LA mayor alianza militar de la historia disputa una batalla de corte medieval en pleno siglo XXI.
Día sí, día no, nos lo recuerdan las matanzas que se registran en Afganistán. Los actores son distintos, pero parece que se hayan puesto de acuerdo para librar, seis siglos después, aquella guerra de los cien años que enfrentó a franceses y británicos.
Los mandos políticos de la OTAN siempre eluden poner una fecha a la salida de las tropas aliadas de aquel miserable país asiático, en el que por cierto cerca de 18 millones de personas aún malviven como en los tiempos feudales en que se enfrentaban las potencias europeas.
Y los cuadros militares de la Alianza Atlántica no sólo excluyen la retirada, sino que nos preparan para consolidar nuestra condición de invasores 30 o 40 años más, de momento.
Dicho de otra manera y si hay suerte, nuestra joven ministra de Defensa, Carme Chacón, se habrá convertido en octogenaria cuando el último soldado de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (ISAF) abandone Kabul.
Probablemente lo haga en un helicóptero desde el acosado tejado de la embajada de Estados Unidos o desde la azotea del cuartel general de la OTAN, pero por lo visto desde el 2001 esta guerra amenaza con empequeñecer la invasión soviética o la campaña estadounidense en Vietnam.
Leyendo las brillantes crónicas de nuestro enviado especial a Kabul, Plàcid Garcia-Planas, comprobaremos que las próximas elecciones en este narcoestado fallido de poco o nada servirán para pacificar la zona.
Entre otras cosas,
- Porque casi todas las fuerzas locales del campo de batalla, desde los insurgentes talibanes hasta el conglomerado gubernamental, son reyes del opio.
- Y los militares de la OTAN tampoco parecen, precisamente, agentes de la DEA.
Alfredo Abián - "La Vanguardia" - Barcelona - 16-Ago-2009
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