La revolución de la derecha neoliberal consiste en aplicar la teoría de la selección natural a la sociedad. El que no pueda seguir, que se quede; el que no sea capaz de competir, que se entregue; el que tenga miedo, que huya. No pasa nada. El mercado acabará recomponiendo el equilibrio de las especies.
Así sucede en la selva. Los animales viejos, débiles o enfermos son sacrificados a la ley del más fuerte. Los neoconservadores aplican este principio a la economía y a la moral.
Ahora enarbolan con orgullo una triple divisa:
-somos los mejores;
-se acabaron los complejos;
-vamos a por ellos.
En este caso ellos son los izquierdistas, los equidistantes y los tibios en general. Se creen los mejores porque suelen ser vástagos de familias influyentes,
-han estudiado en colegios selectos,
-han hecho masters en las universidades más acreditadas,
-poseen buenos equipos,
-dominan la banca y las grandes empresas y
-algunos incluso tienen mucho talento.
Después de enmascarar tantos años de forma vergonzante la ideología de derechas bajo distintos paños civilizados, de pronto no sienten ningún complejo de sacar la cabeza de predador por el cuello de la camisa y exhibirla en el Parlamento, en los despachos y en los foros internacionales. A estos nuevos felinos se les suele ver encorbatados por la calle en grupo cuando abandonan la oficina a la hora del almuerzo y se dirigen al restaurante con el móvil en la oreja. Nunca dejan de cazar. Es probable que en ese momento estén devorando por teléfono a una presa débil, confiada.
También en la sabana el plato preferido los guepardos son los antílopes cojos. Los neoconservadores van a misa los domingos con toda la familia montada en el Patrol todoterreno, que aparcan en los aledaños del templo como en los porches del cortijo cuando van a matar venados en una montería. La iglesia los bendice, les cubre las espaldas e imbuidos por esta moral realizan una política de combate sin que les detenga ningún código con tal de aplastar al enemigo.
Del triple lema que los define, paradójicamente, la agresividad del grito ¡ a por ellos! es su flanco más débil. Porque trasladar a la política el espíritu de las cacerías al final todo lo contamina. El adversario acaba por contraatacar con las mismas armas y a los ciudadanos, que ya llevan a cuestas sus propios problemas de cada día, se les obliga a cargar con esta crispada contienda como una cruz de plomo de forma gratuita. Sólo por su aire colérico y montaraz la derecha puede perder las elecciones.
MANUEL VICENT - "El País" - Madrid - 20-May-2007
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