"Menor razón hay para que los defectos y costumbres incultas y no moderadas que en estas nuestras indianas gentes halláremos nos maravillen y, por ellas, las menospreciemos, pues no solamente munchas y aun todas las repúblicas fueron muy más perversas, irracionales y en prabidad más estragadas, y en muchas virtudes y bienes morales muy menos morigeradas y ordenadas. Pero nosotros mismos, en nuestros antecesores, fuimos muy peores, así en la irracionalidad y confusa policía como en vicios y costumbres brutales por toda la redondez desta nuestra España".
Estas frases, escritas por Bartolomé de las Casas en su libro Apologética Historia Sumaria, reflejan que el descubrimiento y posterior conquista del Nuevo Mundo por parte de la corona española suscitaron una seria, cuando no acalorada, polémica intelectual, centrada en la humanidad y cristianización de los indios. El debate llegó a su punto culminante en 1550, cuando Carlos I de España ordenó la constitución de una junta que, formada por juristas y teólogos y reunida en Valladolid, escucharía los argumentos a favor y en contra del uso de la fuerza para incorporar a los nativos a las Indias españolas. Por una parte estaba Juan Ginés de Sepúlveda, un destacado humanista y experto en griego que justificaba la conquista y evangelización de los pueblos indígenas americanos. Frente a él se situaba Las Casas, que defendía los derechos de los pueblos indios y estaba a favor de su conversión pacífica.
Las Casas, a pesar de su fracaso en la controversia con Sepúlveda, se las arregló para representar a los indios ante la corte real y, de este modo, llamar la atención de la Iglesia y de la corona española sobre la aterradora disparidad entre los objetivos misionales del encuentro entre cristianos europeos e indígenas del Nuevo Mundo y la brutal explotación de los segundos a manos de los primeros. Las Casas consiguió proclamar la humanidad, racionalidad y libertad personal y colectiva de los pueblos indígenas. Además, su controversia con Ginés de Sepúlveda en Valladolid logró que las Nuevas Leyes de Indias de 1542, inicialmente concebidas para abolir el sistema de encomiendas (en virtud del cual trabajadores indígenas eran adjudicados a los colonos españoles, entendiendo que éstos les enseñarían la fe cristiana a cambio de su esfuerzo), siguieran en vigor. De este modo, el resultado de la llamada Controversia de Valladolid fue que los españoles siguieran teniendo en mente los derechos humanos de los indios.
En consecuencia, desde esta perspectiva, dicha polémica tuvo un gran impacto en las teorizaciones elaboradas por los europeos para tratar de comprender las diversas culturas indígenas del Nuevo Mundo. La Controversia de Valladolid inició un nuevo debate sobre el concepto de "civilización".
En el siglo III antes de Cristo, Aristóteles estableció una diferencia entre los grupos humanos regidos más por la razón que por las pasiones, llamados civilizados, y los bárbaros, entre los que la pasión se imponía a la razón. Para Aristóteles, era natural que éstos estuvieran supeditados a aquéllos. En 1500, Ginés de Sepúlveda aplicó esta teoría a los indios. En su opinión, eran una raza bárbara cuya inferior condición natural concedía a los españoles el derecho a hacerles la guerra. Por el contrario, Las Casas llegó a la conclusión de que, como los indios eran seres humanos racionales y civilizados, los españoles no tenían derecho a someterlos ni a la esclavitud ni a la guerra.
