lunes, 31 de agosto de 2009

Cruzada contra el campo

Por qué el Gobierno puso freno al salto productivo del sector agropecuario.
Entre 1994 y 1996, la producción agrícola argentina se había estabilizado en 45 millones de toneladas. Diez años después, alcanzaba a los 100 millones.
Sorpresa: el agro argentino dejaba de ser una eterna promesa. Se había desatado la Segunda Revolución de las Pampas.
El experimento K intenta abortarla. Un pecado.

Nadie en el mundo había crecido tanto. No sólo se expandía la agricultura, sino el stock ganadero, la producción de leche, la industria avícola, los cerdos. Y junto con ello, toda la agroindustria del interior. Corriente arriba, proveedora de insumos y equipos para el campo. Y corriente abajo, el procesamiento para agregarle valor a la producción de granos y exportar a un mundo cada día más voraz.
Además de este salto en volumen, hubo un aumento del valor de las cosechas, que pasó de 10.000 a 25.000 millones de dólares en apenas diez años. Esto fue consecuencia de la mayor proporción de soja, la abanderada de esta revolución, cuyo valor duplica al de los cereales.
Pero la expansión fue general y dio lugar a una poderosa transformación de la estructura económica del interior. El centro de gravedad de la economía se corría más al Norte, al corazón de la pampa gringa.
El mundo asistía sorprendido al despertar del gigante de la eterna promesa. La nueva epopeya de las pampas se basaba en
- la incorporación masiva de nueva tecnología, como la siembra directa y la fertilización.
- La biotecnología,
- la intensificación ganadera,
- la nueva manera de organizar la agricultura con los contratistas,
- los fondos de inversión,
- los fideicomisos,
- el gran dinamismo del mercado de alquileres para sembrar. Un fenómeno que ahora se expande por el mundo, con patente argentina.
Como todo parto natural, sin anestesia y sin asistencia, fue doloroso y difícil. Antes que un proceso de crecimiento armónico, una vertiginosa huida hacia adelante. Darwin y Schumpeter se hubieran regocijado sin pudor en esta especie de San Fermín, con la marea humana corriendo a la par de los toros bravos. El que perdía ritmo quedaba sangrando en el camino. Pero se fueron forjando un agro nuevo y un país nuevo desde el interior, basado en la agroindustria moderna y competitiva. Fue mucho más que la vapuleada soja. Pero arrancó con ella.
En 1970, en la Argentina, la soja era apenas una curiosidad botánica. Un cuarto de siglo después, con 15 millones de toneladas, ya explicaba la tercera parte de la cosecha. Después, esta cifra se triplicaría, para alcanzar más de 45 millones de toneladas en 2007 y 2008. Es ahora la mitad del volumen cosechado, un hecho relevante, sobre todo considerando que el resto de la canasta agrícola siguió creciendo: la producción de maíz, trigo y los demás granos subió de 30 a 50 millones de toneladas entre 1996 y 2007.
La soja fue una apuesta acertada. La demanda de proteínas y aceites vegetales se expandía vertiginosamente y la Argentina se perfilaba como un gran proveedor. Se desató una fuerte corriente de inversiones por parte de los grandes actores locales e internacionales del negocio, para procesar la semilla y exportar sus dos componentes fundamentales:
- la harina de alto contenido proteico y
- el aceite.
De la noche a la mañana, la Argentina se convirtió en el mayor exportador mundial de ambos insumos básicos de la industria alimenticia. Más de cien países, liderados por los asiáticos, están en plena transición dietética e incorporan crecientes cantidades de carne de todo tipo a su alimentación.
La harina de soja es el insumo clave de la producción intensiva de proteínas animales. China, de donde es oriunda la soja, producía y consumía 15 millones de toneladas hace diez años. Ahora produce lo mismo, pero los cerdos chinos consumen 50 millones de toneladas. Así que tienen que importar 35.
Pero el cultivo de soja no era sencillo. Los intentos por insertarlo en la agricultura argentina fracasaron una y otra vez, hasta que maduró la tecnología apropiada.
El vertiginoso crecimiento agrícola se explicó,
- en un 50%, por el aumento de la superficie cultivada, que pasó de 20 a 30 millones de hectáreas.
- El otro 50% fue incremento de la productividad.
- En ambos casos, el germen del cambio fue la tecnología.
- Ni los altos precios, que siempre fueron esporádicos,
- ni las "políticas activas", que nunca llegaron al sector, salvo para cosechar los frutos.

