Para algunos es como mezclar el tocino y la velocidad. Para otros, son dos elementos inseparables. Cuando queda menos de un año para que arranquen los Juegos Olímpicos de Pekín, el Gobierno chino y varias organizaciones internacionales debaten sobre la necesidad de llevar el espíritu olímpico al terreno político. Según las autoridades del gigante asiático, los términos no tienen nada en común. Amnistía Internacional, sin embargo, critica que la comunidad internacional no presione al país de Mao para que abrace los Derechos Humanos. Sin duda, la riña está servida, y tiene poco que ver con aspectos deportivos. El próximo 8 de agosto, China encenderá el pebetero que pretende certificar la mayoría de edad de un país que busca un creciente protagonismo en la escena internacional. Será la culminación de una década de intenso trabajo. Primero para convencer al Comité Olímpico Internacional de la conveniencia de celebrar unas Olimpiadas en la capital china, y luego para convertir una ciudad tercermundista en una urbe vanguardista. Desde es punto de vista, el Partido Comunista puede estar contento. Los objetivos se han cumplido:
- los estadios están casi acabados,
- las infraestructuras listas para acoger una muchedumbre, y
- las calles acondicionadas para el sibaritismo occidental. Pero no es oro todo lo que reluce. En el aspecto organizativo, aún quedan grandes incógnitas:
- ¿Serán capaces las Autoridades de asegurar que los alimentos cumplen con las mínimas normas de seguridad?
- ¿Están los hospitales preparados para dar servicio a hordas que no entienden ni papa de chino y que exigen niveles tecnológicos avanzados?
- ¿Será posible eliminar la insoportable polución que, combinada con el intenso calor veraniego, convierte a Pekín en un infierno?
Sin duda, el Gobierno tiene en mente estas cuestiones prácticas, y pocos dudan de que se solventarán antes de que arda el pebetero. Pero algo muy diferente sucede con los Derechos Humanos, el fantasma que persigue a la República Popular desde la masacre de Tiananmen. De una forma u otra, el Partido Comunista se comprometió a llevar el tan manido espíritu olímpico al terreno de las libertades y de la práctica del poder. Según Amnistía Internacional, nada se ha hecho en ese sentido. Así lo demuestran los centenares de presos ejecutados el pasado año, y las torturas declaradas en sus centros penitenciarios. No obstante, el gobierno de Pekín ha garantizado a la prensa (internacional), que los periodistas podrán trabajar sin ninguna interferencia. En las ciudades en las que se lleven a cabo pruebas, claro. Y para que la objetividad de los metomentodos plumillas y fotógrafos no sean excesivamente críticos con lo que les va a rodear durante el mes en el que se celebrarán los Juegos Olímpicos y los Paralímpicos, el gobierno ha decidido poner en marcha una campaña de limpieza ciudadana. Pretende cambiar, por un tiempo limitado, las costumbres de los catorce millones de habitantes.
En definitiva, Pekín se convertirá en un inmenso escenario en el que los chinos serán actores y actrices encargados de proyectar la imagen que el Gobierno desea enviar al mundo. Así,
- Los taxistas reciben cursos acelerados de inglés, y se les aconseja no sacarse mocos o escupir por la ventanilla cuando lleven a un cliente. Incluso, los conductores podrán ser multados con dos días de suspensión si sus coches huelen mal.
- Los arrumacos públicos quedan también prohibidos, curioso teniendo en cuenta el carácter conservador de la población.
- Y muchos carteles indicativos han sido reemplazados para corregir las impresionantes faltas de ortografía en inglés. Hasta aquí todo es aceptable. Pero lo cierto es que la campaña de renovación incluye otros elementos, no tan exóticos y divertidos.
- La expropiación de miles de habitantes de los hutones, los pequeños barrios históricos de la ciudad, es uno de ellos.
- La prohibición de la mendicidad durante los Juegos, y
- La expulsión anunciada de los sin techo es otro.
