lunes, 29 de diciembre de 2008

Cuando el genocidio es la única salida

Israel es un Estado de base étnica, destinado a reagrupar a una comunidad judía que fue dispersada repetidas veces en los últimos 25 siglos.
Por su propio origen, y por su definición actual, esta comunidad judía no responde a ninguno de los criterios de socialización política que se utilizan en los Estados modernos, y por eso funciona como un grupo cerrado al que no se puede ingresar y del que difícilmente se puede salir.


Tal es el motivo por el que la cuestión israelo-palestina carece de tratamiento adecuado en el marco de las políticas de integración que hoy aplicamos. Y de ahí se deriva también que el Estado de Israel funcione necesariamente como una entidad genocida.
Porque, si llevase a cabo políticas de integración con la comunidad palestina, negaría su propia esencia. Y porque, si dejase que la comunidad palestina se desarrollase con normalidad en el territorio que viene ocupando desde hace milenios, el arma demográfica -que es la única arma eficaz que poseen los palestinos- haría su justicia en un par de decenios.
El error de crear el Estado de Israel solo puede mantenerse con otros errores que se suceden con un ritmo y una brutalidad crecientes. Y por eso tenemos que asistir periódicamente a este espectáculo de fariseísmo político y humanitario en el que tanto la UE como los Estados Unidos apelan al imposible y nauseabundo equilibrio entre una comunidad militarizada y dueña de todos los recursos jurídicos e institucionales y otra comunidad recluida en guetos de miseria e injusticia, y convertida en una fuente de trabajo barata y desregulada para el Estado judío.
Mientras las comunidades judías inmigrantes -cada vez más artificiosas- endurecen el caos y la miseria de los guetos palestinos, los habitantes de Gaza tratan de sobrevivir entre dos fuegos mortíferos:
- el que genera Israel cada vez que hay elecciones, o cada vez que tiene una disculpa para volver al statu quo que más le conviene, y
- el que alimenta Hamás con sus políticas radicales, que, si por una parte constituyen la única autoridad visible en el caos de Gaza, también le dan a Israel la disculpa que necesita para disfrazar sus operaciones genocidas como guerra contra el terrorismo internacional.
Y así seguimos. Conviviendo con un conflicto cada vez más invisible, que lleva en su esencia todos los males y toda la criminalidad institucionalizada que lastran y emponzoñan la política internacional.
Un conflicto que, metido en nuestro propio mundo, nos resta la legitimidad que necesitamos para avanzar en la democracia global que constituye la última esperanza frente al caos que estamos generando en los solares del tercer mundo. Porque esta es -y no la economía- la crisis de nuestros días.

Xosé Luis Barreiro Rivas - "La Voz de Galicia" - Santiago de Compostela - 29-Dic-2008

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