Falta menos de un mes para la cumbre del G-20 en Londres, y ahora todo el mundo se esmera para acudir a ella con propuestas concretas sobre la reforma de la arquitectura financiera internacional, como paso intermedio para salir de la recesión global que amenaza con devenir en una depresión profunda y duradera.
Da la sensación de que, como los malos estudiantes, los principales países tienen prisa por recuperar en el último momento el tiempo perdido desde la última reunión de esa formación G, a mediados del pasado mes de noviembre. Quizá hubiera sido mejor aplicar la metodología de Bretton Woods, en los años cuarenta: encerrar en un balneario a los sherpas de los grandes mandatarios, y no dejarlos salir hasta que no hubiesen logrado un acuerdo global (entonces costó 15 días). Ahora, dadas las tecnologías de la información y la comunicación (TIC), ese método hubiese sido instrumentalmente bastante más eficaz que en 1944.
Una de las regiones preocupadas por lo que sucede es América Latina. Olvidadas hace meses las veleidades que hablaban de poderse aislar de la que estaba cayendo (el famoso decoupling) y evitar el efecto contagio proveniente de Estados Unidos, la zona tiene dos tipos de problemas:
- el primero, cómo resistir en las mejores condiciones a una recesión que ya ha llegado a muchos países del subcontinente (y se acerca a los restantes) y a las incógnitas del sector financiero;
- el de más largo plazo, intentar resolver sus dificultades estructurales, aquellas que también estarían presentes aunque hubiese una coyuntura de crecimiento económico como la que América Latina ha disfrutado en los últimos años.
También América Latina pretende tener voz propia en la cumbre del G-20. Cuatro países participarán representándola: Brasil, México, Argentina y, en sentido amplio, España, si se la considera como integrante de la región geopolítica (aunque España habrá de escoger entre la vocación latinoamericana y a la europea, en caso de que se produzcan contradicciones, como por ejemplo los abundantes casos de proteccionismo).
La semana pasada, los ministros de Economía y Finanzas de América Latina, España y Portugal, participaron en Oporto en una reunión para intentar levantar esa voz única en el G-20 de Londres. Pero de la misma no salió una sola iniciativa concreta sobre la crisis financiera, sino el temor de que, ante la multitudinaria demanda de recursos monetarios desde Estados Unidos y Europa, no quedase dinero suficiente "para los países menores" (en palabras del ministro costarricense).
Entre los déficits estructurales de la zona están la gran frustración de la zona, que es la ausencia de una integración eficaz, más allá de la diversidad de foros existentes (Mercosur, Pacto Andino, ahora Unasur, etcétera) y la sustitución del Consenso de Washington por otro corpus ideológico que sustituya al primero, dado su deterioro mediático y su fracaso rotundo en las reformas de segunda generación (las relacionadas con las instituciones y con la existencia de un crecimiento económico acompañado de una cierta igualdad que traslade los beneficios del primero a la mayor parte de la gente).
Ahora se empieza a hablar de algo denominado muy incipientemente Consenso de América Latina y que contiene 10 mandamientos:
1- elecciones libres, limpias y periódicas;
2- estabilidad de los gobiernos y mejoramiento de las instituciones;
3- las altas tasas de inflación son inaceptables;
4- la sustentabilidad fiscal es necesaria;
5- el comercio internacional es vital para el desarrollo económico;
6- la desigualdad existente en América Latina es inaceptable;
7- la lucha contra la pobreza es prioritaria;
8- el empleo informal y precario debe reducirse;
9- el amparo social (seguridad social, salud, educación) debe ser parte integral de las sociedades; y
10-el medio ambiente debe ser preservado.
Este consenso es aún un poco tosco y tiene una gran diferencia respecto al de Washington: mientras que este último era un catálogo de medios, el nuevo es un listado de fines en los que sí hay acuerdo en la región, sean de la ideología que sean los gobiernos existentes.
El escollo está en la gran polarización (creciente) sobre las alternativas políticas para llegar a obtener esos objetivos.
Todo ello se puede concretar en "un nuevo concepto" que se abre paso en la región latinoamericana, frente al permanente déficit de ciudadanía:
- el de "ciudadanía exigible", la brecha entre los derechos existentes y los alcanzables.
JOAQUÍN ESTEFANÍA - "El País" - Madrid - 9-Mar-2009
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