como si fuera mi hija». «Asumí esta responsabilidad porque mi hijo se separó y ella sufrió muchísimo, se sublevó contra la situación y le costó adaptarse a su nueva vida», nos cuenta, al tiempo que puntualiza que también mantiene una estrecha relación con el resto de los nietos.
Desde pequeña, Lidia pasaba las vacaciones con sus abuelos y cuando comenzó el Bachillerato decidió quedarse a vivir con ellos. Su padre corrió con los gastos de sus estudios y ella «siempre ha sido muy responsable para no cargar en exceso nuestra economía, buscándose pequeños trabajos para pagar sus caprichos», explica Alicia, porque «somos pensionistas y tenemos que hacer maravillas con el presupuesto». Alicia es una mujer simpática y dinámica, que hace yoga —«es media vida para mí»— y lucha contra el cansancio natural provocado por el paso del tiempo.
Ella también guarda un vivo recuerdo de su abuela, con la que vivió durante cuatro años. «A principios del verano de 1936, mis padres me llevaron a un pueblo de Segovia donde veraneábamos, con la intención de volver conmigo días después. Pero estalló la Guerra Civil y estuvimos separados cuatro años, los tres que duró la contienda y otro más debido a que cogí el tifus y estuve a punto de morir. Viví con mi abuela desde los cinco a los nueve años».
Transmisión de valores
Federico ronda los setenta años y tiene siete nietos. El menor, Álvaro, de ocho meses, recibe cuidados y mimos de sus abuelos mientras su madre trabaja. También lleva al colegio y recoge a otros dos. «Es fundamental esta tarea que me he impuesto —lo mismo que mi mujer— voluntariamente, y que se basa en el cariño».
Para el matrimonio, «educar con el ejemplo tiene unos espléndidos resultados, porque se trata de transmitir a los niños los principios fundamentales de la vida y de la convivencia, de lo que es la familia.
Además, hay que inculcarles los principios religiosos y éticos en los que creemos, de respeto, de solidaridad... para que libremente puedan elegir».
¿A qué han debido renunciar Federico y su esposa? «No se puede hablar de grandes renuncias —dice— porque a nadie mejor que a los nietos se puede entregar el tiempo, la vida... Si hay que hablar de renuncias, tal vez hemos dejado de ir al cine o al teatro, pero dar significa mucho más que eso.
Además, los niños nos “pagan” muy bien, con un cariño sin límites y con detalles llenos de ternura».
Todos sus nietos se sienten felices en el hogar de sus abuelos. «Están en su casa», asegura Federico, quien a menudo es testigo de que los más pequeños vuelven al hogar paterno llorando.
¿Y los adolescentes y jóvenes?
Lo habitual es que mantengan una actitud de complicidad con los abuelos, aunque en estos tiempos también puede aparecer un cierto interés económico. Y a veces es inevitable que se rebelen contra las historias de sus antepasados.
Claro que no menos rebelde y celoso de su independencia es José, jubilado de 74 años y coordinador del Proyecto Madurez Vital de CEOMA, que no quiere ser esclavo de sus nietos ni considera una obligación atenderlos.
«No tenemos una misión asumida. Es una cuestión de necesidad, gusto o funcionalidad», sostiene. «El papel del abuelo es vivir su vida... y, circunstancialmente y llevado por vínculos afectivos, puede atender a los hijos de sus hijos». Tras lo que puntualiza: «Voy a ver a mi nieto cuando tengo que verle; a veces... cuando tengo mono del niño. Es una necesidad».
En cuanto a la influencia en la educación de los niños, José sostiene que «como no eduquen los padres, tú no lo puedes hacer». Y advierte de que, debido a los diferentes tipos de familia que existen, a la hora de ayudar hay que distinguir entre «el gusto por hacer algo y la necesidad de hacerlo», porque en época de crisis «la ayuda de los abuelos se convierte en una necesidad económica».
