No quisiera excederme, ni faltar, ni herir la sensibilidad de nadie si digo que el actual seleccionador de Brasil, Dunga, fue un jugador disciplinado y correoso, que destacó más por su voluntad y coraje que por su capacidad técnica.
Dunga, para decirlo en pocas palabras, era poco brasileño. Tan poco, que más bien recordaba a los fornidos y atléticos futbolistas alemanes. Por este motivo, que Dunga, que nunca ilustró portadas ni convocó a miles de fans enloquecidos, haya derrotado con extrema facilidad a la selección que lidera Diego Armando Maradona le añade un plus de gravedad a las consecuencias de tan contundente resultado.
Dunga, para decirlo en pocas palabras, era poco brasileño. Tan poco, que más bien recordaba a los fornidos y atléticos futbolistas alemanes. Por este motivo, que Dunga, que nunca ilustró portadas ni convocó a miles de fans enloquecidos, haya derrotado con extrema facilidad a la selección que lidera Diego Armando Maradona le añade un plus de gravedad a las consecuencias de tan contundente resultado.
Ahí es nada que el jugador gris haya dado todo un meneo a quien fue considerado Dios, y encima se lo creyó. De hecho, no sería descartable que el distinto juego de unos y otros radique, al menos en parte, en la abismal diferencia de estatus existente entre uno y otro entrenador.
Dunga puede
- obligar a un jugador a actuar de un modo u otro, en función de una decisión táctica;
- exigir en el terreno de juego sacrificios incluso a quienes no están nada acostumbrados a efectuarlos;
- ensalzar con el propio ejemplo el valor de la disciplina, y, desde idéntico punto de vista
- alabar la virtud de la modestia y la necesidad de que en el campo colaboren sin reservas astros y peones.
Es posible que a veces se pase, y el juego de Brasil nos sorprenda no por su espectacularidad sino por todo lo contrario, porque nos aburre soberanamente, como ocurrió en el campeonato que, aun así, ganó en Sudáfrica este verano.
Sin embargo, lo que nunca podrá hacer Dunga es pedirle a cualquiera de sus jugadores que haga lo que él no logró hacer nunca. Así que
- ni virguerías,
- ni probaturas,
- ni jugadones sensacionales,
- ni aventuras fantásticas por parte de los más dotados reciben el menor estímulo.
Por el contrario, el entrenador brasileño respeta a sus astros mientras ellos compartan la base de su fútbol. Y al que no, como al ínclito Ronaldinho, puerta, y tan pancho.
Dunga puede
- obligar a un jugador a actuar de un modo u otro, en función de una decisión táctica;
- exigir en el terreno de juego sacrificios incluso a quienes no están nada acostumbrados a efectuarlos;
- ensalzar con el propio ejemplo el valor de la disciplina, y, desde idéntico punto de vista
- alabar la virtud de la modestia y la necesidad de que en el campo colaboren sin reservas astros y peones.
Es posible que a veces se pase, y el juego de Brasil nos sorprenda no por su espectacularidad sino por todo lo contrario, porque nos aburre soberanamente, como ocurrió en el campeonato que, aun así, ganó en Sudáfrica este verano.
Sin embargo, lo que nunca podrá hacer Dunga es pedirle a cualquiera de sus jugadores que haga lo que él no logró hacer nunca. Así que
- ni virguerías,
- ni probaturas,
- ni jugadones sensacionales,
- ni aventuras fantásticas por parte de los más dotados reciben el menor estímulo.
Por el contrario, el entrenador brasileño respeta a sus astros mientras ellos compartan la base de su fútbol. Y al que no, como al ínclito Ronaldinho, puerta, y tan pancho.
Entiendo, pues, que en la selección brasileña existe un equilibrio entre el cuerpo técnico y los futbolistas que puede dar un buen rendimiento.
El fútbol argentino optó por una opción radicalmente opuesta. Después de unos años de zozobra, confió las riendas de la albiceleste –la misma bandera– nada más y nada menos que a quien fue
El fútbol argentino optó por una opción radicalmente opuesta. Después de unos años de zozobra, confió las riendas de la albiceleste –la misma bandera– nada más y nada menos que a quien fue
- un futbolista prodigioso,
- objeto de veneración,
- ídolo todavía entre las masas, y
- referencia inexcusable para todo chaval que pegue patadas a un balón.
Nadie, pues, está un peldaño más arriba de Maradona. Pero viendo jugar a Argentina, uno se pregunta
- qué debe haber indicado a sus jugadores,
- qué clase de estímulos les habrá inoculado,
- qué prudencia habrá aconsejado,
- qué arrojo,
porque por momentos uno tenía la impresión de que jugaban con la mente en blanco. O sea, que si uno les pedía el libro de instrucciones, allí no había nada.
- qué debe haber indicado a sus jugadores,
- qué clase de estímulos les habrá inoculado,
- qué prudencia habrá aconsejado,
- qué arrojo,
porque por momentos uno tenía la impresión de que jugaban con la mente en blanco. O sea, que si uno les pedía el libro de instrucciones, allí no había nada.
Maradona fue un genio, no hay duda. Y en ningún lugar está escrito que un genio deba ser forzosamente un buen maestro que sepa transmitir su arte.
Pero su genialidad sólo duró mientras vistió de corto. Una vez en el banquillo, la aportación de quien fue diez entre los dieces ha sido palpablemente nula.
No deja de ser significativo que quien demostró sobradamente que había nacido para el fútbol, no haya sido capaz, después de colgar las botas, de hacer una declaración sobre el arte del balompié digna de ser tenida en cuenta.
Su discurso, vacuo y confuso, se ampara en el tópico y se escabulle por los cerros de la demagogia, y hace emerger penosamente la faz patética del personaje enfermo y desequilibrado en que por desgracia se convirtió.
Antón M. Espadaler - "La Vanguardia" - Barcelona - 8-Sep-2009
Pero su genialidad sólo duró mientras vistió de corto. Una vez en el banquillo, la aportación de quien fue diez entre los dieces ha sido palpablemente nula.
No deja de ser significativo que quien demostró sobradamente que había nacido para el fútbol, no haya sido capaz, después de colgar las botas, de hacer una declaración sobre el arte del balompié digna de ser tenida en cuenta.
Su discurso, vacuo y confuso, se ampara en el tópico y se escabulle por los cerros de la demagogia, y hace emerger penosamente la faz patética del personaje enfermo y desequilibrado en que por desgracia se convirtió.
Antón M. Espadaler - "La Vanguardia" - Barcelona - 8-Sep-2009
Diccionario de la Lengua Española - 20ma. Edición - R.A.E.
- Correoso, sa - 2. adj. Dúctil, maleable
4. adj. Dicho de una persona: Que en trabajos, deportes, quehaceres, etc., dispone de mucha resistencia física.
- Correoso, sa - 2. adj. Dúctil, maleable
4. adj. Dicho de una persona: Que en trabajos, deportes, quehaceres, etc., dispone de mucha resistencia física.
No hay comentarios:
Publicar un comentario