Conviene hilar fino y distinguir entre la mujer fatal y la que no es más que una simple buscona. Sutil para conservar las apariencias, la mujer fatal consigue el sometimiento del hombre que le apetece pero evita ser ella quien lo busque.
Su capacidad de seducción le permiten despertar en su objetivo un insuperable deseo de dar con ella. En sus planes, ni siquiera la suerte queda al azar. Una falsa sensación de agradable casualidad crea en el hombre la ilusión de haber hecho una conquista.
La mujer fatal suele operar por la noche. Se siente más segura, como si encubriese su moral la ambigüedad de la penumbra, como les ocurre a los cazadores furtivos, que le disparan de madrugada a los conejos del arcén después de haberlos inmovilizado con la luz corta del coche.
Suele tratarse de mujeres irregularmente bellas, pero en apariencia infelices, escépticas, amargas, desencantadas. Beben sentadas a solas en un taburete en la barra del bar, y mientras fuman, sólo expulsan por la boca la mitad del humo que hayan tragado.
¿Bellas? Con ciertas dosis de luz, lo son, sin duda, pero la suya es una belleza en precario, la residual belleza resultante de un grave contratiempo, quien sabe si la imponderable consecuencia de un viejo rencor, acaso el doloroso recuerdo de un hombre cuya ausencia le obligó a recortar sus fotos, sin descartar, claro, que en realidad se trate tan solo de una convincente interpretación para hacer creíble que está necesitada de ayuda y que podrías ser tú el único en condiciones de prestársela.
Si eso ocurre, no te lo creas, muchacho, pero tampoco te resistas. Si hay errores que vale la pena cometer, el de morder el cebo de la mujer fatal es uno de ellos. Muérdelo, amigo mío, hasta que se te quede pequeña la boca y blandos los dientes.
No te importe el dolor que se siente al picar, porque mientras dure lo tuyo con ella, descubrirás que hay ocasiones en las que incluso resulta sabroso el anzuelo.
Por supuesto, algún día te arrepentirás de haber sucumbido a la tentación, pero, ¡que demonios!, muchos recuerdos sólo valen la pena si dejan secuelas. Eso sí, necesitas darle conversación o estar al menos a la altura de sus interesantes silencios.
Ten en cuenta que así como las chicas buenas piensan, las malas, maquinan. Sobre todo, tómatelo con calma y no trates de apurar los acontecimientos. Acostumbrada a los atajos con curvas, a la mujer fatal sólo le corre prisa que no te precipites.
Tampoco hagas preguntas para las que esperes una respuesta creíble. La mujer fatal es sincera, pero jamás dice la verdad.
¿Cómo se entiende eso? Muy sencillo: Desde el punto de vista de la mujer fatal, entre la verdad y la sinceridad hay la misma sutil diferencia que entre decir que un hombre es gordo o que es robusto.
Es probable que te cuente su vida alterando el orden de los datos, pero eso tiene una importancia relativa y ni siquiera constituye un auténtico engaño. A fin de cuentas, es lo mismo que acertar el premio de la lotería con el error de haber cambiado en el vaticinio el orden de los números. Puede que la encuentres apetecible y hasta es probable que su perfume te cambie el olor del aliento, pero al mismo tiempo te parecerá distante, ya ves, apetecible, suculenta y, sin embargo, inalcanzable, como una reluciente fuente de camarones refrigerados al otro lado de un escaparate blindado, como un fajo de dinero enganchado en el resorte del cepo al fondo de una trampa para ratones.
Pero, repito, no te precipites. Planifica. Piensa un plan con cierta garantía de que no vaya a resultar fallido. En el fondo presientes que lo vuestro puede traerte malas consecuencias, pero algo dentro de ti te empuja a intentarlo.
Se siente uno como si le abrumase el apasionante dilema de subirse a un tren que se sabe de donde le alejará pero ignora a donde podría conducirle.
Habrás de sobreponerte a la duda y subir a ese tren, muchacho. Si sale mal, siempre te quedará la posibilidad de apearte y tomar un tren que regrese.
Hay ocasiones en las que el éxito no consiste en otra cosa que en saber administrar bien los errores.
Y del error de haberte liado la manta a la cabeza con una mujer fatal te puede redimir la idea de que de la vida, como de cualquier viaje en un tren nocturno, a veces sólo se recuerda con placer el sobrecogedor destello del descarrilamiento.
¿Qué la mujer fatal sólo trae complicaciones? ¿Y qué esperabas? ¿Esperabas acaso que por culpa de su compañía te aficionases a los helados de fresa?
¡Vamos! Lo verdaderamente extraño sería que una mujer así, amigo mío, te metiese en el cuerpo la afición al yoga y el vicio de no fumar.
Para eso, bastaría con que fueses de copas al bar de la Facultad de Medicina.
José Luis Alvite - "Faro de Vigo" - Vigo - 9-May-2008
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