Pero los socialdemócratas no se merecían el batacazo que se han pegado -¡una bajada de once puntos!-, ya que han sido unos socios de coalición honestos, leales y, sobre todo, patriotas, dejando a un lado los intereses partidistas, para sacar al país del foso al que le había llevado la crisis económica.
Ello les ha valido,
- por una parte, que su ala más radical, capitaneada por Lafontaine, se uniese a los ex comunistas del Este para
Ello les ha valido,
- por una parte, que su ala más radical, capitaneada por Lafontaine, se uniese a los ex comunistas del Este para
formar una Izquierda agresiva y vociferante que asustó al electorado, y
- por la otra, que los laureles se los llevase la cancillera como cabeza de coalición.
El único consuelo de los socialdemócratas es que el trabajo está hecho y la labor, cumplida. Lo peor de la crisis parece haber pasado. El Producto Social Bruto alemán creció un 0,7 por ciento el segundo trimestre, que anualizado representa un 1,2 por ciento, poco, pero es la primera luz al fondo del túnel.
La confianza de los consumidores ha crecido y la pérdida de puestos de trabajo, atenuado. Tanto o más importante: se ha mantenido la paz social, nadie grita «¡A la guillotina con los culpables!» ni clama por nacionalizaciones, aunque se hayan hecho algunas sin confesarlo.
Buena prueba de este ambiente ha sido la campaña electoral, una de las más apacibles que se recuerdan, pese a las circunstancias hasta cierto punto dramáticas que reinaban. Sin duda la influencia sosegada de la Cancillera ha tenido mucho que ver con ello. Pero de nada hubiese servido si los socialdemócratas no hubieran aceptado el segundo puesto en su gabinete y responsabilizado de alguna de las medidas más duras, como acudir en ayuda de los bancos, pese a no encajar en su ideario. O sea que les corresponde buena parte del éxito, aunque las urnas no les hayan hecho justicia. Que su candidato, Frank-Walter Stenmaier, haya sabido encajar la derrota con deportividad, no hace más que agrandar su mérito.
- por la otra, que los laureles se los llevase la cancillera como cabeza de coalición.
El único consuelo de los socialdemócratas es que el trabajo está hecho y la labor, cumplida. Lo peor de la crisis parece haber pasado. El Producto Social Bruto alemán creció un 0,7 por ciento el segundo trimestre, que anualizado representa un 1,2 por ciento, poco, pero es la primera luz al fondo del túnel.
La confianza de los consumidores ha crecido y la pérdida de puestos de trabajo, atenuado. Tanto o más importante: se ha mantenido la paz social, nadie grita «¡A la guillotina con los culpables!» ni clama por nacionalizaciones, aunque se hayan hecho algunas sin confesarlo.
Buena prueba de este ambiente ha sido la campaña electoral, una de las más apacibles que se recuerdan, pese a las circunstancias hasta cierto punto dramáticas que reinaban. Sin duda la influencia sosegada de la Cancillera ha tenido mucho que ver con ello. Pero de nada hubiese servido si los socialdemócratas no hubieran aceptado el segundo puesto en su gabinete y responsabilizado de alguna de las medidas más duras, como acudir en ayuda de los bancos, pese a no encajar en su ideario. O sea que les corresponde buena parte del éxito, aunque las urnas no les hayan hecho justicia. Que su candidato, Frank-Walter Stenmaier, haya sabido encajar la derrota con deportividad, no hace más que agrandar su mérito.
¿Por qué Ángela Merkel quiere cambiar de socio de coalición, si la presente ha funcionado?,
es la primera pregunta que se hace mucha gente, incluidos bastantes cristianodemócratas. Ella misma lo ha dicho en infinidad de ocasiones, con esa sencillez que se gasta:
- porque piensa que si lo peor de la crisis requería una especie de «gobierno de salvación nacional», que sólo podía lograrse con el otro gran partido,
- para la recuperación necesita alguien más amigo del mercado y de la empresa, que son los creadores de auténticos puestos de trabajo, ya que los subsidios a parados sirven para aliviar su dolor, pero a la larga sólo significan arrastrar su miseria.
- Y para esta nueva etapa, nada como los liberales, partidarios de rebajar los impuestos y ayudar a los empresarios.
Teóricamente es así. Pero en la práctica habrá que verlo. Pues quedan muchas incógnitas.
- La primera, si lo peor de la crisis realmente ha pasado. Son bastantes lo que piensan que estamos en una especie de calma chicha de ella, y que cualquier paso en falso que se dé volverá a desencadenar la galerna. O sea, que nada de alegrías.
