En primavera del 2007 me encontraba en Nueva York en la casa de una amiga, Carmenchu Pascual, que tuvo que salir de San Sebastián junto a su madre en la posguerra y se instaló en la Gran Manzana; y que, después de pasar por varios oficios (fue incluso piloto de un avión correo en Puerto Rico), trabaja como traductora de español en las cortes federales, en el barrio de Brooklyn. Carmen posee una amplia biblioteca de tema vasco.
Fisgando entre los libros encontré un ensayo de Julio Caro Baroja y enseguida comencé a ojearlo. Entre las leyendas que Caro Baroja recogía en el libro, una me llamó mucho la atención.
La leyenda popular contaba cómo un día el zapatero, también llamado palometa o joputa, se encontró con una mujer que paseaba por la orilla de la playa. La mujer era bellísima y el zapatero, enamorado de la joven, le preguntó quién era.
Con tan mala suerte que formuló la pregunta en castellano. La mujer enfureció y le dijo al pez que era la mismísima Virgen María, y que a ella había que dirigírsele en euskera y no en castellano.
Como castigo a tal metedura de pata, la Virgen maldijo al pez: a partir de entonces el zapatero sería el más feo de los peces. Y es así como el zapatero tiene esa expresión de muy pocos amigos, con una dentadura prominente, y unos ojos de no haber pegado ojo en mucho tiempo. Pobre zapatero, pienso yo.
¿Cómo hubiera adivinado que la Virgen hablaba ni más ni menos que en euskera?
Yo no conocía aquella leyenda, pero sospecho que no debe de ser demasiado antigua. Tampoco creo que haya muchas más leyendas del estilo.
La moraleja es clara:
Entre los tabús semánticos, unos de los más curiosos son los nombres de los animales. Muchas veces se utilizan eufemismos para nombrar a animales malignos o asociados a la mala suerte.
El caso de la comadreja es el más representativo. Según José María Cuesta, la comadreja es una de las especies innombrables.
Tal mal fario le llega desde los textos de la antigüedad. Eliano describe que es un animal despreciable que se sube encima de los cadáveres y engulle sus ojos.
El caso del zapatero, palometa o joputa, puede ser también un caso de tabú semántico. El zapatero, amén de su aspecto, tiene mala fama entre los pescadores por ser un pez poco fiable. Ahora está muy presente, ahora desaparece. Es demasiado inteligente, dicen.
Hablando de tabúes innombrables, dejen que les cuente una anécdota. Yo no tuve nombre durante los primeros meses de mi vida. Nací a finales de 1970 y mi madre fue naturalmente al juzgado a darme de alta. El secretario le preguntó por mi nombre. "Kirmen", dijo ella.
Al secretario no le constaba Kirmen como nombre y no lo aceptó. "¿Señora, por qué no le pone José María, o algo por el estilo, como todo el mundo?".
Mi madre dijo que yo me llamaba Kirmen y no cejó en su empeño hasta que inscribieron mi nombre en el libro de familia. Iba cada semana al juzgado y le daban la negativa.
La anécdota ilustra la difícil situación que vivió en un tiempo el euskera. Pasó sus años duros, en los que solamente se hablaba en el ámbito exclusivamente privado. Y sobrevivió gracias a la tenacidad de mucha gente, que no dejó de hablarlo y trató de ampliar su presencia a todos los sectores de la sociedad.
El 15 de abril del 2007 asistí a un programa de radio en la WBAI, en el 120 de Wall Street. La emisora es una de las más progresistas en el ámbito neoyorquino. Nos invitó la escritora Janet Coleman a su programa cultural. Compartí la hora con la poeta canadiense Yerra Sugarman.
Sugarman, especialista en literatura yidish, había llevado al programa poemas de una poetisa de principios del siglo XX. Los poemas eran impresionantes. Hablaban de sexo explícito.
Janet Coleman se asombró de que pudiera haber una escritora yidish que escribiera de esos temas. Y así lo dijo por la Radio. La respuesta de Yerra Sugarman fue la siguiente: "La poetisa habla de su vida. Su vida era así, aunque fuera. en yidish".
Durante la cena hablamos de los clichés que tienen que soportar muchas tradiciones literarias. Yerra contó que cuando venía a Europa mucha gente desconfiaba de sus raíces judías, como si le echaran la culpa a ella de las vulneraciones de derechos humanos que el Gobierno israelí comete con la población palestina. Yerra no lo podía entender. "Pero si yo también estoy en contra de lo que hace el Gobierno israelí", les decía ella, incrédula.
La lengua vasca también ha tenido que soportar muchos clichés. Todavía a un autor vasco se le pregunta
Claudio Magris se define como un escritor de frontera. De una tradición en la que conviven diferentes lenguas. Yo también me considero un escritor de frontera. Me gusta formar parte de esa diversidad.
Me gusta la frase del triestino, "no hacerle demasiado caso a su propia peculiaridad". Escribir con naturalidad, vivir con naturalidad en euskera. Sin urgencias ni histerias.
Han pasado casi 40 años desde la anécdota de mi madre en el juzgado. El euskera ha pasado del ámbito privado a lo público.
Yo no considero que escribir en una lengua pequeña sea ningún impedimento. En mis libros hablo de gente que conozco, de gente que veo todos los días por la calle. Sin embargo, he visto que esas historias pueden interesar a un lector global.
"Toda endogamia, -toda pretensión de identidad pura- es asfixiante e incestuosa", afirma Magris. "Se aprende a amar a Irlanda en Joyce, que la abandonó y la criticó ferozmente, mucho más que en todas esas novelas irlandesas rebosantes de muchachas pelirrojas y de prados verdes.
Pienso en la Virgen y el pez zapatero. Quiero creer que ahora actuarían de otra manera. Que el zapatero le hubiera hablado en euskera, o que la Virgen le hubiera respondido sin problemas en castellano. Tranquilamente. Y es que eso mismo es lo que ocurre ahora en el País Vasco.
KIRMEN URIBE - "El País" - Madrid - 9-Nov-2009
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