Aunque los juristas y teólogos de Valladolid no lograron instar de manera concluyente a Carlos I para que detuviera de modo definitivo todas las guerras de conquista en el Nuevo Mundo, limitándose a tratar de cristianizar pacíficamente a los indios, parece que la controversia entre Las Casas y Ginés de Sepúlveda sigue teniendo gran relevancia para europeos y estadounidenses en los debates actuales sobre los derechos del "otro". Su legado radica en la idea de que es preciso comprender y
abordar la situación del "otro" desde la propia perspectiva de éste.Hoy en día, Europa se enfrenta a una nueva Controversia de Valladolid. No es sorprendente que el debate sobre el islam y los musulmanes en Europa recuerde con frecuencia el argumento de Ginés de Sepúlveda: "Siendo por naturaleza siervos los hombres bárbaros, incultos e inhumanos, se
[negaban] a admitir la dominación de los que [eran] más prudentes, poderosos y perfectos que ellos [los españoles]". Al igual que en la polémica entre Las Casas y Ginés de Sepúlveda, el debate actual sobre Europa y el islam se enmarca en un contexto polarizado, en el que los que se consideran parte del mundo civilizado (los europeos) se ven a sí mismos en guerra con los nuevos bárbaros (los musulmanes). En consecuencia, dentro de este debate surge en Europa una concepción cultural dual, un punto de vista polarizado que enfrenta la cultura de los civilizados a la de los bárbaros. Es justo preguntarse aquí a quién le corresponde determinar quién es o no civilizado. En una ocasión en que a Mahatma Gandhi le pidieron su opinión sobre la civilización occidental replicó: "Creo que sería una buena idea". Con esto quería decir que la humanidad aún no ha concluido su misión civilizadora original.
Diez mil años no han generado mucha "civilización". Todavía nos enfrentamos a la pobreza, la tiranía y el fanatismo, que se esconden detrás de las civilizadas fachadas de la tecnología y el capitalismo. En cuanto a la idea de Europa como "fuerza civilizadora", su propia aparición como posibilidad y potencialidad en ese sentido se debe a otras culturas. Hace siglos que Europa lleva en la frente el concepto de interculturalidad, y omitirla u olvidarla sólo significaría que la historia del Viejo Continente se escribe y concibe en términos monoculturales. De ser así, Europa no sería una "buena idea" en el sentido en que Gandhi utilizaba el término civilización, es decir, entendiendo que designaba una cultura de la diversidad en proceso continuo, sino que, después de todo, seguiría siendo una "no idea". Es mucho más realista abordar la civilización europea desde el pluralismo que desde la singularidad. Hay muchas culturas europeas, ¡pero sólo hay una Europa y Europa es una buena idea! Europa es una trayectoria, no un destino. Al igual que la democracia, es un proyecto inacabado. Nos estamos engañando si proclamamos que hemos alcanzado una civilización europea. La civilización, como la democracia, es un ideal por el que merece la pena luchar.
Como la antorcha de un maratón de relevos, el proceso civilizador ha ido pasando de mano en mano, de una cultura a otra. Tanto Europa como el islam siguen contándose entre los principales pilares de la civilización humana. Al reconocerlo, Europa y el islam podrían entablar un intercambio dialógico, con el fin de aportar soluciones consensuadas a problemas como el fundamentalismo, el terrorismo, el racismo y la integración, colaborando especialmente en materia de creencias, acción y ciudadanía.
Si los europeos se sienten parte del destino de Europa y el Viejo Continente no tiene nada que temer del islam, en esta ocasión el resultado de la nueva Controversia de Valladolid no sólo será el reconocimiento de la "alteridad" de los musulmanes, sino la aceptación de que la diversidad cultural europea es algo legítimo. De este modo, uno podría ser un musulmán residente en Europa tanto como un musulmán europeo. No hay contradicción entre esos dos términos, y no habría que pedirle a nadie que eligiera entre uno y otro, ni obligarle a hacerlo. No hay que olvidar que el precio de una Europa plural y democrática no es ni la estrategia del miedo ni la política del odio. Es la cultura política basada en la moderación y la deliberación que Las Casas formuló de este modo en su Apologética Historia Sumaria: "... claramente parece no haber naciones en el mundo, por rudas e incultas, silvestres y bárbaras, groseras, fieras y bravas y cuasi brutales que sean, que no puedan ser persuadidas, traídas y reducidas a toda buena orden y policía y hacerse domésticas, mansas y tratables, si se usare aquel camino que es propio y natural a los hombres mayormente, a saber, por amor y mansedumbre, suavidad y alegría".
Si no tenemos en cuenta voces como las de Las Casas, podríamos terminar asumiendo la benevolencia de la civilización que Ginés de Sepúlveda propugnaba, respaldándola con la firme necesidad de controlar a los pueblos atrasados, por medios militares si es necesario.
RAMIN JAHANBEGLOO - Filósofo iraní - "El País" - Madrid - 29-Ago-2007
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