El exitoso rescate del crucero Ocean Nova, encallado en unos bajos rocosos frente al glaciar Mac Clary, en la Antártida, tuvo como principal protagonista un gallego: el buzo José Luis Barón Touriño, segundo comandante del Hespérides, el buque de la Armada destinado a misiones oceanográficas. De no ser por las revisiones que realizó en el casco este ferrolano criado en Pontevedra y por las instrucciones que transmitió a continuación al capitán del Ocean, probablemente sería la última travesía de este crucero. “Estaba seguro de que podría salir de las rocas con sus propios medios, y así fue”, relata.
José Luis conversó por teléfono con este periódico cuando el Hespérides, donde lleva embarcado desde diciembre, navegaba por el Mar de Bellinghausen, a 510 millas del Cabo de Hornos. Él es el único buzo a bordo y a sus 43 años cuenta con un abultada experiencia subacuática.
Pero es su primera misión en la Antártida, y gracias al incidente con el crucero, la primera vez que se sumerge en aguas tan frías. “Me había echado varias veces al agua cerca de un iceberg, pero sin botellas; sólo para ir comprobando la temperatura por si algún día tenía que meterme”, explica. Y ese día llegó el martes 17 de febrero, cuando el Centro de Salvamento de Usuhaia, “la ciudad más austral del mundo”–como se le reconoce en la Patagonia Argentina – reclamó ayuda para el crucero de bandera de Bahamas. En ese momento, el buque español estaba a unas 160 millas , muy cerca de donde se había producido un fenómeno de la naturaleza extraordinario: el desprendimiento de la plataforma de hielo Wilkins, una placa del tamaño de Euskadi fragmentada a causa del calentamiento global. “No llegamos a ver la placa en sí porque se había deshecho tanto que no pudimos avanzar más; los hielos nos rodeaban por completo”.Pero ante la llamada de socorro, el Hespérides puso proa de nuevo al sur. Al llegar a la zona, la posición que presentaba el casco, escorado a estribor, indicaba con claridad qué le había ocurrido. José Luis lo detalla: “Quedó encallado encima de unos bajos de piedra, en una zona bastante inaccesible. Primero varó en un sitio; consiguieron salir de ahí y fueron a varar a otro”. Según el buzo gallego, el crucero había fondeado para bajar a los turistas a ver las islas y recorrer la zona hasta que los vientos catabáticos –generados por los glaciares – les hizo desplazarse hacia atrás a toda velocidad “sin tiempo de reaccionar y acabaron en las rocas”.Antes de descartar el remolque había que comprobar si el casco presentaba grietas. Mientras tanto, los 71 pasajeros y parte de los 35 tripulantes fueron trasbordados a otro barco. Sin perder más tiempo, Barón Touriño se vistió una funda de licra y de forro polar. Sobre esta primera protección, un traje trilaminado, especial para soportar bajas temperaturas, como la que registraba ese día el agua, de -1º (en -1,8, el mar se congela). “En la primera inmersión comprobé el casco por el lado accesible, porque por el otro había piedra e iceberg. Vi que no había daños; que la hélice y el timón estaban intactos”. Pero la cámara subacuática que llevaba –el capitán le pidió que grabara el casco–, le falló y tuvo que volver a bajar. “El casco no tenía ningún daño y le dije que moviéndose hacia atrás con fuerza, y apoyándose con la hélice transversal de popa, moviendo el barco de lado a lado y dando de nuevo atrás con potencia podría salir de allí seguro. Le indiqué la zona libre de piedras para que maniobrara en esa dirección. Así lo hizo y salió sin problemas”, celebraba ayer desde la Antártida.
ALBERTO OTERO - "Faro de Vigo" - Vigo -21-Feb-2009
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