Andan un tanto revueltas estos días las antiguas colonias de Ultramar a las que los españoles legaron la desorganización, el amor a la pereza y el vicio de pelearse entre sí por cualquier motivo e incluso sin el.
Fruto de esa ingrata herencia bien podrían ser los últimos movimientos de tropas en las fronteras de Ecuador y Venezuela con Colombia que tanto recuerdan a un culebrón en el que los tanques hubieran suplantado a los habituales Luis Alfredos y Jennifers.Noticias de este tipo suenan a broma, mayormente si están de por medio personajes sacados de una película de Woody Allen que, como Hugo Chávez, decretan la movilización de su ejército en un programa de televisión. No obstante, conviene tomarse el asunto en serio si se tiene en cuenta que un conflicto bélico puede surgir por el más nimio pretexto en aquellas atribuladas repúblicas. Algo en apariencia tan trivial como un partido de fútbol, por ejemplo, bastó para desatar un enfrentamiento armado entre Honduras y El Salvador hace ahora cuarenta años.Pugnaban las selecciones balompédicas de esos países por una plaza para el Mundial de 1970 en una eliminatoria a dos vueltas que exigió un tercer partido de desempate. Al parecer, el resultado de la contienda fue lo bastante insatisfactorio como para que los dos países decidiesen trasladar sus diferencias sobre el césped al más cruento campo de batalla de los ejércitos. La que se conoce como "Guerra del Fútbol" costó entre 4.000 y 6.000 víctimas durante los cuatro escasos días de refriega, además de introducir alguna variante en las viejas teorías estratégicas de Von Clausewitz. A partir de entonces, la guerra pasó a ser la continuación del fútbol -y no sólo de la política- por otros medios.En realidad, el deporte no fue sino un pretexto que les vino de molde a los dictadores de entonces para distraer la atención de sus hambreadas poblaciones. Tanto da si en Honduras o en la Patagonia, cierto tipo de gobernantes tienden a desviar la inquietud del pueblo por los problemas del país con alguna buena guerra que exalte sus bajos instintos nacionalistas. Así ocurrió, un suponer, con la de las Malvinas, organizada por la tenebrosa Junta Militar de Argentina para tapar el rastro de sus miles de desaparecidos y torturados. El patriotismo se convertía una vez más en el último refugio de los sinvergüenzas, de acuerdo con la sabia máxima del doctor Samuel Johnson. Jorge Luis Borges, que era argentino y por tanto un europeo de los que no descendieron de los incas o los mayas, sino de los barcos, solía hacer chanzas a propósito de la idea del nacionalismo bolivariano hoy recuperada por Chávez.
Dudaba el escritor porteño de que pudiese tener futuro un continente a menudo gobernado por autócratas que se hacen llamar "El Supremo", "El Primer Trabajador", "El Restaurador de las Leyes" o "El Hada Rubia". Y tal vez no le faltase razón.Se le olvidó decir, sin embargo, que también en la vieja y culta Europa fuimos quienes de engendrar payasos sanguinarios del tipo de Hitler, Mussolini o Stalin, además de inventar -y exportar- las dos grandes ideologías totalitarias del pasado siglo. No es raro que en las antiguas colonias europeas se reproduzca aquel drama en clave de farsa. Es parte de la herencia que les dejamos.Si acaso, los conflictos del otro lado del océano aportan detalles pintorescos tales que la existencia de una guerrilla marxista-leninista como la colombiana que se financia mediante el contrabando de narcóticos. Pero esas son meras pinceladas de color local exigidas por el colorido y el pintoresquismo típicos de los países del Nuevo Mundo. Sólo es de esperar que el actual culebrón prebélico de Ultramar se quede en mero amago y la sangre no llegue al río ni a las fronteras. Seguramente los gallegos, que algo tenemos de sudamericanos a fuerza de hacer las Américas, lo celebraríamos más que nadie.
Anxel Vence - "Faro de Vigo" - Vigo - 6-Mar-2008
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