El silencio de Dios que acusa en sus cartas privadas la beata Teresa de Calcuta -mirar al Cielo y no ver, escuchar y no oír- está en el principio de los tiempos religiosos. No hay debate teológico de altura que no haya buscado su propio lenguaje sobre esa realidad misteriosa que los creyentes llaman Dios, Alá, Yahvé, Buda, etc. De ser cierto que Teresa de Calcuta flaqueó en su fe, ello no quita sino que añade valor a una vida dedicada a los pobres con un tesón admirado en todo el mundo -premios de todas partes, incluido el Nobel de la Paz. Sencillamente, no tenía lo que en España llamamos "la fe del carbonero". Loada sea.
Hablamos, además, del sufrimiento humano. Cómo vivir entre pobres; mejor dicho, cómo sufrir injusticias, violencias o tragedias sin preguntarse adónde está Dios, o por qué calla.
Lo hizo incluso Benedicto XVI durante su visita al campo de concentración de Auschwitz: "¿Por qué, Señor, has tolerado esto?". Y lo preguntó de otra bella manera el filósofo alemán Teodoro Adorno: "¿Es posible hacer poesía después de Auschwitz?".
El problema de fondo es, para los creyentes, la incompatibilidad de dos atributos de Dios, de su dios: el de la bondad y el de la omnipotencia. Lo planteó el griego Epicuro, en una formulación que angustia siempre a los estudiantes de teodicea, en primero de seminario: Dios, frente al mal, o quiere eliminarlo pero no puede (1); o no quiere (2); o no puede y no quiere (3), o puede y también quiere (4). En el primer caso, Dios no sería omnipotente, en el segundo no sería bondadoso o moralmente perfecto, en el tercero no sería ni omnipotente ni bondadoso o moralmente perfecto, y en el cuarto Epicuro plantea la pregunta acerca de cuál es el origen de los males y por qué Dios no los elimina. Voltaire se preguntó lo mismo tras el terremoto que destruyó Lisboa en 1755.
Teresa de Calcuta debía pensar algo parecido ante la falta de respuesta a sus clamorosas llamadas de solidaridad. Dicen que era testaruda y muy malhumorada, a veces. Fue lo que más impresionó a Juan Pablo II, que inició con ella el proceso de santificación más rápido de la historia pontificia. El papa mismo recibió reproches por vivir en lujos. "Dar hasta que duela, y cuando duela dar todavía más", era el lema de Madre Teresa. Como para triunfar en Roma, o en un sistema capitalista que ni siquiera da a los pobres lo que le sobra.
Así que, ¿dónde está Dios cuando el hombre sufre? La pregunta está en la noche de los tiempos. La hace el propio fundador cristiano en la cruz, cuando grita: "Señor, señor, por qué me has abandonado". Y es, ahora dirigido a la jerarquía del catolicismo, el reto de los castigados teólogos de la Liberación, por los que Teresa de Calcuta declaró antipatía. Ahora se ve que se hizo las mismas preguntas, y que tenía iguales desánimos por el silencio del Dios liberador. Quizás pensó, también, como el poeta peruano César Vallejo, en nombre de todos los atropellados del mundo: "Yo nací un día / que Dios estaba enfermo / grave".
Los teólogos de la liberación claman contra el silencio de Dios, pero se duelen sobre todo por la falta de conciencia de la humanidad (jerarquías, poderosos, acomodados). Son rebeldes con causa sobrada. En cambio, Madre Teresa defendió, antes que nada, la fidelidad al magisterio de Roma. Debió sufrir mucho, como descubren sus cartas. También ella encontró la mayor pobreza moral, no en los arrabales de Calcuta, sino en los países ricos.
JUAN G. BEDOYA - "El País" - Madrid - 25-Ago-2007
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