Todo se ha hecho a la china: o sea,
- Pegando en cada puerta un cartel con la fecha en la que los inquilinos de las casas que se van a derribar, para dar lugar a gigantescos centros comerciales, tienen que abandonarlas.
- O sacando de la ciudad en camiones a los vagabundos.
Y eso es lo que no le ha gustado mucho a Amnistía Internacional. China concibe Pekín 2008 como su puesta de largo. La confirmación de su poderío económico y político. Nadie duda ya de que asombrará al mundo. Ni de que logrará lo imposible en el plano deportivo. Pero el Gobierno no quiere arriesgar ni lo más mínimo. Por eso, ha hecho las cosas de la mejor manera que concibe: la suya. Sin paliativos. Sin medias tintas.
- Si no llueve durante algunos días, enviará cazas a rociar las nubes para que suelten su carga.
- Si los grupos disidentes, como Falung Gong, deciden dar la tabarra con sus exigencias de democracia, cargarán contra ellos sin piedad.
Pero, conscientes de lo que eso conllevaría, prefieren hacer el trabajo sucio de antemano. Sin riesgos. Desafortunadamente para las autoridades chinas, la globalización que pretenden liderar también lleva consigo miradas críticas. Es evidente que los Derechos Humanos no se van a abrir camino en China de la mano de la antorcha olímpica. La verdadera incógnita reside en qué sucederá en el país una vez se apague la llama. Y existe cierto pesimismo al respecto. Muchos creyeron erróneamente que la celebración de unos Juegos Olímpicos implicaría la adopción de las reglas occidentales en todos los ámbitos. Todo indica que no va a ser así. La globalización ha despertado al Gran Dragón. Lo ha sacado de la pobreza. Y también le ha dotado del tamaño que le corresponde. Ya no se le puede toser con tanta facilidad. Y está determinado a permanecer en sus trece. Para eso China es Zhongguo, el reino del centro.
para algunos es como mezclar el tocino y la velocidad. Para otros, son dos elementos inseparables. Cuando queda menos de un año para que arranquen los Juegos Olímpicos de Pekín, el Gobierno chino y varias organizaciones internacionales debaten sobre la necesidad de llevar el espíritu olímpico al terreno político. Según las autoridades del gigante asiático, los términos no tienen nada en común. Amnistía Internacional, sin embargo, critica que la comunidad internacional no presione al país de Mao para que abrace los Derechos Humanos. Sin duda, la riña está servida, y tiene poco que ver con aspectos deportivos. El próximo 8 de agosto, China encenderá el pebetero que pretende certificar la mayoría de edad de un país que busca un creciente protagonismo en la escena internacional. Será la culminación de una década de intenso trabajo. Primero para convencer al Comité Olímpico Internacional de la conveniencia de celebrar unas Olimpiadas en la capital china, y luego para convertir una ciudad tercermundista en una urbe vanguardista. Desde es punto de vista, el Partido Comunista puede estar contento. Los objetivos se han cumplido:
- los estadios están casi acabados,
- las infraestructuras listas para acoger una muchedumbre, y
- las calles acondicionadas para el sibaritismo occidental. Pero no es oro todo lo que reluce. En el aspecto organizativo, aún quedan grandes incógnitas:
- ¿Serán capaces las Autoridades de asegurar que los alimentos cumplen con las mínimas normas de seguridad?
- ¿Están los hospitales preparados para dar servicio a hordas que no entienden ni papa de chino y que exigen niveles tecnológicos avanzados?
- ¿Será posible eliminar la insoportable polución que, combinada con el intenso calor veraniego, convierte a Pekín en un infierno?
