Crecer por encima de un 9% anual puede que no sea suficiente para que la crisis económica mundial pase de puntillas por China. Sin embargo, en este caso, es posible que la inestabilidad no se refleje en los datos macroeconómicos, sino a pie de calle. De hecho, lo nunca visto comienza a ser habitual ahora:
- huelgas,
- piquetes,
- vehículos policiales quemados,
- ataques contra oficinas gubernamentales, y
- un largo etcétera de escaramuzas del descontento.
El despiadado cierre de empresas de producción intensiva comienza a dejar víctimas en la fábrica del mundo. Miles de trabajadores, que según diferentes análisis podrían convertirse en millones, se quedan sin empleo debido al brusco frenazo de las exportaciones chinas.
¿Y qué se va a hacer con ellos?
La sombra del paro no sólo oscurece el panorama de China. Se extiende por todo el mundo, y parece hacerse más persistente a su paso por Europa y Estados Unidos. Pero en el país de Mao no existen los mecanismos de ayuda social que sí disfrutan los ciudadanos de la Unión Europea.
Quedarse sin trabajo en las provincias de Guangdong o Zhejiang, dos de los núcleos industriales más afectados del país, es poco menos que una tragedia griega. Más en el caso de los emigrantes rurales, cuyo sueño se convierte ahora en pesadilla. Y el pragmatismo chino que le ha permitido al Partido Comunista enrocarse en el poder tiene un límite. Lo han demostrado los taxistas de Chongqing, hartos de sufrir la carestía del combustible sin poder trasladar el costo al cliente. En una decisión sin precedentes, hace unos días decidieron parar durante medio día, y no se cortaron ni un pelo a la hora de establecer piquetes informativos. Tanto que terminaron destrozando los vehículos de quienes no se habían sumado a la huelga que, de hecho, en China es un término ilegal al que tendrán que ir acostumbrándose los líderes del régimen.
Las predicciones son malas. Muchos se rascan la cabeza y se preguntan cómo un país puede tener problemas creciendo entre el 8 y el 9%. Lo cierto es que China necesita crear diez millones de nuevos empleos al año para dar respuesta a la demanda.
La reforma agraria, que ha llevado cierta tecnología al campo, ha provocado un éxodo silencioso hacia el ámbito urbano que ahora comienza a crear tensiones.
Muchos emigrantes rurales deciden coger las maletas y regresar a sus lugares de origen, donde no encuentran más posibilidades que sobre el asfalto.
A esto se suman las diferencias sociales, que no dejan de agrandarse. Ya no es sólo la dualidad campo-ciudad, este-oeste, que ha marcado las tres décadas de reformas económicas. No hace falta salir de una misma ciudad, o pueblo, para darse de bruces con la brutal realidad china.
Los Maserati y Ferrari se codean con tullidos que mendigan un yuan, y muchos de quienes conducen esos vehículos de lujo lo hacen por sus conexiones dentro del Partido Comunista o sus relaciones personales con altos cargos.
La corrupción es otra de las lacras que más enervan a la población china, y que están desatando una ola de crispación contra el régimen. De hecho, cuando visité por primera vez China, en 1999, una de las cosas que más me sorprendió fue la esperanza de la juventud. "Sé que nos espera un futuro brillante", me repetían una y otra vez. Así ha sido, hasta ahora.
Hoy, ese triunfalismo parece haber pasado a la Historia, y la mayor hornada de universitarios de la historia, que se gradúa este año, tiene una visión muy diferente. "No me importa lo que me paguen, lo que quiero es asegurar un trabajo", dicen muchos.
Y lo más llamativo es el cambio de actitud hacia el gobierno. Hace una década nadie osaba llevarle la contraria al Partido. Ahora, 7 de cada 10 jóvenes que entrevisto reconocen no estar de acuerdo con alguna de las políticas de Pekín, y un 30% se muestran beligerantes frente al régimen.
Todo esto hace pensar que, bajo la superficie en calma del océano chino, discurren fuertes corrientes que pueden terminar creando un tsunami.
Pero en el mundo globalizado del siglo XXI, y más aún cuando China se ha convertido en la locomotora del crecimiento económico en una coyuntura crítica, el efecto de esta ola puede resultar devastador en todo el mundo.
Por eso conviene tener la vista puesta en el Gran Dragón. Hasta ahora, el Partido ha sido capaz de proveer una vida mejor a sus 1.400 millones de habitantes, de los que, a cambio, ha obtenido un callado beneplácito. Ahora el frenazo económico puede dar al traste con la estabilidad social y desatar la peor de las pesadillas de los gobernantes chinos. A todos nos interesa que eso no suceda.
Zigor Aldama - "DEIA" - Bilbao - 22-Dic-2008
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