- Hay quien aspira a legalizarlo considerándolo un trabajo como otro cualquiera susceptible de libre contratación y sometido, por tanto, a la normativa laboral, mercantil, fiscal y de la seguridad social.
- Y hay quien lo considera una lacra social, una forma de esclavitud encubierta controlada por organizaciones mafiosas y, en consecuencia, perseguible penalmente.
El debate sobre esta cuestión es casi tan antiguo como el propio oficio y hay multitud de publicaciones al respecto.
Gracias a ellas, sabemos que los griegos y los romanos fueron los primeros en regularla. De hecho, palabras como "hetaira", "meretriz" y "lupanar" proceden de aquellas culturas.
Entre las mujeres de alta alcurnia de Roma era costumbre acudir a los prostíbulos para aprender las técnicas amorosas mas excitantes y así atraer al marido e impedir que se fuese de "picos pardos" (expresión propia de la España imperial de Carlos V cuando los picos, o puntillas, de color pardo distinguían a las prostitutas de las mujeres honradas, que los llevaban blancos en el remate de la falda y así se evitaban acosos y requerimientos inapropiados).
El rebrotar de la polémica sobre el puterío ha sido impetuoso, e imagino que fugaz, y tanto tertulianos como políticos se han lanzado a meter baza, haciendo alarde de erudiciones recién aprendidas, que es lo habitual en estos casos.
Las propuestas son de todo tipo. Y algunas especialmente curiosas. Como la que promueve la secretaria de Igualdade de la Xunta de Galicia que pretende organizar, junto con Navarra, un frente autonómico para abolir la trata de blancas.
La señora secretaria se queja de que las autonomías no tengan competencias en la materia, pero la iniciativa de conciliarse con Navarra me parece magnífica, porque esa comunidad es la tradicional reserva de la moralidad española y allí se han dado especialidades eróticas tan singulares como
- el famoso "polvo a la navarra", ejemplo señero de la castidad marital bien entendida, con los dos cónyuges en camisón largo, con calcetines, y maniobrando en la más absoluta oscuridad.
Al margen de todo ello, espectáculos de fornicación callejera, como el de Barcelona, eran antes habituales en muchas ciudades españolas durante la etapa franquista, cuando formalmente estaba prohibida la prostitución.
En donde yo resido, por poner un ejemplo, había dos prostíbulos peripatéticos muy famosos.
El rebrotar de la polémica sobre el puterío ha sido impetuoso, e imagino que fugaz, y tanto tertulianos como políticos se han lanzado a meter baza, haciendo alarde de erudiciones recién aprendidas, que es lo habitual en estos casos.
Las propuestas son de todo tipo. Y algunas especialmente curiosas. Como la que promueve la secretaria de Igualdade de la Xunta de Galicia que pretende organizar, junto con Navarra, un frente autonómico para abolir la trata de blancas.
La señora secretaria se queja de que las autonomías no tengan competencias en la materia, pero la iniciativa de conciliarse con Navarra me parece magnífica, porque esa comunidad es la tradicional reserva de la moralidad española y allí se han dado especialidades eróticas tan singulares como
- el famoso "polvo a la navarra", ejemplo señero de la castidad marital bien entendida, con los dos cónyuges en camisón largo, con calcetines, y maniobrando en la más absoluta oscuridad.
Al margen de todo ello, espectáculos de fornicación callejera, como el de Barcelona, eran antes habituales en muchas ciudades españolas durante la etapa franquista, cuando formalmente estaba prohibida la prostitución.
En donde yo resido, por poner un ejemplo, había dos prostíbulos peripatéticos muy famosos.
- Uno estaba situado en el puerto, a espaldas del edificio que ahora ocupa la Delegación del Gobierno. Las prostitutas recibían a los clientes entre los estrechos callejones que dejaban las pilas de madera descargadas de los barcos. Y el trato carnal se realizaba de pie, ayudándose las mujeres de unos adoquines para adaptarse a la altura de las sucesivas parejas.
- Justo al otro lado de la península, frente a la playa, había otro parecido. Más venteado y heroico.
- Justo al otro lado de la península, frente a la playa, había otro parecido. Más venteado y heroico.
Los días de vendaval, o fuerte marejada, la lujuria retribuida se practicaba con gran dificultad mientras las grandes olas golpeaban contra los muros de la escollera.
Mantener la gallardía en tales circunstancias era problemático.
José Manuel Ponte - "Faro de Vigo" - Vigo - 24-Sep-2009
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