Una nueva paradoja: STIGLITZ lo ha puesto blanco sobre negro, una vez más: “El proteccionismo a veces puede ser una rémora, pero otras veces puede ser un elemento muy positivo”.
Sólo los fanáticos o los que defienden intereses muy concretos disfrazándolos de “interés general”, son partidarios de una absoluta libertad de movimientos de capitales en mercados imperfectos, plagados de oligopolios, con zonas fuertes y débiles y con los actores utilizando información asimétrica. Más allá de los discursos liberales, cuando llegan las amenazas, los países, las empresas y los ciudadanos se protegen.
En todo el mundo se intuye una ola de protección frente a las inversiones procedentes de gigantescos fondos de inversión con capital estatal en su interior. La diferencia respecto a otros momentos recientes es la multiplicación de casos. Hace unos meses, EE UU bloqueó la compra de la empresa petrolera Unocal por parte de una compañía energética china, e hizo lo mismo ante los intentos de una empresa de Dubai de quedarse con la actividad de cinco puertos norteamericanos. Idéntica reacción en Francia, que estableció una lista de 11 sectores estratégicos con protección administrativa cuando quisieron hacerse con el control de Danone.
Ahora, los ejemplos son cotidianos. El fondo de capital riesgo Blackstone ha sido penetrado por el dinero estatal chino, proveniente de las casi inagotables reservas que el gigante asiático posee, lo que significa que cualquier empresa en la que invierta o quiera invertir Blackstone puede tener en su seno al Gobierno chino. La pasada semana se ha sabido que Barclays, en su guerra por conseguir el control del principal banco holandés, ABN Amro, se ha fortalecido con el apoyo del China Development Bank, uno de los brazos financieros del Gobierno chino. Es tal la cantidad de divisas que poseen algunos de estos países emergentes (China, Rusia, India…) o vinculados al negocio del petróleo (Emiratos Árabes, Dubai…), que en el extremo podrían controlar, por ejemplo, todas las empresas del Ibex 35.
Además, algunos de estos países no ejercen la reciprocidad dentro de sus fronteras. La multinacional Gazprom anuncia su interés por invertir en Europa, pero al mismo tiempo, Putin impide que empresas multinacionales extranjeras tengan participaciones mayoritarias en industrias que Rusia considera estratégicas: Shell ha tenido que reducir su participación tradicional en algunos campos petrolíferos rusos. El fondo de capital riesgo Carlyle pretendía adquirir la mayoría del capital de la empresa china Yangzhou Chengde Steel Tube y ha tenido que quedarse con una participación simbólica, al haber decidido el Gobierno que esta siderúrgica era un activo estratégico.
La alarma se ha extendido ahora a Europa, comandada una vez más en este campo por el eje franco-alemán. Sarkozy ha puesto de moda una vez más el concepto de “protección” y Ángela Merkel ha planteado una iniciativa en el seno de su país que quiere extender al conjunto europeo para que no sea cada Gobierno quien establezca las limitaciones al mercado interior y éste se trocee aún más: proteger a las empresas de los fondos estatales extranjeros, a través de la creación de un organismo de control que podría prohibir aquellas operaciones que considerara peligrosas para el interés de la zona. Se trataría de encontrar un sistema de verificación de las inversiones procedentes de terceros países.
Todo ello no impide que la inversión extranjera directa haya seguido creciendo en el planeta. Como siempre, se trata de evitar que una sobrerreacción de barreras administrativas y jurídicas, motivada por el temor a la penetración de capital estatal (una nacionalización encubierta, ésta de matriz foránea, después de la etapa de privatizaciones generalizadas en el mundo), limite los factores positivos de la globalización para el crecimiento del planeta. Y todo ello, en el contexto del fracaso de la Ronda de Doha, después de seis años de negociaciones. Stiglitz dixit: “Cuando no hay una normal legal, lo que impera es la ley del más fuerte, y el país rico somete al país pobre”.
Joaquín Estefanía - "El País" - Madrid - 30-Ago-2007
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