Tal conclusión se desprende, al menos, de las mediciones efectuadas por el gubernamental Centro de Investigaciones Sociológicas que en su "barómetro" del pasado mes de octubre sitúa
1- el paro,
2- la economía,
3- la inmigración,
4- los partidos,
5- el terrorismo y
6- la delincuencia,
por este orden, como los principales problemas que desasosiegan a la ciudadanía del país.
1- el paro,
2- la economía,
3- la inmigración,
4- los partidos,
5- el terrorismo y
6- la delincuencia,
por este orden, como los principales problemas que desasosiegan a la ciudadanía del país.
Nada hay de particular, desde luego, en que un 73 por ciento de los consultados consideren que el galopante desempleo es el mayor de los apuros que ahora mismo sufren.
Tampoco llama la atención el hecho de que la deplorable marcha de la economía preocupe a casi la mitad de los ciudadanos, si hemos de dar fe a los resultados del sondeo.
Sorprende ya algo más, sin embargo, que los políticos ocupen el cuarto lugar entre las preocupaciones del pueblo, por encima de los etarras y otros delincuentes más o menos comunes.
Sorprende ya algo más, sin embargo, que los políticos ocupen el cuarto lugar entre las preocupaciones del pueblo, por encima de los etarras y otros delincuentes más o menos comunes.
A la vista de estos datos, se diría que los españoles han llegado –por distinto camino- a la misma conclusión que el llorado cómico y filósofo Groucho Marx. Sostenía este teórico marxista que:
- La política es "el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar los remedios equivocados".
Un principio de fácil adaptación al actual Gobierno, que primero negó la crisis, luego la calificó de "desaceleración acelerada" y por último urdió toda suerte de planes y remedios que ahora mismo acaban de desembocar en una nueva cosecha de 100.000 parados durante el mes de octubre. Y los que acaso vendrán.
Infelizmente, no es sólo el Gobierno sino los políticos en general quienes preocupan a los españoles, que se quejan por igual de la actuación de todos los partidos.
Un principio de fácil adaptación al actual Gobierno, que primero negó la crisis, luego la calificó de "desaceleración acelerada" y por último urdió toda suerte de planes y remedios que ahora mismo acaban de desembocar en una nueva cosecha de 100.000 parados durante el mes de octubre. Y los que acaso vendrán.
Infelizmente, no es sólo el Gobierno sino los políticos en general quienes preocupan a los españoles, que se quejan por igual de la actuación de todos los partidos.
Se conoce que la última oleada de choricería que afecta indistintamente a la derecha, la izquierda y los representantes del nacionalismo ha elevado el nivel de desconfianza de los votantes –y de los que no lo son- hasta el punto de que los políticos les intranquilicen más que los terroristas y los delincuentes.
No se trata, por supuesto, de que un gobernante con mando en plaza cause mayor preocupación que un etarra o un atracador navaja en mano. Tampoco hay que tomarse los sondeos de opinión al pie de la letra.
Lo que acaso sugiera el desconcertante resultado de la última encuesta del CIS es que en España abunda más que en otros lugares esa curiosa especie de político que siempre tiene un problema para cada solución (y no a la inversa).
Otra posible explicación residiría tal vez en el erróneo concepto que algunos tienen aquí de la cosa pública. Los pensadores clásicos definían la política como "el arte de hacer posible lo necesario"; pero traducida al español –y por políticos españoles- esa máxima consiste muy a menudo en "el arte de hacerse un chalé". O, alternativamente, una copiosa cuenta en cualquier paraíso fiscal.
No ha de extrañar, por tanto, que la borrachera especulativa de la construcción haga aflorar ahora la resaca de (presuntas) prevaricaciones, comisiones y tráficos de influencias que tan ocupados tiene a los jueces de Cataluña, Galicia, Madrid, Valencia y tantos otros lugares de la Península.
O que algunos ayuntamientos al borde de la insolvencia no puedan pagar ya las nóminas, mientras otros disponen aún de moneda suelta bastante para sufragar los cafés, las cañas, los gin-tonics e incluso los viajes al extranjero de algunos de sus concejales.
Por no hablar ya de las costosas excursiones trasatlánticas que el Congreso suele pagar a los diputados con cargo al contribuyente.
Sumadas todas esas circunstancias, ya sorprende algo menos la pésima opinión de los políticos que arrojan las propias encuestas del Gobierno.
Aunque paguen justos por corruptos y derrochadores, eso es lo que hay.
Anxel Vence - "Faro de Vigo" - Vigo - 4-Nov-2009
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