FRANCIA parece deslumbrada por la figura de Nicolas Sarkozy. Lo demuestra la popularidad presidencial, que supera ya ampliamente el respaldo que obtuvo en las urnas. Acostumbrados a una clase política distante y poco dispuesta a adoptar decisiones de calado, los franceses han encontrado en él a un político con registros personales muy distintos a los conocidos hasta ahora. Por lo pronto, los numerosos gestos de proximidad hacia el pueblo que ha tenido desde su llegada al poder han introducido una novedad en la cultura política francesa. Ha mostrado a los ciudadanos un político de carne y hueso, alguien que se preocupa por los problemas cotidianos de la gente y que es capaz de interrumpir sus vacaciones presidenciales para presidir el funeral de un pescador fallecido en un accidente o, incluso, abrir debates tan polémicos como el la castración química de los violadores y pederastas, tomando postura pública ante él.
En este sentido, hay que tener en cuenta la novedad que ha supuesto Sarkozy en el seno de la democracia de masas francesa. Ha sido capaz de superar el frío formalismo institucional impuesto por el lenguaje de la República, así como la tradicional fractura social a la que han abocado buena parte de los discursos de confrontación partidista manejados por la clase política. Gracias a este cotidiano cuerpo a cuerpo con la ciudadanía, Sarkozy ha logrado dar a su imagen presidencial una aureola de sinceridad y cercanía que, a pesar de la deriva populista que potencialmente encierra, es indudable que los franceses aplauden, ya que han visto a un gobernante dispuesto a empatizar con sus problemas e inquietudes reales. Pero a estos hechos hay que añadir lo que, sin duda, es el principal activo de Sarkozy a los ojos de una sociedad que ha visto en él a alguien dispuesto a afrontar las reformas que Francia necesita y que en sus primeros meses en el Elíseo ha emprendido una ambiciosa política exterior en la que también trata de implicar a la Unión Europea para reactivar el proyecto de construcción continental.
Es precisamente su decidido voluntarismo reformador lo que los franceses más valoran, tal y como ya demostraron en las urnas al apoyar su programa presidencial y, después, al otorgarle la mayoría legislativa que lo hará posible. Las medidas adoptadas hasta el momento y, sobre todo, las que está dispuesto a impulsar a la vuelta del verano -liberalizar el mercado laboral, disminuir el peso de la función pública y los sindicatos- son las que finalmente parecen haber convencido a los franceses de que tienen ante sí a un político dispuesto a romper con el pasado.
Esto es, un gobernante comprometido con lo que piensa y resolutivo, decidido a materializar el proyecto por el que fue elegido y, por tanto, a cumplir la palabra dada. Por lo que se ve, toda una novedad en Francia, tal y como demuestran las encuestas. Ahora sólo queda saber si el idilio no será un amor de verano.
Editorial - "ABC" - Madrid - 25-Ago-2007
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