«No tenemos una misión asumida. Es una cuestión de necesidad, gusto o funcionalidad», sostiene. «El papel del abuelo es vivir su vida... y, circunstancialmente y llevado por vínculos afectivos, puede atender a los hijos de sus hijos». Tras lo que puntualiza: «Voy a ver a mi nieto cuando tengo que verle; a veces... cuando tengo mono del niño. Es una necesidad».
En cuanto a la influencia en la educación de los niños, José sostiene que «como no eduquen los padres, tú no lo puedes hacer». Y advierte de que, debido a los diferentes tipos de familia que existen, a la hora de ayudar hay que distinguir entre «el gusto por hacer algo y la necesidad de hacerlo», porque en época de crisis «la ayuda de los abuelos se convierte en una necesidad económica».
Además, para ayudar «hay que querer, saber y poder».
Lola y Antonio cuidan todos los días a cuatro de sus nueve nietos. No les queda más remedio porque sus hijos trabajan y ellos son los que hacen posible la conciliación laboral y familiar. Desde las siete y media de la mañana a las cinco de la tarde alimentan a los niños, los llevan y recogen del colegio y atienden todas sus necesidades. Y lo encuentran normal.
Lola y Antonio cuidan todos los días a cuatro de sus nueve nietos. No les queda más remedio porque sus hijos trabajan y ellos son los que hacen posible la conciliación laboral y familiar. Desde las siete y media de la mañana a las cinco de la tarde alimentan a los niños, los llevan y recogen del colegio y atienden todas sus necesidades. Y lo encuentran normal.
«De esta manera nos ayudamos en la familia», dice Lola, que resta importancia a su dedicación. A la pregunta de si se tambalearía la familia sin su ayuda y la de su esposo, responde que «nadie es imprescindible», por más que ella sí que lo sea para los suyos.
Sorpresa al amanecer
Los nietos de Lola son todavía pequeños —el mayor tiene doce años— y exigen una alerta constante. «A veces nos reunimos nueve personas a comer», pero los chicos «son buenos y obedientes y les encanta venir a casa». Baste una anécdota de esta familia para ilustrar la constante dedicación de los mayores. «Si a las 7.15 de la mañana suena el teléfono, es que alguno se ha puesto enfermo y nos lo traen su padres para que lo atendamos mientras ellos trabajan».
Lola oculta su cansancio, pero señala que su marido lo sufre más, porque ya son setenta y nueve los años que tiene. No busca ni espera compensaciones. «Ya las tengo con los míos». El reconocimiento quiere que vaya para todos los abuelos, en plural: «Hacen una labor fenomenal, muchas veces no reconocida». Y como quien piensa en voz alta, nos habla de quienes pese a los años cuidan de sus nietos como si fueran jóvenes.
«Bajo al parque y veo abuelos francamente cansados y con miedo de que no puedan seguir el ritmo de los niños y pueda pasarles algo».
Entre los inmigrantes el papel de los abuelos es, si cabe, más sacrificado. Deben quedarse en sus países a cargo de los niños después de que sus hijos partieran en busca de una vida mejor en España. Es el caso de Melchora, una mujer del altiplano boliviano que ha superado los setenta años y cuida de ocho nietos y un biznieto. Sus hijos y nietos —unos más que otros y no todos ellos, a decir verdad— le envían mensualmente dinero para que alimente a las criaturas y cubra sus necesidades más elementales.
Pero la tarea no es fácil, y no sólo desde el punto de vista material. Los niños crecen y las dificultades y problemas de la adolescencia también. El apoyo es escaso y la edad no perdona. Su tarea es doblemente heroica.
Un ahorro superior a 8.000 millones de euros
El trabajo de los mayores en las labores domésticas es equiparable al 0,8 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), es decir, unos 8.000 millones de euros,
Sorpresa al amanecer
Los nietos de Lola son todavía pequeños —el mayor tiene doce años— y exigen una alerta constante. «A veces nos reunimos nueve personas a comer», pero los chicos «son buenos y obedientes y les encanta venir a casa». Baste una anécdota de esta familia para ilustrar la constante dedicación de los mayores. «Si a las 7.15 de la mañana suena el teléfono, es que alguno se ha puesto enfermo y nos lo traen su padres para que lo atendamos mientras ellos trabajan».