¿Qué había pasado antes?
Durante muchos años, la Argentina agropecuaria había padecido una "tenaza mortal":
- la existencia de un doble estándar cambiario.
- Un dólar para lo que compraba;
- otro, muy inferior, para lo que vendía.
El "modelo" se fundamentó, históricamente, en dos pilares:
- la necesidad de mantener bajos los precios de los alimentos y
- el objetivo de proteger a la industria.
En algunas épocas, las diferencias fueron siderales.
En estas condiciones, lo que sufría era la incorporación de tecnología de insumos y equipos, que es lo que los productores compran. La única alternativa, dentro de semejante cepo, es producir usando técnicas de costo cero (elegir una fecha de siembra o la profundidad a la que se coloca la semilla, etc.) o costo mínimo.
Así,
- la tierra era el factor principal de la producción, y
- no por lo que significaba como superficie de captación solar para el maravilloso proceso de la fotosíntesis, base de la agricultura,
- sino como proveedor de nutrientes.
Eso llevaba directamente al desfallecimiento de los campos. Era imposible fertilizar. Y el rudimentario control de las malezas provocó la invasión de especies perennes, como el gramón y el sorgo de Alepo, que hacían inviable la agricultura aun en las mejores tierras, ya entrados los años 80.
Toda la tecnología era "defensiva". La genética apuntaba a lograr semillas rústicas, capaces de resistir enfermedades e insectos sin uso de funguicidas e insecticidas. El objetivo de obtener más rendimiento no incluía el uso de abonos, porque nadie podía fertilizar. Y como el control de malezas era deficiente, lo que uno lograba con los abonos eran yuyos más vigorosos, que competían con el cultivo.
Así, la producción agropecuaria argentina estaba condenada a ser "extensiva". Es decir: el insumo principal era la tierra. La revolución verde, que había atravesado a todo el mundo agrícola y había disparado la productividad a niveles nunca vistos, estaba vedada a la Argentina.
La convertibilidad pasará a la historia como un período tremendamente traumático para el campo. Pero debe concedérsele un atributo positivo: el "uno a uno" sirvió para terminar con el doble estándar. Por primera vez, se vendía con el mismo dólar con el que se compraba. Así,
- se abarató la tecnología y
- eclosionó el espíritu innovador.
A partir de los años 70, decenas de muy bien formados ingenieros agrónomos, egresados de las universidades públicas y privadas, llegaron al campo, en coincidencia con el arribo de una nueva generación de productores, herederos de la tradición, pero atraídos por las vibraciones de la modernidad.
El INTA, los grupos CREA, las empresas proveedoras de insumos y equipos, los emprendedores libres, preñaron de aire fresco a estas tierras, que desfallecían por inanición. Iban a parir, años después, la Segunda Revolución del las Pampas.
- La primera había sido la de la conquista territorial, la de los gringos que poblaron la Argentina.
- La segunda es la conquista tecnológica, con los nietos y bisnietos de aquellos gringos. Es la avanzada colonizadora de la sociedad del conocimiento.
El hito fundamental de este proceso fue el primer gran fruto de la biotecnología: la liberación al mercado, en marzo de 1996, de la soja modificada genéticamente, tolerante al herbicida glifosato. Facilitó la expansión de la siembra directa y permitió combatir malezas perennes que impedían la agricultura.
No sólo sirvió para la expansión de la soja: los rindes del maíz se duplicaron. Pasó de 35 a 70 quintales por hectárea en el período, una proeza sorprendente. Con este nuevo potencial, ya no tenía cabida el sistema tradicional de rotación de agricultura con ganadería.
El engorde pastoril no podía competir con la agricultura de altos rindes. Ahora, el engorde se hacía encerrando los novillos y dándoles de comer el maíz cosechado. Se liberaron 10 millones de hectáreas, limpias de malezas gracias a la soja, para la nueva agricultura. La soja no avanzó por los desmontes, que apenas explican el cinco por ciento del crecimiento.
La duda era lo que podría ocurrir con los suelos pampeanos si se interrumpía la rotación con ganadería. La sustitución del laboreo convencional, altamente erosivo, por la siembra directa, fue la respuesta técnica.
Como la extracción de nutrientes iba a ser mucho mayor que con la ganadería pastoril, había que apelar a los fertilizantes. Ahora era viable. Hoy, la siembra directa cubre casi la totalidad del área cultivada, y ya no se concibe una agricultura sin abonos.
En 1994, la Argentina consumía 200.000 toneladas de fertilizantes por año. En 2007, esa cifra se había multiplicado 20 veces. Se instaló en el país la fábrica de urea (abono nitrogenado) más grande del mundo. Cuando se proyectó, se pensaba en el mercado mundial. Pero casi de inmediato tuvo que destinar su producción al mercado interno. La urea se obtiene a partir del gas. Es decir: ahora, la Argentina puede exportar gas dentro de un grano de maíz. Convertir la urea en granos es agregarle valor.
