El papel de la educación en la sociedad fue perfectamente descrito por Jovellanos, a finales del siglo XVIII, en su «Introducción a un discurso sobre la economía civil y la instrucción pública».
Tras discurrir acerca de la agricultura, la industria y el comercio, Jovellanos llegó a la conclusión de que la «primera fuente de la riqueza pública estará siempre en la perfección del arte de aplicar el trabajo». Y el medio para alcanzar la perfección citada reside en los conocimientos.
En consecuencia, concluía que «la instrucción es no sólo la primera, sino también la más general fuente de la prosperidad de los pueblos».
La conclusión es contundente y ha resistido perfectamente el paso del tiempo. Pero la instrucción de los pueblos depende en buena medida de decisiones tomadas en la esfera de lo público. Y hacen bien aquellos gobiernos y particulares que entienden el razonamiento de Jovellanos y dedican a la instrucción sus mejores esfuerzos con el convencimiento de que la inversión en educación es la mejor de las inversiones. Pero los resultados de tal inversión dependen, también, de los educadores y de los educandos.
Para comprender mejor nuestra realidad en relación con estas cuestiones puede resultar de ayuda el estudio «Panorama de la educación. Indicadores de la OCDE 2008. Informe español». El problema del «Panorama» es que los datos «corresponden, en general, al año académico 2005-06 y no a la situación actual».
Retraso al que se suma el hecho de que en una etapa de recesión sin precedentes analizamos datos correspondientes también a un período de expansión sin precedentes.
De la información contenida en el «Panorama» pueden destacarse tres aspectos, a saber:
- en primer lugar, el reconocimiento público de la labor de los profesionales de la enseñanza;
- en segundo lugar, la consideración pública de la enseñanza; y,
- en tercer lugar, los resultados alcanzados por nuestro sistema educativo.
- En relación con la primera cuestión, un indicador del citado reconocimiento público puede ser los salarios. Dice el «Panorama» que «Los salarios de los profesores españoles permanecen por encima de los niveles medios de la OCDE y de la UE, aunque han descendido en términos reales entre 1996 y 2006», sin que se explique la causa del descenso.
En todo caso, lo que queda claro es que la retribución está a la altura de los países donde mejor se practica el ejercicio de la enseñanza. En relación con esta cuestión no debería haber ninguna queja pues el número de horas de trabajo es similar al del resto de países. Sin embargo, no debe olvidarse el contraste entre el reconocimiento público de los enseñantes y el reconocimiento privado de su labor, cuestionada en exceso y objeto intolerable de maltrato en multitud de ocasiones sin que se tomen las medidas —incluso de índole penal— que exige la situación.
- En segundo lugar, puede sostenerse que si es aceptable el reconocimiento público no lo es tanto la consideración de la enseñanza como fuente de progreso. En efecto, de acuerdo con el «Panorama», el gasto público en educación ha pasado, en España, del 4,6% del PIB (1995) al 4,2% (2005) mientras que en el conjunto de la OCDE ha pasado del 5,3% al 5,4% del PIB. Estas cifras no auguran un buen futuro en un mundo progresivamente competitivo en el que el conocimiento y su aplicación serán los principales factores de competitividad.
- En tercer lugar, en relación con los resultados, dice el «Panorama» que el nivel de estudios alcanzado en España es netamente inferior al de la media de la OCDE y de la UE, subrayando el estudio que «En 2006, la tasa de titulación en educación universitaria en España ha pasado del 24% en 1995 al 33% en 2006 y en ciclos formativos de grado superior ha aumentado del 2% en 1995 al 15%», añadiendo, en un alarde intelectual innecesario, «lo que representa un incremento muy significativo».
Ahora bien, lo que no se subraya es que los porcentajes correspondientes a la UE-19 son 18%, 35% y a la OCDE son 20%, 37%, lo que refleja avances más intensos que sitúan a ambos conjuntos en mejor situación que España. Si quienes toman las decisiones relevantes son los dirigentes y éstos se caracterizan por haber alcanzado estudios superiores, nuestra posición competitiva a medio plazo está comprometida, especialmente si se considera que «Las diferencias salariales entre los distintos niveles de formación son cada vez menores en España».
Esta última constatación deja, de momento, sin respuesta a la pregunta: ¿para qué estudiar?.
Lo que sorprende —o no— es que el comentario a estos datos se limita a decir que «España se acerca al modelo de países como Suecia» en un ejemplo evidente de cómo el análisis parcial de los fenómenos se traduce en un alejamiento de sus causas profundas, lo que refleja de nuevo, el citado alarde.
La cultura del esfuerzo está ausente. Por ello se ha preferido un sistema basado en reducidas tasas de matrícula y becas a un sistema que asigne mejor los recursos públicos y que recompense el esfuerzo, apoyado en mayores tasas de matrícula y un generoso sistema de becas o préstamos en función del trabajo realizado por los estudiantes y los resultados alcanzados.
En definitiva: el sistema actual prima al enseñante pero no tanto a la enseñanza y su eficiencia es reducida.
En consecuencia, es susceptible de mejora. Pero de momento parece que nadie está dispuesto a decir, en voz muy alta y repetidamente, que nuestro futuro depende de la educación. Hay silencios que no conducen al éxito.
AMADEO PETITBÓ - "ABC" - Madrid - 15-Dic-2008
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