jueves, 29 de mayo de 2008

Petróleo y estupidez

La estupidez es el único recurso del que los hombres pueden disponer de forma ilimitada. Se ve cada día, lo mismo en cosas pequeñas e intrascendentes que en asuntos de gran calado.
El último ejemplo, de carácter universal, de estulticia humana llevada hasta las últimas consecuencias lo encontramos en el petróleo.
El precio del barril de crudo se ha disparado en los últimos meses y
- no porque escasee o
- porque el consumo haya aumentado debido a la incorporación de India y China a la economía moderna
.
Eso sería comprensible y respondería a la ley de la oferta y la demanda.
El culpable, en gran medida, de la disparatada espiral alcista en la que se ha embarcado ahora el petróleo es el sistema de fijación de sus precios, inventado, curiosamente, por los propios países consumidores, y en el que poco importan
- los costes de extracción,
- transporte o
- mano de obra.
Hace tiempo que los mercados de materias primas de Londres y Nueva York dejaron de ser el soporte de las producciones futuras, y pasaron a convertirse en dos gigantescos casinos en los que los grandes fondos de inversión apuestan al rojo o al negro el dinero que han salvado de las debacles del sector inmobiliario y del dólar.
Algunos expertos dicen que un 60% del precio actual del petróleo -y estaríamos hablando de más de 70 dólares por barril- responde a factores meramente financieros.
Los especuladores, ya se sabe, son como las hormigas gigantes de la última película de Indiana Jones. De una en una resultan inofensivas, pero todas juntas pueden comerse a cuatro agentes del KBG, o paralizar durante tres años el crecimiento de las principales economías del planeta.
La OPEP fue creada en 1960 con el propósito de defender los intereses de los países productores por encima de cualquier otra consideración. En aquel tiempo, sin embargo, ni el más optimista de sus fundadores habría podido imaginar que serían los propios países consumidores los que se encargarían de subir artificialmente los precios del crudo.
Cosas del capitalismo salvaje. O quizá, simplemente, de la estupidez humana.

FERNANDO CORTÉS - "ABC" - Madrid - 29-May-2008

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