También se invirtió en plantas de fosfatos, otro nutriente clave, y se multiplicaron los centros de servicio que hacen análisis de suelo, formulan la mezcla adecuada y hasta se ocupan de aplicarlos con maquinaria de alta sofisticación.
Los chacareros conocieron las ventajas del fertilizante y siguieron usándolo, a pesar de la salida del uno a uno. Sucede que, al ampliarse el horizonte tecnológico, todo se potenció. Las compañías de semillas cambiaron su estrategia y pasaron de la genética defensiva, a una mucho más "ofensiva": desarrollaron semillas híbridas capaces de responder a un alto nivel de nutrientes.
El fenómeno se retroalimentaba con la industria upstream, proveedora de insumos y equipos cada vez más sofisticados, instalada en el interior. Su creatividad les permitió dos cosas:
- protegerse de la competencia extranjera y
- atacar el mercado internacional.
Hoy exporta a todo el mundo. Se convirtió en el mayor comprador de acero y de máquinas herramienta.
Y el down stream, el complejo agroindustrial, se convertiría en el más grande y moderno del mundo. Entre 1999 y 2008 se duplicó la capacidad de crushing (molienda de oleaginosas), que pasó de 80 a 160.000 toneladas por día, con inversiones por 5000 millones de dólares.
La hidrovía del Paraná experimentaba la obra de dragado más grande de la historia a nivel mundial, y permitió que los grandes buques graneleros llegaran hasta donde está la carga. Todo por peaje a cargo del sector privado, ya que el Estado nunca pudo cumplir con el aporte comprometido. Así, se levantó sobre el Paraná el mayor complejo agroindustrial del mundo, concentrado en los productos de mayor demanda.
Y por allí sale también la mayor parte del maíz, el sorgo, el girasol y hasta los minerales que el país exporta a todo el mundo. También se le agrega valor a la soja boliviana, paraguaya o brasileña que baja por el Paraná.
Hoy, la Argentina agropecuaria se autoabastece en los insumos críticos. La agricultura le agrega valor a la industria:
- al acero de la sembradora,
- al lubricante del motor,
- al combustible,
- a la pintura,
- al polietileno de la bolsa de almacenaje,
- al cemento de las rutas.
Tiene una poderosa industria de herbicidas, fertilizantes, semillas y maquinaria agrícola. Su competitividad se refleja en que todas exportan, y cada vez a más países. El mundo ha descubierto el tesoro que encierra la sociedad del conocimiento enclavada en el agro argentino.
La Revolución de las Pampas no se limita a la agricultura. La ganadería ha saltado el cerco de la tradición y entró de lleno en la intensificación. El engorde a corral sustituye a la vieja ganadería pastoril, de menor productividad y mayor impacto ambiental.
Hoy se producen más kilos de carne por metro cúbico de metano y dióxido de carbono emitido, lo que da respuesta a uno de los cuestionamientos ecológicos a la ganadería argentina.
La lechería estaba siguiendo el mismo sendero, hasta que se desencadenó la crisis. La leche y la carne, en todo el mundo, se obtienen a partir de los recursos agrícolas: maíz y soja, especialmente. La revolución del feedlot es la consecuencia natural del avance agrícola.
Por la misma ruta avanzaba la producción avícola, y se insinuaba la era del cerdo. Y en las economías regionales se consolidaban clusters como
- el de los cítricos en el NOA,
- las frutas de pepita y carozo en los valles,
- el vino en Cuyo,
- el maní en el centro y sur cordobeses.
Todos con los mismos atributos:
- tecnología,
- mercados abiertos,
- entrelazamiento comercial con el mundo y
- capacidad de crecimiento para un mercado que parece, de nuevo, un barril sin fondo.
A pesar del drenaje de ingresos mediante retenciones (30.000 millones de dólares desde 2002), la onda expansiva continuó hasta el año pasado.
Cientos de fábricas y talleres proveyeron equipos de última tecnología. Miles de camiones, decenas de miles de neumáticos, miles de parrillas de camioneros, gomerías. Cemento y ladrillos en los pueblos del interior, ámbito social de la nueva prosperidad.
Un camino de mil millas se inicia con un primer paso. El campo y la agroindustria habían dado unos cuantos. Toda la sociedad se benefició con ello.
Para eso, la clave es dejar de considerar la producción agropecuaria una actividad primaria.
El productor agropecuario es el coordinador de una línea de montaje en la que se agrega valor
- a insumos químicos, como los fertilizantes,
- al acero convertido en sembradora,
- al cemento de la ruta que se consume en el paso de los camiones.
- La carne y la leche son productos de "segundo piso", que agregan valor adicional a los granos.
En el interior había progreso, prosperidad, pleno empleo.
El experimento K consistió en frenar todo esto para ver qué pasaba.
- En nombre de la mesa de los argentinos, que ahora parece amenazada.
- En nombre de una pobreza que crece por mala praxis.
Cualquiera que fuere la postura que se adopte frente al conflicto entre agro y Gobierno, lo concreto es que el agro y la agroindustria dieron un fuerte paso hacia atrás. ¿Podremos reanudar el camino?
Ing. Héctor Huergo - "La Nación" - Buenos Aires - 31-Ago-2009

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