Lola oculta su cansancio, pero señala que su marido lo sufre más, porque ya son setenta y nueve los años que tiene. No busca ni espera compensaciones. «Ya las tengo con los míos». El reconocimiento quiere que vaya para todos los abuelos, en plural: «Hacen una labor fenomenal, muchas veces no reconocida». Y como quien piensa en voz alta, nos habla de quienes pese a los años cuidan de sus nietos como si fueran jóvenes.
«Bajo al parque y veo abuelos francamente cansados y con miedo de que no puedan seguir el ritmo de los niños y pueda pasarles algo».
Entre los inmigrantes el papel de los abuelos es, si cabe, más sacrificado. Deben quedarse en sus países a cargo de los niños después de que sus hijos partieran en busca de una vida mejor en España. Es el caso de Melchora, una mujer del altiplano boliviano que ha superado los setenta años y cuida de ocho nietos y un biznieto. Sus hijos y nietos —unos más que otros y no todos ellos, a decir verdad— le envían mensualmente dinero para que alimente a las criaturas y cubra sus necesidades más elementales.
Pero la tarea no es fácil, y no sólo desde el punto de vista material. Los niños crecen y las dificultades y problemas de la adolescencia también. El apoyo es escaso y la edad no perdona. Su tarea es doblemente heroica.
Un ahorro superior a 8.000 millones de euros
El trabajo de los mayores en las labores domésticas es equiparable al 0,8 por ciento del Producto Interior Bruto (PIB), es decir, unos 8.000 millones de euros,
según un estudio elaborado por la ONG Mensajeros de la Paz, «Relaciones Intergeneracionales en las familias españolas en tiempos de crisis».
No hay que olvidar que una de las consecuencias de la crisis es el aumento de la solidaridad familiar en el 79,14 por ciento de los hogares.
El estudio revela que en España hay 8 millones de abuelos que intervienen en la vida familiar y la mitad ayuda en la economía doméstica, en especial en
- la compra de alimentación 17% y
- en el pago de la hipoteca 18%.
«Serían necesarios 125.000 puestos de trabajo para cubrir las tareas que hacen los abuelos», afirma el director de proyectos de la ONG, Javier García Pérez. Según el documento, los más mayores ayudan en
- el cuidado de los nietos, 43%,
- en las tareas domésticas 28% y
- aconsejando y tomando decisiones 8%.
En cualquier caso, las ayudas que no se cuantifican en dinero siguen ocupando el primer puesto en la colaboración de los abuelos, 49,23%.
Esto supone un gran ahorro en las economías familiares, al evitar
- el pago de guardería,
- canguros,
- transporte escolar,
- comedor,
- servicio doméstico,
- campamentos de vacaciones, etcétera.
No hay que olvidar que una de las consecuencias de la crisis es el aumento de la solidaridad familiar en el 79,14 por ciento de los hogares.
El estudio revela que en España hay 8 millones de abuelos que intervienen en la vida familiar y la mitad ayuda en la economía doméstica, en especial en
- la compra de alimentación 17% y
- en el pago de la hipoteca 18%.
«Serían necesarios 125.000 puestos de trabajo para cubrir las tareas que hacen los abuelos», afirma el director de proyectos de la ONG, Javier García Pérez. Según el documento, los más mayores ayudan en
- el cuidado de los nietos, 43%,
- en las tareas domésticas 28% y
- aconsejando y tomando decisiones 8%.
En cualquier caso, las ayudas que no se cuantifican en dinero siguen ocupando el primer puesto en la colaboración de los abuelos, 49,23%.
Esto supone un gran ahorro en las economías familiares, al evitar
- el pago de guardería,
- canguros,
- transporte escolar,
- comedor,
- servicio doméstico,
- campamentos de vacaciones, etcétera.
MILAGROS ASENJO - "ABC" - Madrid - 2-Ago-2009
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