El hambre de ese país asiático por recursos naturales está causando más problemas en casa que en el extranjero.
No es una exageración decir que China tiene hambre de productos básicos.
Es inevitable que China consuma enormes cantidades de materias primas a medida que se desarrolla. Pero en vista de lo contaminado que ya está el país y la inquietud que está causando, debería contener su demanda.
El país tiene aproximadamente una quinta parte de la población del mundo; sin embargo, devora
- más de la mitad del cerdo del mundo,
- la mitad de su cemento,
- un tercio de su acero y
- más de una cuarta parte de su aluminio.
Está gastando 35 veces más en importaciones de porotos de soya y petróleo que lo que hacía en 1999, y 23 veces más en la importación de cobre; en realidad, China ha devorado cuatro quintas partes del incremento en el suministro de cobre del mundo desde 2000. Lo que es más, tiene cada vez más hambre.
Aunque el consumo de petróleo está bajando en Estados Unidos, el precio del crudo está alcanzando nuevos récords, porque la demanda de China y otras economías en vías de desarrollo aún está en alza.
La Agencia Internacional de Energía espera que las importaciones de petróleo de China se tripliquen para 2030. La demanda de esta nación asiática por materias primas de todo tipo está creciendo tan rápidamente y creando tal bonanza para los agricultores, mineros y petroleros, que las frases "mercado alcista" o "expansión cíclica" no parecen hacerle justicia.
En cambio, los banqueros han acuñado una nueva palabra: superciclo. No obstante, no todos los analistas creen que el voraz apetito de China por los productos básicos sea excelente. La queja más común se centra en la política exterior. En su esfuerzo por asegurar un abastecimiento confiable de materias primas, se dice que Beijing se está
- mostrando muy solícito con dictadores,
- está saqueando países pobres y
- socavando los esfuerzos occidentales por difundir la democracia y la prosperidad.
Estados Unidos y Europa, aseguran voces estridentes, están "perdiendo" África y América Latina. Este argumento ignora los beneficios que brinda esta avidez de productos básicos de China no sólo a los países pobres, sino también a algunos ricos, como Australia.
Las economías de África y América Latina nunca han crecido tan rápido. Es probable que ese crecimiento, a su vez, saque a más personas de la pobreza que los titubeantes programas de ayuda de Occidente. Además, China no es el único país que apoya a regímenes brutales. Confirman esto las tropas francesas diseminadas por África, algunas de las cuales hace poco entregaron un embarque de armas libias al hombre fuerte de Chad, Idriss Déby.
Un nuevo matiz
China podría -y debería- utilizar su influencia para contener a sus amigos más desagradables, entre éstos los gobiernos de Sudán y Myanmar. Y está empezando a hacerlo. Dejó de resistirse al despliegue de las fuerzas de paz de Naciones Unidas en Darfur, e incluso está enviando a algunos de sus propios ingenieros militares para que se unan a esta fuerza.
Wen Jiabao, Primer Ministro de China, pidió públicamente por la democracia en Myanmar, lo cual, aun cuando lo que entienden las autoridades chinas por democracia es distinto a lo que entienden los occidentales, es una medida osada para un gobierno que sostiene que no interviene en los asuntos internos de otros países.
Mientras más negocios haga la nación asiática con el resto del mundo, es probable que más matizada se vuelva su política exterior. Con todo, el hambre de China por recursos naturales está creando muchísimos problemas.
Sin embargo, la mayoría de éstos está en el país mismo, no en el extranjero. Este deseo creciente de productos básicos no se debe sólo a que su economía está creciendo muy rápidamente, sino también a que ese crecimiento se ha concentrado en las industrias que emplean muchos recursos.
Durante los últimos años ha habido un marcado desplazamiento de la manufactura liviana a la industria pesada. Por lo tanto, por cada unidad de producción, el país ahora consume más materias primas. Eso tal vez parezca un cambio menor, pero las implicancias son dramáticas.
- En primer lugar, ha estimulado el tipo de embrollos internacionales que ahora están causando a China tal desconcierto.
- De un modo más preocupante, está agravando la ya severa contaminación ambiental del país. La industria pesada necesita grandes cantidades de energía. La fabricación del acero, por ejemplo, utiliza el 16% de la energía nacional, en comparación con el 10% de toda la ciudadanía.
El combustible más común para la generación de energía es, lejos, el carbón. Por lo tanto, una mayor cantidad de plantas acereras y químicas significa más lluvia ácida y esmog, sin mencionar el calentamiento global. Estos problemas no son sólo inconvenientes, sino también un enorme estorbo para la sociedad.
Cada año
- provocan enfermedades a millones de personas,
- causan cientos de miles de muertes prematuras,
- destruyen producciones agrícolas y así sucesivamente.
Pan Yue, viceministro de la entidad de gobierno a cargo del medio ambiente, cree que los costos que impone la contaminación cada año ascienden a cerca del 10% del PIB.
No hay fuego sin humo
No es de extrañarse, entonces, que la contaminación sea la causa de más protestas y manifestaciones. Hubo alrededor de 60 mil sólo en 2006, según el recuento de las propias autoridades. Algunas son encabezadas no por débiles campesinos, sino por ciudadanos bien organizados de Shanghai y Xiamen, algo que debe espantar a los gobernantes. Y el potencial para que haya más crisis ambientales destructivas es grande:
- el norte del país ya se está quedando sin agua y
- los glaciares que alimentan sus ríos cada vez más pequeños se están derritiendo, gracias al calentamiento global.
El gobierno está consciente de estos problemas, y está tratando de abordarlos.
- Utilizó el Congreso del Pueblo de este mes para elevar el estatus de la entidad que dirige Pan Yue, convirtiéndola en ministerio.
- Aumentó las multas por contaminación,
- redujo los subsidios al combustible y
- eliminó las rebajas tributarias para la industria pesada.
- Igualmente, está promoviendo fuentes de energía más limpias, como molinos de viento y gas natural.
Sin embargo, a pesar de los esfuerzos desesperados por tener limpio Beijing a tiempo para los Juegos Olímpicos en agosto, los atletas todavía dudan de que el aire sea bueno. El maratonista más veloz del mundo, por ejemplo, amenazó con no participar en esa carrera debido a la contaminación.
Todos los planes ambientales del gobierno se están viendo socavados por una abundancia artificial de capital barato y por el entusiasmo de los burócratas por canalizarlos hacia industrias sucias. Los bancos, con la aprobación del gobierno, pagan intereses reales negativos a los depósitos, y así pueden hacer préstamos muy baratos a las firmas estatales. Muchas de esas empresas también se benefician con terrenos libres y pagan dividendos insignificantes al Estado, lo que deja una gran cantidad de dinero para invertir en fábricas más sucias.
Los depositantes y contribuyentes están subvencionando a las mismas industrias que están envenenándolos lentamente.
Es inevitable que China consuma enormes cantidades de materias primas a medida que se desarrolla. Pero en vista de lo contaminado que ya está el país, y la inquietud que está causando esa contaminación, debería contener su hambre de recursos. Una estrategia de desarrollo menos antieconómica sería más saludable.
The Economist - "El Mercurio" - Santiago de Chile -14-Mar-2008
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