- Por otra parte, los problemas no son sólo económicos, sino también sociales, aún más difíciles de resolver. Me ha sorprendido que una de las primeras preocupaciones de los alemanes de cualquier clase social o tendencia política sea la alta cuota de inmigrantes, muchos de ellos musulmanes, que están resultando inasimilables, pese a llevar allí dos o más generaciones y a las facilidades que han tenido.
¿Qué se hace con ellos?
Los únicos que han hablado al respecto son los neonazis, que quieren enviarlos a sus países de origen, pero el resto de los partidos continúan su digna política de intentar meterlos en la gran corriente de la sociedad alemana, haciéndoles incluso hueco en sus listas electorales, aun sabiendo que se trata de un mero brindis a la galería, sin mayores consecuencia en esos guetos que se han formado en sus ciudades, algunas de las cuales llegan a tener hasta un 25 por ciento de inmigrantes.
He notado también preocupación por el nuevo orden mundial, aunque ésta apenas manifestada. La irrupción de China e India en la escena internacional ha hecho comprender a los alemanes que su país no puede competir con ellas, por más tecnología punta que tenga.
A lo más que puede aspirar es a ofrecérsela a chinos e hindúes, para una colaboración estrecha y beneficiosa para ambas partes. Pero el sueño de ser gran potencia mundial hay que descartarlo.
Y más al fondo todavía, en los estamentos más sensibles, he notado preocupación por el cambio que se está produciendo en su sociedad, fundada en
- una sólida y ancha clase media,
- el orgullo del trabajo bien hecho,
- el ahorro y
- el respeto a los demás.
Todo ello ha ido adelgazándose en las últimas décadas, para dejar paso
- al afán de ganancia rápida,
- al gasto por encima de las propias posibilidades y
- a la despreocupación por el resto.
La consecuencia es que la clase media se achica mientras crece la baja, que incluye ya profesionales que forcejean por sobrevivir, y la alta, que incluye a cuantos han tenido éxito y a los especuladores, que se pueden permitir todos los lujos. Algo que se está trasmitiendo a las nuevas generaciones.
Recuerdo que en mis años alemanes, va ya para el medio siglo, prácticamente todos los centros de enseñanza eran públicos. Allí recibían idéntica instrucción el hijo del trabajador y el del dueño de la fábrica. Hoy, los hijos de los ricos van a centros privados, a veces en el extranjero, donde reciben una instrucción muy superior a la de los de los centros públicos, que quedan más y más relegados a los hijos de los inmigrantes.
Dónde conduce esto es fácil de imaginar, a una segregación de facto,
- con gente preparadísima por un lado y
- una masa laboral que incluso tiene problemas para expresarse correctamente.
Nada de extraño que incluso entre cristianodemócratas de toda la vida haya encontrado partidarios de continuar con la gran coalición con los socialdemócratas, al temer que un gobierno con los liberales se centre demasiado en la recuperación económica, olvidando los aspectos sociales de fondo.
Las urnas, sin embargo, han apostado por esta salida, que era también la deseada por la Cancillera. Hay que esperar que el triunfo no se le suba a la cabeza, como a tantos, y que continúe la línea de gobierno seguida hasta ahora, sólo con otro acento.
Si con los socialdemócratas fue la fuerza conservadora del gabinete, con los liberales va a ser más bien la socialdemócrata, para que sus nuevos socios no se entusiasmen demasiado con el mercado y volvamos a caer en el foso anterior. Su pragmatismo ideológico se lo permite y su forma de ser suave, aunque firme, se lo facilita.
La nueva coalición no dejará de tener problemas, incluso será bueno que los tenga, pues el no tenerlos significaría el mando absoluto de la Cancillera, algo que casi siempre ha conducido al desastre, Pero que su poder e influencia será mucho mayor que en la gran coalición, no cabe ninguna duda, aunque sea sólo por la correlación de fuerzas y escaños.
Pero Alemania no se convertirá en un país ingobernable, como algunos temían tras la irrupción de una Izquierda radical, fanatizada y tóxica incluso para ella misma, como muestran los resultados electorales. Ángela Merkel, la «mujer más poderosa del mundo» según la revista «Forbes», continuará llevando las riendas del país según su estilo nada ostentoso: con tranquila determinación, evitando la demagogia y los extremos, firme en los principios, pero siempre dispuesta a llegar a un compromiso razonable.
No es, desde luego, el estilo de buena parte de los líderes actuales, que gustan de la foto, la arenga, la palabra florida y mañas de prestidigitador.
Pero es el que gusta a los alemanes, como acaban de avalar con su voto.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL - "ABC" - Madrid - 29-Sep-2009