El debate sobre la hegemonía o declive de Estados Unidos puebla los anaqueles de las librerías de Washington.
La literatura oficial es otra cosa: es reacia a utilizar la expresión mundo multipolar para referirse al nuevo orden de las cosas, aunque acepta que nos estamos mudando hacia un mundo distinto.
Bill Clinton lo ha dicho en una entrevista concedida a la revista Esquire: "El mensaje de nuestra campaña del 2008 fue que vivimos en un mundo interconectado, que tenemos que vivir juntos y que tenemos que acercarnos incluso a nuestros adversarios".
La literatura no oficial sí ve un mundo multipolar.
John Ikenberg ha editado, junto con otros autores, The end of the West?;
Paul Starobin, After America;
Noam Chomsky, Hegemony or survival;
Andrew J. Bacevich, The limits of power, y
Fareed Zakaria, El mundo después de América, ya publicado en español.
Pero ¿cómo afrontarán los estadounidenses un escenario internacional en el que, a diferencia del siglo XX, emergen otras superpotencias?
Las dos literaturas estadounidenses, la oficial y la académica, comparten, en términos generales, el convencimiento de que no es necesario reinventar el mundo que Occidente, con Estados Unidos a la cabeza, organizó a partir de 1945.
Esta es la visión de John Ikenberry, profesor de Princeton y liberal internacionalista, para quien el sistema creado en las décadas de 1940 y 1950 exige una urgente reparación, no un nuevo orden.
Ikenberry sostiene que el sistema heredado permite
la expansión del comercio global,
la gestión de los conflictos y
el ascenso de las potencias emergentes,
quienes, en su opinión, no pretenden derrocar el sistema, sino reformarlo y acceder a una posición de poder y respeto en consonancia con su creciente peso económico y político.
Estados Unidos no disfruta ya del poder que tenía en 1945, al acabar la Segunda Guerra Mundial, o en 1991, cuando la Unión Soviética se derrumbó.
Pero continúa siendo la superpotencia militar y económica.
En defensa, los estadounidenses gastan tanto como el resto del mundo
Y en economía, según el Foro Económico Mundial, sigue siendo el mercado más competitivo.
Ocupa el primer lugar en cuanto a innovación y
el segundo en gasto empresarial en investigación y tecnología.
Pero si Chicago fue la ciudad de crecimiento más rápido hace un siglo; ahora es Shanghai.
¿Cómo actuará Washington en este escenario global?
El papel de superpotencia tradicional está descartado entre los analistas no oficiales, quienes consideran, sin embargo, que Estados Unidos aún tiene un enorme potencial político.
Fareed Zakaria afirma que la gran ventaja de Estados Unidos será que podrá ser visto como un socio conveniente por aquellos países preocupados por el crecimiento de una potencia vecina dominante (léase China, por ejemplo).
Es decir, desde este punto de vista, el presidente ya no será el líder global, como lo fueron los dos Bush y Clinton, pero puede convertirse en el presidente del consejo de administración del que formen parte otros directores.
Josef Joffe, autor de How America does it, ha escrito que Washington debería actuar como Otto von Bismarck a fines del siglo XIX.
El canciller alemán logró entonces ser "el mediador imparcial de Europa", ya que supo mantener mejores relaciones con todas las potencias que cualquiera de ellas entre sí; esto es, se convirtió en el centro del sistema europeo.
¿Cómo va Obama a adaptarse a la nueva situación?
Obama, que insiste en el diálogo y no en el recurso a la fuerza, ha enterrado esta semana la idea de Bush, rechazada por Rusia, de construir un escudo antimisiles en Polonia y la República Checa.
¿Una prueba de realismo o de debilidad ante Rusia? Para los republicanos, apaciguamiento.
No faltan quienes opinan que el cambio ha empezado por la economía. Un ejemplo: General Electric, que cuando dominaba el mercado rechazaba la idea de las empresas mixtas, ha cambiado ahora de estrategia: ya no compra empresas medianas para rebautizarlas con su nombre prácticamente imperial, sino que busca asociarse con compañías de las potencias emergentes.
Este es un cambio significativo que aún tiene que darse en la política exterior estadounidense.
George Friedman, fundador del think tank Stratfor, mantiene en The next 100 years que
Estados Unidos ha estado en guerra el 10% del tiempo transcurrido desde su fundación, si sólo contamos los grandes conflictos (desde 1812 contra Inglaterra hasta Vietnam, pero sin el 1898 contra España);
en la primera mitad del siglo XX, los tiempos de guerra subieron hasta el 15%, y
en la segunda mitad de ese siglo, hasta el 22%.
Obama ha recibido una superpotencia que está en guerra desde el 2001, casi todo lo que llevamos del siglo XXI.
Xavier Batalla - "La Vanguardia" - Barcelona - 19-Sep-2009
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