La xenofobia, es decir el odio -o el miedo- al extranjero es un sentimiento tan antiguo como el mundo.
A veces suele confundirse con el odio racial, pero no es exactamente la misma cosa. Estos días, por ejemplo, asistimos a dos manifestaciones especialmente violentas de ese sentimiento de odio.
Uno se ha producido en Italia, un viejo país europeo, cuna de una gloriosa civilización que ha trascendido su influencia desde la antigüedad hasta hoy.
Y el otro, en Sudáfrica, un joven estado que nació de forma turbulenta a partir de la evolución de un régimen racista dirigido por una minoría de raza blanca en contra de una mayoría de raza negra.
Podría suponerse que tanto un país como el otro habrían sacado alguna enseñanza positiva de su propia historia, pero no ha sido así.
En Italia, el gobierno del renacido Berlusconi (una coalición de la derecha con ribetes neofascistas) prometió durante la campaña electoral mano dura contra la inmigración ilegal que pasaría a ser considerada como delito. No le dio ni tiempo a aprobar la reforma en el parlamento porque en Nápoles (ciudad donde por cierto también había prometido despachar asuntos oficiales tres días a la semana) una turba perfectamente organizada atacó y destruyó varios campamentos de gitanos de origen rumano. No hay pruebas, pero se sospecha, en voz alta, que el ataque fue planificado por la Camorra.
Esta organización mafiosa controla, entre otros negocios, los vertederos donde se vuelca la basura procedente del norte rico e industrial, y ha fomentado una huelga de los servicios de recogida que tiene a la comarca napolitana al borde del caos y en situación de emergencia sanitaria. Algún malicioso podría deducir que hay un pacto bajo cuerda entre la Camorra y Berlusconi en el que estaría contemplado que la organización mafiosa le apretase las clavijas a los inmigrantes ilegales y ahogase en basura la ciudad para después brindarle al presidente del gobierno una fulminante y espectacular operación de limpieza como salida a la crisis. Y todo ello a cambio de subvenciones a sus servicios de recogida de basuras y a las constructoras que edificaran en los terrenos antes ocupados por los gitanos. En cualquier caso demasiadas casualidades.
El brote xenófobo de Sudáfrica, en cambio, presenta un desarrollo distinto. Allí bandas de ciudadanos sudafricanos de raza negra asesinaron a 24 inmigrantes negros y obligaron a varios miles más a refugiarse en comisarías, iglesias y centros oficiales para evitar el mismo destino. Unos huían de la miseria y el hambre de sus países y otros les achacaban el aumento del paro y de la delincuencia.
El premio Nobel Desmond Tutu lanzó un dramático llamamiento para que parase la matanza entre hermanos y recordó que en los años terribles del régimen racista los países vecinos habían acogido a los surafricanos fugitivos.
La xenofobia, muchas veces, más que un sentimiento de odio al extranjero o a lo desconocido es una expresión de odio a la pobreza.
A no caer en ella, a no mancharse con ella. Y los que más cerca están de ella, más la odian.
José Manuel Ponte - "Faro de Vigo" - 24-May-2008
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