Todo es política, oigo a mi alrededor, continuamente. Y a veces tengo ganas de interpelar a quien lo dice, de girar la cabeza, de dirigir una mirada ilusionada a mi espalda y preguntar, ¿dónde? ¿Dónde está la política? Decidle que me espere, que no se vaya sin mí... Porque el caso es que yo no la veo por ninguna parte.
Ocurrencias sí, montones. Espectaculares montajes de luz y sonido, reales o figurados, a porrillo. Propuestas frescas, merengadas, ingeniosas y cargadas de glamour, tantas como en los anuncios de compresas. Me producen el mismo efecto. Me aburro.
Los seres humanos olemos, y nos dolemos. Tenemos problemas, pero también
- esperanzas,
- voluntad,
- sentido de la justicia,
- capacidad para creer e ilusionarnos.
Por eso inventamos la política. Por eso ha funcionado durante tantos siglos. Como una herramienta para transformar la realidad, para luchar por los propios deseos, para intervenir en el mundo.
Eso era la política, pero, al parecer, ya no lo es. Cuando la gente dice que todo es política, habla de otra cosa. Habla de
- la alarma
- la desmemoria,
- las zancadillas
- "yo no he sido",
- la chulería
- el mal arte de mentir con aplomo de unos,
- la pasividad indolente de otros, y
- de nada más,
porque parece que en España no hay más que dos partidos.
No me dirijo a la derecha. No quiero que gane la derecha. Pero quiero una izquierda madura, ni ingenua ni senil, politizada. Quiero oír hablar de
- sueños,
- principios,
- ideología.
De ideología, sí, con todas las letras. Ya ven, lo he escrito y no me ha pasado nada. No me ha fulminado ningún rayo divino, sigo sentada en mi silla, tan tranquila, y eso que hasta me he emocionado un poco. Porque la política también tiene que ver con la emoción. Con la tensión, no.
La tensión pertenece a los dominios del miedo. Y el miedo no tiene nada que ver con la política.
ALMUDENA GRANDES - "El País" - Madrid - 25-Feb-2008
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