Sin duda, el Gobierno tiene en mente estas cuestiones prácticas, y pocos dudan de que se solventarán antes de que arda el pebetero. Pero algo muy diferente sucede con los Derechos Humanos, el fantasma que persigue a la República Popular desde la masacre de Tiananmen. De una forma u otra, el Partido Comunista se comprometió a llevar el tan manido espíritu olímpico al terreno de las libertades y de la práctica del poder. Según Amnistía Internacional, nada se ha hecho en ese sentido. Así lo demuestran los centenares de presos ejecutados el pasado año, y las torturas declaradas en sus centros penitenciarios. No obstante, el gobierno de Pekín ha garantizado a la prensa (internacional), que los periodistas podrán trabajar sin ninguna interferencia. En las ciudades en las que se lleven a cabo pruebas, claro. Y para que la objetividad de los metomentodos plumillas y fotógrafos no sean excesivamente críticos con lo que les va a rodear durante el mes en el que se celebrarán los Juegos Olímpicos y los Paralímpicos, el gobierno ha decidido poner en marcha una campaña de limpieza ciudadana. Pretende cambiar, por un tiempo limitado, las costumbres de los catorce millones de habitantes.
En definitiva, Pekín se convertirá en un inmenso escenario en el que los chinos serán actores y actrices encargados de proyectar la imagen que el Gobierno desea enviar al mundo. Así,
- Los taxistas reciben cursos acelerados de inglés, y se les aconseja no sacarse mocos o escupir por la ventanilla cuando lleven a un cliente. Incluso, los conductores podrán ser multados con dos días de suspensión si sus coches huelen mal.
- Los arrumacos públicos quedan también prohibidos, curioso teniendo en cuenta el carácter conservador de la población.
- Y muchos carteles indicativos han sido reemplazados para corregir las impresionantes faltas de ortografía en inglés. Hasta aquí todo es aceptable. Pero lo cierto es que la campaña de renovación incluye otros elementos, no tan exóticos y divertidos.
- La expropiación de miles de habitantes de los hutones, los pequeños barrios históricos de la ciudad, es uno de ellos.
- La prohibición de la mendicidad durante los Juegos, y
- La expulsión anunciada de los sin techo es otro.
Todo se ha hecho a la china: o sea,
- Pegando en cada puerta un cartel con la fecha en la que los inquilinos de las casas que se van a derribar, para dar lugar a gigantescos centros comerciales, tienen que abandonarlas.
- O sacando de la ciudad en camiones a los vagabundos.
Y eso es lo que no le ha gustado mucho a Amnistía Internacional. China concibe Pekín 2008 como su puesta de largo. La confirmación de su poderío económico y político. Nadie duda ya de que asombrará al mundo. Ni de que logrará lo imposible en el plano deportivo. Pero el Gobierno no quiere arriesgar ni lo más mínimo. Por eso, ha hecho las cosas de la mejor manera que concibe: la suya. Sin paliativos. Sin medias tintas.
- Si no llueve durante algunos días, enviará cazas a rociar las nubes para que suelten su carga.
- Si los grupos disidentes, como Falung Gong, deciden dar la tabarra con sus exigencias de democracia, cargarán contra ellos sin piedad.
Pero, conscientes de lo que eso conllevaría, prefieren hacer el trabajo sucio de antemano. Sin riesgos. Desafortunadamente para las autoridades chinas, la globalización que pretenden liderar también lleva consigo miradas críticas. Es evidente que los Derechos Humanos no se van a abrir camino en China de la mano de la antorcha olímpica. La verdadera incógnita reside en qué sucederá en el país una vez se apague la llama. Y existe cierto pesimismo al respecto. Muchos creyeron erróneamente que la celebración de unos Juegos Olímpicos implicaría la adopción de las reglas occidentales en todos los ámbitos. Todo indica que no va a ser así. La globalización ha despertado al Gran Dragón. Lo ha sacado de la pobreza. Y también le ha dotado del tamaño que le corresponde. Ya no se le puede toser con tanta facilidad. Y está determinado a permanecer en sus trece. Para eso China es Zhongguo, el reino del centro.
Zigor Aldama - "DEIA" - Bilbao - 27-Ago-2007
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