También los milagros entran en crisis.
Un día antes de que el Ibex, el Dow-Jones, el Nikkei y demás termómetros financieros constatasen la fiebre que tiene en ascuas a la economía mundial, los gallegos ya habíamos recibido una mucho más significativa alerta con la caída del índice de recaudación en la romería de los Milagros de Amil, allá por Moraña. Cuentan en efecto las crónicas que el manto de la Virgen iba algo menos cargado de billetes que en anteriores ocasiones: y ello a pesar de que la asistencia fue tan multitudinaria como de costumbre. "Se nota la crisis", resumió con buen ojo teológico y mercantil el párroco a cargo de la ermita. Es costumbre famosa en Amil que los feligreses traten de sobornar a la Virgen prendiendo billetes en su túnica con la esperanza de recibir a cambio los favores de las alturas en cuestión de negocios y -sobre todo- de salud. El hecho de que haya descendido la inversión en este mercado celestial de futuros dice mucho más que el derrumbe de las Bolsas sobre el angustioso alcance de la crisis. No se trata de que los fieles hayan perdido la fe, naturalmente. Más que una merma en la tradicional devoción a la Virgen, lo que hay es un quebranto general de las cuentas corrientes. Y lo peor es que esto no ha hecho más que empezar. Cuando la marea de la recesión alcance -Dios no lo quiera- los cuatro millones de parados y los bancos deban recurrir a los servicios del cobrador del frac, mucho es de temer que incluso la Bolsa de los Milagros se desplome. Sería una pésima noticia en la medida que el mercado de los prodigios ha sido tradicionalmente el último en sufrir los efectos de una crisis. Bien al contrario, lo habitual es que la gente se encomiende a la divinidad o a los dioses de la fortuna cuando las cosas de comer se ponen feas. Unos fían su destino a la Primitiva y otros a algún santo con el que mantengan trato de especial confianza, con lo que aumenta imparcialmente la recaudación del Organismo Nacional de Loterías y Apuestas del Estado y la de los cepillos de ánimas. Ignora uno si han disminuido o no los ingresos de la lotería, pero ese dato no será difícil de averiguar en una España donde el garito de los juegos de azar lo gestiona el Estado en régimen de monopolio. Si la tendencia a la baja fuese la misma que se detecta en la atípica -pero muy significativa- Bolsa de los Milagros, esto ya sería el acabóse.Dada su propensión a no rendirse ni ante la evidencia, el Gobierno atribuirá tal vez la baja en las inversiones ultraterrenas de Amil al avance del laicismo y a la creciente pérdida de religiosidad de los españoles. Algo de eso podría haber, en efecto, dada la merma de feligresía que detectan las encuestas y las dificultades que la Iglesia tiene para formar suficiente personal cualificado con el que atender a todas sus parroquias. Mal haría la autoridad competente, sin embargo, en ignorar los claros signos de alarma que le llegan así desde las Bolsas terrenales como del más intangible pero no por ello menos revelador mercado de los prodigios que tan apropiada representación tiene en la romería de los Milagros de Amil. Súbditos del milagreiro Apóstol, los gallegos sabemos mejor que nadie hasta qué punto el dinero es una cuestión de fe universal que trasciende el ámbito de las creencias particulares de cada uno. Quienes duden de ese carácter místico y vagamente portentoso de los "cuartos" (dinero) no tienen más que traducir la leyenda "In God We Trust" (Confiamos en Dios) que luce en el frontispicio de las estampitas de San Dólar. De ahí que la actual crisis económica sea, esencialmente, una crisis de fe.
- Hemos perdido la confianza en los bancos, que son las catedrales de nuestro tiempo; y con ella
- la certeza de la santidad del dólar, el euro, el yen y demás corte celestial de las finanzas.
La caída de la recaudación en los Milagros del Amil no es más que una señal del infierno que espera a nuestros pecadores bolsillos.
Anxel Vence - "Faro de Vigo" - Vigo -16-Sep-2008
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