martes, 21 de octubre de 2008

Brasil es una amenaza ... o una excusa?

- Los suizos acuden a los emiratos árabes para evitar la caída de sus bancos.
- Rusia socorrió a un fondo soberano de Islandia.
- Larry Summers, ex secretario del Tesoro con Bill Clinton y tal vez el próximo, con Barack Obama, se pregunta si Irán no será, gracias a la fabulosa liquidez de sus recursos, un jugador decisivo del nuevo capitalismo.
- El castillo bolivariano de Hugo Chávez puede derrumbarse con el precio del petróleo.

¿Cómo será el mapa del mundo que emergerá de la crisis global de la economía?
Todavía es imposible encontrar entre los dirigentes argentinos a alguno que se esté formulando esa pregunta. Para la mayoría de ellos, el planeta parece encerrarse en una sola geografía: Brasil. Como tantas veces a lo largo de la historia, ese vecino es percibido como una potencia amenazante. Y, por lo tanto, como un excelente pretexto para enmascarar el debate económico nacional.
El empresariado industrial acaba de encontrar en la devaluación del real una coartada para pedir la devaluación del peso. Antes de la tormenta mundial, esa pretensión se asentaba en un argumento inaceptable para Néstor Kirchner: por culpa de la inflación el tipo de cambio ya no era competitivo.
Ahora que la culpa la tiene Brasil, y no esa "neocon" vertibilidad de 3 a 1 a la que se abrazaron los Kirchner, los empresarios vuelven a hablar de devaluación sin sentimientos de culpa.
Pero el Gobierno no se da por aludido. Escucha la preocupación con el mismo cinismo con que se la formulan: - si el problema es Brasil y no la rigidez del tipo de cambio,
- habrá que corregir las distorsiones con medidas sobre el comercio internacional.
La Casa Rosada presiona, entonces, para que en una cumbre del Mercosur se establezcan las barreras comerciales que neutralicen la devaluación brasileña.
La estrategia tiene fecha de vencimiento: el próximo 27, cuando se reúna en Brasilia el Consejo del Mercado Común, integrado por los ministros de Economía, los cancilleres y los presidentes de los bancos centrales del bloque.
Con la ironía propia de su profesión, los diplomáticos de Itamaraty intentaron adelantar el encuentro para el próximo jueves. Pero los ansiosos argentinos rechazaron el homenaje: hubo que mantener la fecha originaria porque varios invitados, entre ellos, Carlos Fernández, presentaron problemas de agenda.
Como esta nota no es una película de suspenso, se puede adelantar el final: la cumbre del 27 resolverá la aplicación de procedimientos ya existentes como los de la Comisión de Monitoreo del Comercio para corregir los desequilibrios imputables de manera fehaciente a la devaluación.
Con independencia de ese modesto resultado operativo, en la reunión se expondrán varias paradojas que obligan a repensar los efectos de la hecatombe internacional sobre las economías domésticas.
La Argentina deberá demostrar, por ejemplo, que existe una relación directa entre la devaluación del real e invasión de productos brasileños en su mercado. Sobre todo porque no se verificó lo contrario: en los últimos años la balanza comercial fue favorable a Brasil, a pesar de que el real se revaluó hasta una paridad de 1,56 con el dólar.
Los astutos brasileños recordarán también que cuando Eduardo Duhalde decretó una devaluación del 300%, Fernando Henrique Cardoso no pidió salvaguardas. Al revés, envió a su ministro Sergio Amaral a Buenos Aires para declarar la solidaridad incondicional con la Argentina con tal de que Duhalde no sepultara el Mercosur al dolarizar la economía.
Después de todo, Cardoso también había decidido, el 13 de enero de 1999, una devaluación del real del 32%, sin demasiada consideración por el golpe que produciría sobre Carlos Menem y su convertibilidad. Eso sí, el presidente-sociólogo ordenó después que su país se abasteciera de trigo en el mercado argentino para restablecer el equilibrio en la balanza comercial.
A pesar del gesto, Menem ya no habló más de "mi amigo Fernando Henrique", sino del "presidente de Brasil". Aquella devaluación de 1999 ilumina la de estos días por su principal diferencia:
- la actual, que comenzó siendo del 47 % y llegó al 32% el viernes pasado, convive con una extraordinaria asfixia financiera.
Es decir,
- mientras los industriales argentinos alarman a Cristina Kirchner con la eventual oleada de importaciones desde Brasil,
- en ese país toman medidas de emergencia para que la retracción del crédito no haga colapsar las exportaciones.
El 80% de la producción brasileña dependió hasta ahora de un financiamiento externo que fue estrangulado por la crisis. Por eso el BNDES prometió US$ 2500 millones a los exportadores y el Banco Central redujo los encajes a las entidades que liberaran recursos en la misma dirección.
En Brasil, las compañías participan del calvario universal porque, como dijo el economista Ragnar Nurske ante la Sociedad de las Naciones durante la Gran Depresión, "el crédito internacional es un paraguas que tomamos cuando hace buen tiempo, pero que debemos devolver cuando comienza a llover".
En este contexto, el ministro Guido Mantega discute con los analistas,ayer lo hizo en una entrevista con Folha de São Paulo, si la caída del crecimiento será en su país de 2 o de 3 puntos.
Tal vez el gobierno y el empresariado argentinos deban modificar su perspectiva y discutir qué estrategia seguirán si se enfría más de lo previsto la economía de Brasil, que consumió en el primer semestre de este año el 36,6% de las manufacturas locales.
La cautela brasileña frente a las pretensiones argentinas esconde también razones políticas. El próximo domingo, se realizará la segunda vuelta en las elecciones municipales y el gobierno de Lula está amenazado en San Pablo, Río de Janeiro y Belo Horizonte.
Después, se lanzará una carrera a la Presidencia entre José Serra (PSDB) y Dilma Roussef (PT), que son más proteccionistas que sus padrinos, Fernando Henrique y Lula.
Que Brasil desaparezca como excusa para quienes quieren devaluar y para quienes se resisten a ello, no implica que el debate cambiario se haya agotado en la Argentina.
Alguien insospechable de heterodoxia, como Ricardo López Murphy, sostiene que ante la caída en los precios de las commodities y la devaluación de las monedas con las que interactúa, la economía argentina debería dejar flotar el tipo de cambio hasta niveles muy superiores al actual.
Un estudio privado determina que, con la tonelada de soja a US$ 350 y el dólar a $ 3,20, el superávit primario es decir, los recursos para saldar la deuda no superaría el año que viene el 2%.

Conclusión
La devaluación del peso no es sólo una salida para industriales poco competitivos; también lo es para economistas preocupados por la solvencia del Tesoro.
Ese diagnóstico se extiende cada vez más en la oposición, mientras el oficialismo se encierra en una ortodoxia que hubiera sido saludable en un contexto expansivo que duró siete años, pero ya terminó.
Carlos Pagni - "La Nación" - Buenos Aires - 20-Oct-2008

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