HE oído la palabreja varias veces en los últimos días. La primera vez, me hizo gracia. La segunda, me intrigó. La tercera, me alarmó. Y cuando me puse a reflexionar sobre ella, me di cuenta de que, en efecto, España corre el riesgo de argentinizarse.
¿Qué significa eso?
Pues significa el desfondamiento de todas las instituciones
- gobierno,
- oposición,
- partidos,
- sindicatos,
- empresas,
- educación,
- justicia
- y el imponerse entre los ciudadanos el tristemente célebre «sálvese quien pueda», al no fiarse nadie de nadie.
Una quiebra, en fin, del moderno Estado de Derecho, con el gobierno el primero en incumplir las normas. Es lo que viene rigiendo en aquel país austral desde hace décadas, impidiéndole avanzar e incluso mantenerse en el nivel que le corresponde por su tamaño y recursos.
No voy a decir que España esté en esa situación. Pero que va por ese camino lo ve cualquiera que tenga ojos en la cara y un mínimo de frialdad para analizar lo que ocurre a su alrededor,
- con políticos agarrando el dinero que está a su alcance,
- sindicalistas burocratizados,
- empresarios paralizados,
- educadores que han tirado la toalla y
- jueces en la política o mediatizados por ella.
Así ya no extraña tanto que la ciudadanía empiece a no creer en nada y a pensar que todo está permitido.
Y, encima, la crisis, que no es sólo económica, sino también, o principalmente, de valores, de principios, de modelo y, en último término, de Estado, sin que nadie sepa cómo reaccionar.
¿Vamos a necesitar a alguien de fuera que nos diga cómo estamos, qué nos falta, qué necesitamos para salir del pozo?
Parece que sí. Panjaj Ghemawat, doctor por Harvard que enseña en Barcelona, declara sin miramientos: «La economía española necesita resetearse, replantearse».
¿No será España entera la que necesita replantearse?, nos preguntamos nosotros.
Porque, según Ghemawat, nuestro modelo económico «se parece al de los reinos de taifas, que comerciaban entre sí, mientras sus autoridades primaban su relación con el califato», representado en nuestros días por Bruselas.
Sin ir más lejos, Cataluña exporta a Aragón tanto como exporta a toda Francia. Sin embargo, las relaciones de la Generalitat con el Gobierno aragonés son mínimas y, a menudo, enfrentadas, como con el resto de los gobiernos autonómicos, ya que su interés se cifra en disputarles los recursos internos y en obtener la mayor proyección posible hacia el exterior.
Mucha política y poca economía, en suma. Díganme ustedes cómo se sale así de la enorme crisis económica que tenemos encima.
Por cierto, esa es también la fórmula infalible para argentinizarse: esperarlo todo del Estado, al tiempo que se le destruye.
Nosotros hemos empezado destruyendo la nación. Pero no se preocupen, todo se andará si seguimos por el mismo camino.
JOSÉ MARÍA CARRASCAL - "ABC" - Madrid - 16-Mar-2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario