lunes, 30 de junio de 2008

Paradojas de la globalización

Por primera vez en la historia ha nacido un sistema económico genuinamente global con perspectivas de proporcionar un bienestar que nadie se había podido imaginar hasta la fecha. Al mismo tiempo, paradójicamente, con el proceso de la globalización se corre el riesgo de provocar un nacionalismo que amenaza su realización.
La premisa básica de la globalización es que la competencia separa a los más eficaces, un proceso que, por definición, implica que hay ganadores y perdedores. Si hay perdedores perennes, se dirigirán a las instituciones políticas que conocen en busca de ayuda. Pero no los aplacarán con la proposición legítima de que los beneficios del crecimiento global superan con creces a los costes. Es más, para seguir siendo competitivos, muchos países se ven obligados a recortar sus leyes sociales, un cometido que está abocado a generar protestas nacionales. En periodos de turbulencias económicas, estas tendencias se magnifican. El debate sobre la política comercial en la campaña presidencial de Estados Unidos es un ejemplo que viene al caso.
En los países industrializados, la globalización tiene un doble impacto en la política nacional:
- una mejora en la productividad da lugar a la paradoja del bienestar mejorado, junto con un mayor desempleo.
- Y, al mismo tiempo, tiene lugar una emigración de los empleos de baja categoría, que posteriormente ocupan los trabajadores procedentes del extranjero.

Empresas y oportunidades
Esta tendencia tiene lugar incluso dentro del sector productivo del mundo industrializado. Las empresas transnacionales, al estar conectadas gracias a internet con instituciones industriales y financieras similares en todo el mundo, se mueven en el mercado global con una plantilla que suele tener unos mandatos más largos que los de los gobiernos y menos restricciones en sus análisis.
Las empresas que siguen dependiendo de la economía nacional no tienen, por lo general, las mismas oportunidades. En su conjunto, emplean la mano de obra que tiene los salarios más bajos y las perspectivas más crudas. Suelen depender de mercados más limitados y de los procesos de política nacional.
- Las empresas transnacionales abogan por el comercio justo y el libre movimiento del capital;
- las empresas nacionales (y los sindicatos) suelen decantarse por el proteccionismo.
Es evidente que las crisis económicas magnifican dichas tendencias. Y el sistema financiero globalizado ha provocado crisis periódicas que son igual de predecibles que su crecimiento sostenido:
- en Latinoamérica, en los años ochenta;
- en México, en 1994;
- en Asia, en 1997;
- en Rusia, en 1998;
- en Estados Unidos, en 2001, y
- vuelta a empezar en 2007.
Aunque cada crisis tenía un desencadenante distinto, sus características comunes han sido
- una especulación derrochadora y
- una infravaloración sistemática del riesgo.
Década tras década, el papel del capital especulativo se ha ido magnificando. La agilidad es el atributo por excelencia del capital especulativo. Al entrar de golpe cuando ve una oportunidad y coger la puerta a la primera señal de problemas, el capital especulativo ha transformado en demasiadas ocasiones
- tendencias alcistas en burbujas y
- ciclos bajistas en crisis.
El impacto estratégico de la globalización plantea quizás las cuestiones más importantes a dos niveles:
- ¿hay sectores indispensables para la seguridad nacional en los que se debería limitar o incluso excluir la inversión extranjera?
- Y segundo: ¿qué industrias tienen que mantenerse a flote para sostener la capacidad de defensa de nuestra nación?
Las respuestas a estas preguntas se prestan claramente a malas interpretaciones. Pero esto no es excusa para evitar aquello a lo que el interés nacional dicta que nos enfrentemos.

Salvar o reducir la brecha
Por tanto, el sistema internacional está frente a una paradoja. Su prosperidad depende del éxito de la globalización, pero dicho proceso produce una dialéctica que puede ser contraproducente para su aspiración.
Los gestores de la globalización cuentan con pocas ocasiones para gestionar sus procesos políticos. Los gestores del proceso político cuentan con incentivos que no necesariamente son congruentes con los de los gestores económicos. Esta brecha se tiene que salvar o, al menos, reducir.
El primer imperativo es reconocer que estos problemas son las tachas del gran éxito. El debate sobre los defectos del proceso no debería degenerar en ataques a su marco conceptual básico, tal y como ha ocurrido con demasiada frecuencia en la campaña presidencial. Los líderes políticos tienen que evitar (no alentar) el proteccionismo que llevó a la catástrofe de los años treinta.
Los parámetros de los límites de la seguridad nacional frente a la globalización debería establecerlos cada nación en lugar de quedar en manos de los grupos de presión, los cabilderos y las políticas electorales. El próximo Gobierno de EE UU debería establecer un comité bipartidista al más alto nivel para estudiar lo que constituye una base industrial y tecnológica estratégica indispensable de EE.UU. y las medidas para conservarla.
Entre sus prioridades principales debe estar la de revisar con atención un sistema educativo que genera demasiados pocos ingenieros y tecnólogos en comparación con nuestros competidores. El criterio debería ser qué es esencial para la seguridad nacional, no escudar a las empresas de la competencia, básica para el crecimiento global.
Esta línea no será fácil de trazar y dicho intento podría ser objeto de una manipulación política, pero el problema no va a desaparecer y, en algún momento, se volverá imposible de controlar.
En resumen, si la brecha entre el orden económico y el orden político del mundo no se reduce de forma sustancial, ambas estructuras terminarán debilitándose la una a la otra.


HENRY A. KISSINGER - "ABC" - Madrid - 30-Jun-2008

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