La tarea y el placer no se concilian. El goce de la lectura supone gratuidad
Me ha tocado en suerte en las últimas semanas -a raíz de un proyecto de fomento al libro y la lectura- conversar con profesores acerca de lo poco y cada vez menos que se lee.Hay cierto acuerdo en que la causa principal es más una cultura en que prevalece la búsqueda del goce inmediato y fácil, que el precio o difícil acceso al libro. Porque la lectura tiene su goce, pero es pausado y moroso, y supone gratuidad.¿Qué placer es éste, y de qué modo nos tornamos insensibles a él? Daniel Pennac, en su ensayo "Como una novela", sostiene que ese goce surge cuando se satisface el deseo ancestral de escuchar historias bien contadas.Siempre, me atrevería a decir, desde que el hombre dispuso del don del habla en la caverna hasta el novelista y el cineasta contemporáneos (que van tan tomados de la mano), han existido seres humanos dotados del talento extraordinario de contar cuentos, de fabular, y siempre, también, se han reunido en torno a ellos personas que disfrutan escuchándolos. El deseo de oír ficciones que nos trasladen de nuestro mundo rutinario, que suspendan nuestra pertenencia a la realidad cotidiana, es esencial para definir nuestra privilegiada asociación con lo simbólico.Si usted o yo no sentimos ese deseo y, por ende, estamos cerrados (temporalmente, esperemos) al goce de la lectura, una enfermedad grave nos ataca.Pennac cree que la enseñanza del lenguaje y la literatura en los colegios o, mejor dicho, cierto modo de enseñarlos, al someterlos a una serie de análisis y áridas actividades, a sosas y permanentes evaluaciones, los convierten en mera tarea. Y la tarea y el placer no se concilian.
Su idea central es la necesidad de abrir un ámbito de gratuidad para la lectura, un espacio mental en que el potencial lector mantenga una holgura máxima, que propicie el despertar de aquélla como un don placentero. Ese pasear soberano por el libro lo resume en los siguientes derechos:
- el derecho a no leer;
- el derecho a saltarse páginas;
- el derecho a leer cualquier cosa;
- el derecho al "bovarysmo" (es decir, a la lectura ingenua, que busca la satisfacción inmediata de emociones y sensaciones);
- el derecho a no terminar el libro;
- el derecho a leer en cualquier parte;
- el derecho a releer;
- el derecho a "picotear";
- el derecho a leer en voz alta, y
- el derecho a callarse.
Los libros y los guardianes de los libros pueden matar el goce de leer.
La lectura debe ser rescatada de las garras de la estéril laboriosidad y, como contrapartida, regalarle un tiempo bueno (de calidad, no residual ni desgastado), para que se dé, acaso, esa lectura gozosa, emparentada con el saborear y, por eso mismo, excluyente de toda ansiosa premura.
Pedro Gandolfo - "El Mercurio" - Santiago de Chile - 25-Ago-2007
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