Recientes afiches personalizados contra directivos de Clarín representan otro de los habituales ataques de intolerancia.
En los últimos años, la siembra del odio y el resentimiento desde el oficialismo ha sido una constante, instalada perversamente en el escenario de la política argentina.
Los intentos por dividir a la sociedad, con cierta frecuencia hasta con referencias a una lucha de clases, han sido sistemáticos y se acumularon unos tras otros dañando el plexo social y terminaron, como era previsible, con el fuerte rechazo en las urnas.
- Campo contra ciudad,
- ricos contra pobres,
- "blancos" contra "negros" o
- argentinos contra uruguayos
fueron algunas de las antinomias pergeñadas por hombres de la fracción oficialista, mechadas con el consabido calificativo de "destituyente" para cualquier voz de severa disidencia con el Gobierno, con un solo fin: separar, alejar, fragmentar y lastimar, con el consecuente riesgo de fracturar la nación.
Esa actitud sigue vigente. Como si conformara
- la esencia de una inédita manera de actuar,
- sin fronteras ni pautas morales de ninguna naturaleza.
La última expresión de esa deleznable conducta debe rechazarse de plano y leerse como una bajeza más. Nos referimos a los ataques personalizados contra algunos directivos de Clarín, realizados mediante la pegatina de afiches injuriosos, profusamente difundidos por toda la ciudad, en medio de la controversia desatada por el proyecto oficial para controlar a los medios audiovisuales.
Tal vez lo más lamentable fue que el interventor del Comfer, Gabriel Mariotto, pretendiera justificar mañosamente esa inaceptable campaña de insultos, sugiriendo que se trata de "una manifestación de la cultura popular, un ejercicio de la democracia". Según su tan particular criterio, "hay ciudadanos que pueden pintar y está muy bien que así lo hagan".
Mariotto se equivocó de medio a medio. La siembra del odio es siempre inmoral y, por ello, condenable. Es, además, totalmente incompatible con la democracia, que debe edificarse sobre el respeto y la tolerancia. Por ello, debe merecer, siempre, una condena inequívoca.
Por lo demás, la sospecha de quienes pueden estar efectivamente detrás de esa campaña infame parece obvia. Todo sugiere que
- ha sido impulsada desde el poder y
- no sería imposible que hasta haya sido financiada directa o indirectamente con recursos públicos.
Si así fuera, estaríamos ciertamente frente a otra expresión más del abuso constante del poder del que muchos han sido testigos silenciosos en los últimos años.
Editorial - "La Nación" - Buenos Aires - 5-Sep-2009
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