La receta mágica consiste en aplicar una agresiva política fiscal de estímulo de la demanda, financiada con deuda pública.
Así ya contamos con numerosos planes gubernamentales de estímulo de la economía. El más ambicioso lo acaba de aprobar el Congreso de los Estados Unidos, con un volumen de 789.000 millones de dólares (el equivalente del 5,5% del PIB); la Comunidad Europea auspicia un plan cuyo importe debe ascender a unos 200.000 millones de euros (1,5% del PIB de los Veintisiete).
De los Bancos Centrales se espera un apoyo adecuado, es decir, la bajada de los tipos de interés oficiales y, cuando los tipos hayan llegado a cero, el ‘relajamiento monetario’ mediante la compra de bonos del Tesoro y de empresas privadas. La Reserva Federal ‘cumple’ perfectamente con estas expectativas, el BCE le sigue, aunque con cierta reserva.
A los gobiernos no les debe preocupar demasiado que el déficit público se dispare hasta máximos históricos y unos niveles en relación al PIB que son a todas luces insostenibles en el tiempo. La factura la pagarán las generaciones venideras con subidas de impuestos y recortes sociales.
Los Bancos Centrales, por su parte, parecen estar seguros de su capacidad de esterilizar en el momento oportuno el exceso de liquidez que están creando ahora, de modo que nadie tiene por qué ponerse nervioso y temer riesgos de inflación y burbujas especulativas en el futuro. Ya veremos...
No hay que discrepar sobre la conveniencia de combatir una recesión que está afectando simultáneamente a todos los países industriales, y particularmente a las principales tres economías (Estados Unidos, Japón, Alemania).
- La contracción del PIB y el aumento del paro son tan fuertes que nadie sabe si los mercados se recuperarán por sí solos.
- La disminución de la capacidad productiva con respecto del crecimiento del potencial es tan intensa que no puede más que deteriorar los índices de confianza de las empresas y frenar la inversión en bienes de equipo.
- Al mismo tiempo, está cantada la notable pérdida de dinamismo de las grandes economías emergentes (China, India, Rusia), por lo que no existen suficientes amortiguadores en la economía mundial.
- No tendría sentido de arriesgarse a que esta recesión desencadene una larga espiral negativa hasta terminar en una gran depresión, como algunos temen.
Ahora bien, una cosa es justificar la política macroeconómica anticíclica, otra es la de dar por hecho su eficacia.
La radical política monetaria expansiva no garantiza la reactivación, como ya se ha visto en los últimos meses. Cuando existe tanta incertidumbre entre los agentes económicos y las expectativas futuras están tan por los suelos, como es el caso, los ánimos de muchos no están para realizar nuevos proyectos.
Las pérdidas continuas en las bolsas son fuente de un pesimismo generalizado. Por consiguiente, la demanda de crédito de empresas e individuos flojea, independientemente del precio del dinero y demás condiciones de oferta.
En cuanto a la política fiscal, la evidencia respecto de su eficacia no es unívoca. El Fondo Monetario Internacional, en un análisis incluido en el último World Economic Outlook, llega a la conclusión que el plan de estímulo podría funcionar, aunque los efectos positivos serían modestos en comparación con el impacto que tienen los ‘estabilizadores automáticos’ de los presupuestos, es decir, los déficit que provienen de la propia ralentización económica.
De hecho, el plan fiscal que el gobierno de Bush puso en marcha en primavera de 2008, con un volumen equivalente al 1,2% del PIB, no estimuló la demanda interna más que transitoriamente. Diversos estudios empíricos recientes ni siquiera corroboran la hipótesis sobre la eficacia de medidas discrecionales estimulantes.
Los problemas principales son los retrasos que surgen en los procesos de decisión e implementación, por un lado, y el cúmulo de medidas mal calibradas, por otro.
En los paquetes actuales, gran parte del déficit spending no se efectuará hasta el año próximo. Al contrario de lo que los políticos dicen, no son tantos los proyectos de inversión en infraestructuras que están ya configurados y cuya realización se podría adelantar en el tiempo.
Los estímulos al consumo de las familias, como una reducción del IVA o subsidios para la compra de coches o pagas extras por conceptos sociales, entre otros, tampoco darán el resultado perseguido si las personas beneficiarias, como ocurre, prefieren
- reducir su deuda o
- ahorrar en vez de gastar más o
- si compran productos importados, estimulando así la actividad y el empleo en el extranjero.
Llamadas políticas a practicar un ‘consumo patriota’ (Sebastián) son muestras de desesperación, al igual que cláusulas Buy American (Obama) y demás planteamientos nacionalistas (Sarkozy) a costa de países terceros. No se entrará en buen puerto distorsionando la competencia y los flujos de comercio internacional.
Al presidente Barack Obama le gusta evocar las políticas económicas que aplicó un antiguo predecesor suyo, Franklin Roosvelt, para combatir la Gran Depresión de 1929-33. El célebre New Deal tiene fama, también en Europa, de haber sido todo un éxito. ¿Es verdad?
En un reciente estudio, los profesores Lee Ohanian y Harold Cole, de la Universidad de California, revelan que aquellas políticas, por cierto muy intervencionistas y proteccionistas, prolongaron la depresión por siete años (ver “New Deal Policies and the Persistence of the Great Depression. A General Equilibrium Analysis”, Journal of Political Economy).
Sólo con políticas de demanda no se restablecerá la confianza en los mercados. Tienen que ir acompañadas de
- políticas de oferta que eleven el potencial de crecimiento de la economía a largo plazo.
- Con las reformas estructurales apropiadas se saldría reforzado de la crisis.
Según dijo una vez el genial escritor suizo Max Frisch (1911-91): “Una crisis puede ser un estado productivo. Sólo hay que quitarle el resabio de catástrofe”.
JUERGEN B. DONGES - Universidad de Colonia - "ABC" - Madrid - 23-Feb-2009
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