La política no es un juego, ni un enredo de ambiciones del que se puede prescindir, sino una condición esencial de la vida humana, que, como ya dijo Aristóteles, solo puede entenderse en sociedad.
Por eso la política existe y nos afecta aunque nos neguemos a hacerla. Cuando hablamos del sistema de pensiones, o de la educación y la sanidad públicas, estamos hablando de política.
Y cuando sentimos cerca el ácido aliento del paro, o una nueva regulación de la eutanasia o el aborto, también estamos hablando de política.
Aunque es cierto que a la mala política le debemos muchos desastres, no hay peor política que no hacer política. Y por eso resulta desesperante comprobar que en los tiempos de crisis todos los pueblos tienden a huir de la política para encomendarse a dioses menores, y que todos los demagogos aprovechan esta circunstancia para embaucar a la gente y proponerle un trueque satánico que desplaza a los políticos y jalea a los redentores.
El mejor test de calidad de unas elecciones es el análisis de los temas puestos en debate, con el que se puede evitar que nos solucionen los problemas que no tenemos mientras aparcan los que nos acucian. Y de ahí deduzco que, una vez aceptado que el futuro no se hace repartiendo el grano del granero, sino sembrando y recogiendo nuevas y abundantes cosechas, la campaña electoral que estamos viviendo en Galicia es la más decepcionante entre todas las que recuerdo. Porque, a pesar de estar viviendo la experiencia de la crisis, todos los gallegos -políticos y ciudadanos, nacionalistas y centralistas, tirios y troyanos- nos hemos embarcado en una vorágine de promesas y demandas que en nada se compadecen con la decadencia que nos acecha.
Aunque todas las verdades tienen su matiz, es evidente que la Galicia moderna se asienta sobre dos puntales de relevancia incuestionable:
- el éxito de la Unión Europea y
- la asignación extraordinaria de fondos de cohesión que hemos disfrutado desde 1990.
Y por eso debería constituir un tema central de nuestro debate el hecho de que, además de haber derrochado muchos recursos en políticas faraónicas o localistas que lastran el futuro, ambos puntales de nuestro progreso se están resquebrajando:
- uno porque sufre una grave e incomprensible parálisis política y económica, y
- el otro porque tiene fecha de caducidad inexorable.
Si hiciésemos buena política estaríamos hablando de esto, sabiendo que, sin una Europa fuerte, todos los mítines son puro laleo. Pero como lo que se lleva es volar bajo, lo más importante es debatir sobre el debate, y recorrer Galicia, como Andrade o Bo, repartiendo calderilla.
Porque los huecos que deja la política los cubre enseguida el electoralismo más craso.
Xosé Luis Barreiro Rivas - "La Voz de Galicia" - Santiago de Compostela - 16-Feb-2009
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