En un corto espacio de tiempo el mundo ha descubierto dos cosas.
- Primero, que es más frágil y vulnerable de lo que creía.
- En segundo lugar, que también es más pobre de lo que pensaba.
Las dos cosas explican el colapso experimentado por la demanda agregada ante el que las empresas han reaccionado contrayendo la producción, y dando prioridad, sobre cualquier otro objetivo,
- a la gestión del balance y
- de la liquidez,
recortando, para ello, planes de inversión y de todo tipo de gasto.
Este comportamiento de la demanda ha provocado
- una caída generalizada en el precio de los activos y, como consecuencia de ello,
- una descapitalización de gran parte de la banca mundial, y
- una fuerte contracción del crédito.
Como los problemas de contrapartida son mayores en el caso de las transacciones internacionales, la restricción crediticia ha propiciado una fuerte caída del comercio internacional, más intensa que la de cualquier período equivalente de los años 30, siendo un reflejo de ello, que los fletes marítimos cayeran más de un 90% en el año 2008.
En definitiva, se ha producido una espiral contractiva de la demanda agregada
- caída del precio de los activos,
- descapitalización bancaria,
- contracción del crédito,
- nueva caída de la demanda...-.
Las actuaciones puestas en marcha globalmente han intentado cortar esta espiral, convirtiéndose el reflotamiento de la demanda agregada en el objetivo prioritario de la política económica.
Todos los instrumentos de la política económica se han puesto al servicio de este objetivo,
- desde la política monetaria más agresiva que se recuerda,
- hasta el empleo de la política fiscal para recapitalizar el sistema bancario con objeto de restablecer el sistema de crédito.
Por poner un ejemplo ilustrativo, hasta las ayudas al sector del automóvil han tenido una justificación macroeconómica, que no de política industrial.
Ante políticas tan expansivas hay quienes comienzan a preguntarse
- si los Estados no han gastado ya demasiado,
- si los déficit públicos no son excesivos,
- si su financiación provocará inflación, o
- si las masivas intervenciones públicas no tendrán efectos negativos y consecuencias no esperadas de muchas actuaciones públicas y, en definitiva,
- si no es hora ya de
- recortar gastos,
- subir impuestos y
- de comenzar a practicar políticas de mayor austeridad.
La experiencia muestra en estos casos que no es fácil para los responsables políticos y económicos resistir las presiones para cambiar la orientación de la política económica, particularmente cuando comienzan a aparecer indicadores de recuperación.
Para contestar a las anteriores cuestiones es necesario distinguir entre aquello que es urgente y lo que puede ser importante.
Al igual que para una empresa el gasto en investigación o una inversión de carácter estratégico pueden ser muy importantes, pero
- lo urgente es su supervivencia, y eso pasa por garantizar su tesorería,
de igual manera, lo urgente hoy, desde el punto de vista macroeconómico es
- cortar la espiral de caída de la demanda agregada y propiciar su reflotamiento.
Aunque pueda parecer paradójico, la corrección de los efectos del excesivo apalancamiento pasan a corto plazo por más deuda, esta vez pública, trasladando su amortización hacia el futuro, con objeto precisamente de evitar que las caídas del producto y del precio de los activos continúen aumentando los ratios de endeudamiento.
Además, con el aumento tan significativo que se ha producido en el ahorro privado y con los masivos excesos de capacidad existentes es improbable que los déficit públicos reduzcan hoy la demanda privada (el efecto "crowding out" de la jerga económica, un argumento tradicional contra los déficit).
Al contrario, cabe esperar que en las presentes circunstancias el gasto público tenga un efecto expansivo sobre el gasto privado de consumo y de inversión, acabe "cebando la bomba" que finalmente
- arranque el motor de la economía, y
- genere una espiral ascendente de gastos y de renta.
Relanzar la demanda agregada continúa siendo la prioridad pues si bien es verdad que comienzan a aparecer algunos datos positivos, estos apuntan, por ahora, más a una ralentización del deterioro o una estabilización de la demanda que a una recuperación sostenida, y aunque ha comenzado la corrección de los grandes desequilibrios globales, falta todavía mucho por hacer.
Ha habido recomposición de existencias, pero la demanda final sigue siendo débil y no es fácil todavía ver qué componentes de la demanda privada impulsarán la recuperación, pues la recomposición de las existencias es algo temporal y el despegue de la inversión vendrá limitado por los fuertes excesos de capacidad.
El rebote reciente debe mucho a impulsos públicos con objetivos muy específicos, por ejemplo sobre la demanda de automóviles, y es difícil prever lo que sucederá con la demanda cuando estos desaparezcan. Además, en este contexto de fragilidad cualquier débil shock o perturbación económica, o geopolítica, puede provocar otra fuerte recaída. Es también verdad que es siempre difícil anticipar las recuperaciones, pero aunque posiblemente ha pasado ya lo peor, es pronto para pensar que lo hemos dejado atrás.
En España, por ejemplo, los consumidores están todavía lo suficientemente preocupados por desendeudarse y por perder su puesto de trabajo, como para que no pueda esperarse una próxima recuperación significativa del consumo privado y, mientras esto no ocurra, es difícil la vuelta al crecimiento sostenido.
Por todo ello, es prematura la adopción de medidas restrictivas, tal como una subida generalizada de impuestos -a no ser aquellos que tengan como objetivo desincentivar consumos específicos como alcohol, tabaco, combustibles fósiles, o incentivar el uso de energías limpias....-, pues ello sólo contribuiría a reducir las rentas y a deprimir aún más el ánimo de los agentes económicos y de la todavía anémica demanda.
ÓSCAR FANJUL - "El País" - Madrid - 6-Sep-2009
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