Vivimos un mundo en el cual las interrelaciones entre las cuatro esquinas del planeta son cada vez más intensas y complejas. En tal contexto, muchos invocan la insensatez de los nacionalismos centrados en las pequeñas comunidades. Sin embargo, la globalización no vuelve obsoletos los nacionalismos. Más bien todo lo contrario, les confiere aun un mayor sentido.
Un argumento clásico a favor de los grandes Estados es que estos generan un extenso mercado interno que permite aprovechar todo el potencial de las economías de escala. Los Estados Unidos son prototípicos a este respecto. Ya a finales del XVIII iniciaron la construcción de una sólida unión económica y monetaria que los condujo a ser la nación más próspera y poderosa del globo.
Sin embargo, cuando las barreras a los flujos de factores, información y mercancías se desmoronan, disponer de un mercado interno extenso deja de ser clave para el desarrollo económico. Los milagros de crecimiento de los tigres asiáticos (Corea del Sur, Taiwán, Hong Kong y Singapur) son prueba fehaciente. Todos son países relativamente pequeños y han basado su desarrollo en la explotación de ese gran mercado planetario puesto a su disposición por el fenómeno globalizador.
Lo superfluo de un gran mercado estatal interno es particularmente evidente si atendemos a la Unión Europea. El ránking de PIB per cápita de la UE-15 está liderado por cuatro países pequeños: Luxemburgo, Dinamarca, Austria e Irlanda. Durante cientos de años Irlanda fue una paupérrima región de la Corona británica. Han bastado ochenta años de independencia para que la República de Irlanda merezca el apelativo de El tigre celta .
No es el ser menudo lo que importa, sino algo frecuentemente ligado a lo chico: la homogeneidad. Los Estados pequeños suelen tener una distribución del ingreso y la riqueza más igualitaria y una composición étnica menos diversa. Ambos factores favorecen el desarrollo económico pues predisponen a las sociedades a invertir en bienes públicos -tales como la educación- y reducen los costes asociados a los conflictos redistributivos.
Corea del Sur tenía a finales de los cincuenta, y aún tiene, una distribución de la renta muy igualitaria. El Estado coreano realizó un ingente esfuerzo educativo y hoy es uno de los países con mayores logros educacionales del planeta.
Filipinas era muy similar a Corea del Sur salvo en su elevada polarización de la distribución de la renta. En el 2004, el PIB per cápita de Filipinas suponía el 22% del coreano.
Los países europeos que hasta hace bien poco tiempo tenían los mayores problemas de deuda pública eran Italia, que debe costear la redistribución entre el rico norte y el pobre sur, y Bélgica, la cual debe solventar el conflicto redistributivo entre flamencos y valones.
De los graves costes que supone la diversidad étnica para muchos Estados africanos mejor es no hablar.
Fernando del Río Iglesias - "La Voz de Galicia" - 29-Ago-2007
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario