«VIAJAR de Sao Paulo a Buenos Aires y desde allí a Santiago de Chile recuerda el pasar de una civilización a otra. Más allá de las apariencias y de la pertenencia común a una América del Sur desde el punto de vista geográfico, existen al menos dos Latinoaméricas en cuanto a cultura política y económica».
Es lo que me explicaba en Sao Paulo el ex presidente Cardoso, más conocido por sus compatriotas sólo por su nombre, Fernando Enrique.
«El concepto de América Latina evoca el caos, la miseria y el caudillismo», aclaraba. Brasil ya no forma parte de ella, desde que Cardoso y luego Lula, su sucesor, siguieron con continuidad una misma estrategia económica, liberal y procapitalista:
- la moneda es estable,
- las fronteras se han abierto,
- el crecimiento es significativo y
- las desigualdades sociales disminuyen.
Brasil es actualmente el único país del mundo en el que las diferencias de ingresos se reducen. Las elecciones locales de octubre, que la izquierda de Lula acaba de perder, presagian una próxima victoria presidencial de la derecha. Pero nadie en Brasil se altera excesivamente: el principio de la alternancia democrática se comprende y se acepta.
El arraigo de la democracia en la nueva América Latina es una metamorfosis vital y, durante mucho tiempo, inesperada;
¿Es sobre todo un desmentido histórico a esos ideólogos que condenan a algunas naciones al despotismo en nombre de no se sabe bien qué diferenciación cultural?
Es también un desmentido a esos ultraliberales latinoamericanos, discípulos descarriados de Milton Friedman que durante mucho tiempo prefirieron el «despotismo ilustrado» de los generales para llegar a la economía de mercado: el pinochetismo se presenta ahora como un accidente local, no como una necesidad.
El mismo día de mi encuentro con Cardoso, la presidenta Kirchner, un avatar posmoderno de Evita Perón, anunciaba en Buenos Aires la nacionalización de los fondos de pensiones privados para, según ella, proteger a los trabajadores contra la crisis mundial del capitalismo.
Me esperaba gigantescas manifestaciones al llegar a Argentina. No hubo nada de eso: los argentinos están como anestesiados por las repetidas exacciones de sus dirigentes.
En 2001, el Gobierno congeló las cuentas de los bancos y los depósitos en dólares se convirtieron obligatoriamente a pesos, con un valor tres veces menor. Este nuevo atentado contra el derecho a la propiedad incitó a los últimos ahorradores a retirar sus depósitos de los bancos y a comprar dólares estadounidenses.
Los argentinos no invierten ya en su propio país y procuran no repatriar sus ganancias de la exportación; los últimos inversores extranjeros, que eran los chilenos, abandonan Argentina a su suerte.
El 35 por ciento de los argentinos vive por debajo del umbral de la pobreza, frente a un 10 por ciento en 1975. El populismo en economía y el caudillismo en política han engendrado la miseria que, a su vez, facilita la compra de los votos por parte de la maquinaria peronista.
Nos preguntamos a menudo acerca del enigma argentino y de esta decadencia; pero no hay enigma. Su propio Gobierno destruye Argentina; realmente está en América Latina, pero en la vieja América Latina.
Partir hacia el oeste, franquear la estrecha cordillera y llegar a Chile es volver al primer mundo: en Santiago se respira el aire de la libertad política y económica. Los oscuros orígenes de su prosperidad se remontan a la dictadura del general Pinochet. Pinochet no era un liberal por naturaleza; pero para eliminar la inflación y regenerar la economía nacional, recurrió a economistas chilenos competentes. Éstos se habían formado, y formado bien, en la Universidad de Chicago, especialmente con Milton Friedman. Y los sucesores de Pinochet, todos socialistas hasta ahora, han preferido mantener una economía liberal que funciona, en vez de volver a la utopía marxista de Allende.
En cierto sentido, Chile, que era pobre y completamente dependiente de sus exportaciones de cobre, ahora es en el continente suramericano lo que Taiwan o Corea del Sur son en Asia: un dragón económico. El término «modelo chileno» se ha impuesto en todos los países y partidos políticos de la región que han optado por «abandonar» simbólicamente América Latina.
Entre estas naciones comprometidas con la democracia, el capitalismo y la globalización se encuentran, además de Brasil y Chile, Uruguay, Perú, Paraguay, Colombia, Costa Rica, Panamá y República Dominicana.
En el lado contrario, además de Argentina, siguen enredados en el populismo y en la retórica revolucionaria, Bolivia, Venezuela y Cuba.
La crisis económica mundial, que afectará seriamente a este continente debido a la importancia de sus exportaciones de materias primas, va a poner a prueba el populismo de los unos y el liberalismo de los otros.
Los caudillos -Chávez, Morales y Kirchner- creen o fingen creer en una crisis del capitalismo que legitimaría sus opciones revolucionarias. Pero en todos los demás países de la nueva América Latina, y ante esta crisis, nadie insiste en la retórica anticapitalista, nadie se desvía de la democracia, ni a la derecha, ni a la izquierda.
Los dirigentes políticos, los economistas, los empresarios y los editorialistas, de Sao Paulo o de Santiago, reaccionan ante la crisis económica recomendando
- más rigor financiero,
- más flexibilidad y
- más apertura al mundo
para depender menos de sus exportaciones primarias, la soja o el cobre, y convertirse en potencias industriales diversificadas.
Incluso Lula, el más izquierdista de los presidentes alineados con la economía de mercado, echa pestes contra Wall Street, con todo el derecho, pero no pone en entredicho la estrategia de apertura del mercado brasileño. Por otra parte,
- ¿hacia dónde iría?
- ¿Imitaría a Argentina o a Venezuela?
También es cierto que la protección social, modesta pero real en estos países de la nueva América Latina, debería amortiguar el choque de la recesión económica para los más débiles. Tampoco es significativo que la derecha avance claramente en las elecciones locales, tanto en Chile como en Brasil, seguramente porque aquí se la considera más competente en economía.
Por el contrario, hay que prever que el hundimiento de las cotizaciones de las materias primas -soja argentina, gas boliviano, petróleo venezolano- reducirá a los caudillos al silencio.
El chavismo enganchado al petróleo y el kirchnerismo a la soja deberían ser las primeras víctimas de la crisis mundial.
Con el precio actual, Chávez ya no consigue equilibrar el presupuesto del Estado y ya no podrá comprar las próximas elecciones. Sus ambiciones revolucionarias, infladas tanto por su ego como por los fantasmas de los izquierdistas europeos, variaban solamente en función de la cotización del barril.
El kirchnerismo seguirá el mismo declive. Seremos más reservados acerca del destino de Bolivia o incluso de Perú, donde la discriminación contra los indios sigue siendo un hecho real.
Pero, y aquí está la paradoja, esta crisis podría liberar definitivamente de sus viejos demonios a todo el continente y generalizar allí el modelo chileno.
GUY SORMAN - "ABC" - Madrid - 27-Nov-2008
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