Los bares y restaurantes de la rambla marplatense lo habían comenzado a sentir al promediar enero. Ahora son empresas grandes de la alimentación de ventas de consumo masivo que lo perciben con intensidad.
El sector textil proyectaba para este mes que sus ventas subiesen el 15%, pero deberían conformarse con una suba de 5%. Así las cosas, en estos días se empieza a sentir con nitidez que la inflación comenzó a moderar la expansión del consumo. Más allá de las discusiones por la forma de medirlo, la economía se mueve con un ritmo inflacionario del 15%. Y ese nivel le pone límite a la capacidad de consumo de salarios que pueden crecer por encima de la evolución del costo de vida, pero al ajustarse una vez al año en algún momento pierden capacidad de compra. La discusión sobre inflación y salarios tiene en estos días elementos novedosos para la Argentina.
Uno favorable es que la suba de precios de los productos que el país exporta no se detiene. Entre enero de este año y el mismo mes del año pasado aumentaron 58%, una cifra excepcional y que explica buena parte de la bonanza que vive la recaudación impositiva. Con los precios de la soja, el trigo, el maíz y los aceites por las nubes, se le hace fácil al Estado recaudar en forma creciente el dinero de las retenciones a las exportaciones. Más aún, cuando el dólar cae frente al euro y eso realimenta la suba en dólares de los alimentos a nivel mundial.
- Los productores ganan,
- el Estado recauda, y
- reparte una porción de esa recaudación,
en lo que constituye la cara positiva del momento económico.
Otro elemento a favor es que al caer el dólar a nivel mundial, la Argentina asiste a lo que podría considerarse una especie de devaluación sin devaluar. Manteniendo el dólar en torno a 3,17 pesos, el tipo de cambio, en realidad, cae frente al euro con lo cual las condiciones para exportar mejoran.
Una cara negativa es que a pesar de que la Argentina produzca alimentos y el Estado aplique retenciones a las exportaciones, una parte de la suba mundial de los alimentos impactará en el mercado interno.
Entre la cara positiva y la negativa hay un elemento novedoso a tener en cuenta y para el cual el Gobierno aún parece no tener respuesta.Hasta ahora, el discurso oficial se apoyaba en que el proceso inflacionario podría amenazar pero nunca poner en peligro la marcha de la economía.
Esa idea se sustentaba en la existencia de un robusto superávit fiscal que, según la teoría, serviría como dique de contención de desbordes.
Ayer, un informe del Estudio Bein encendió una luz amarilla al decir "tradicionalmente, una política fiscal de aumento del ahorro público resulta contractiva. Sin embargo, en la Argentina actual, en la que el aumento de la presión tributaria no recae sobre los residentes locales sino en forma indirecta sobre los residentes de China, India, que consumen nuestras exportaciones, el eje de la discusión cambia".
El concepto es interesante, porque demostraría que, más allá de los cambios metodológicos que se puedan hacer para medir la inflación, hay aumentos de precios que resultarán difíciles de frenar. Como un costo inevitable del fuerte impacto positivo de los altos precios internacionales de los granos, esa tensión inflacionaria parece llamada a quedarse. Encontrar una solución para moderar el impacto sobre el bolsillo de los gente sería más que tratar de barrer subas debajo de la alfombra. Desde fines del año pasado, los aumentos en
- taxis,
- prepagas,
- transportes,
- en aportes a las AFJP y a las obras sociales
fueron reduciendo posibilidades de consumo a las familias.Los aumentos salariales que cierran en estos días el Gobierno y los sindicalistas y que los empresarios refrendan del orden del 20% irán recomponiendo las posibilidades de consumo. Pero lo que el salario perdió, ya lo perdió.
Daniel Fernández Canedo - "Clarín" - 1-Mar-2008
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