Lampedusa en Washington.
EL capitalismo lleva dos siglos en crisis, y en ese tiempo se ha engullido a unas cuantas doctrinas y sistemas alternativos, incluido el socialismo, cuyos certeros análisis de partida nunca estuvieron a la altura de su praxis política ni económica.
La capacidad de adaptación capitalista ha demostrado ser muy superior a la de sus competidores; ha escapado
- de guerras calientes y frías,
- de revoluciones muy combativas y
- de períodos de zozobra surgidos de sus mismas entrañas, que sin duda han sido los más peligrosos porque comprometían su propia lógica.
- Ha sobrevivido a crisis industriales y monetarias, demográficas y geoestratégicas.
Las contradicciones que denunció Marx no lo han podido tumbar porque siempre ha encontrado el modo de superarlas mediante un ejercicio de evolución constante que incluye lo que Schumpeter llamó la «destrucción creativa»: la propiedad de reinventarse a través de sus conflictos, problemas y hasta catástrofes.
Al final quizá se trate de algo tan simple como la consustancialidad de la propiedad, el mercado y el progreso con ciertos impulsos de la condición humana.
Quizá por eso la izquierda contemporánea sólo aspira ya, ante la evidencia de una crisis de proporciones descomunales, a la refundación del sistema; el posmarxismo socialdemócrata ha renunciado a la antítesis dogmática para conformarse con una síntesis de adaptación, una cirugía reparadora que puede acabar siendo más plástica que reconstructiva.
La retórica progresista aprovecha el desplome financiero para tomarse una venganza dialéctica y retrospectiva por el fracaso del «socialismo real», apostillando las taras e imperfecciones manifiestas con munición verbal de fogueo y reclamaciones abstractas de superioridad ética frente al liberalismo, pero a la hora de la verdad los líderes del izquierdismo moderno pierden el culo por apuntarse al presunto comité de salvación, liderado por los próceres de la derecha clásica; en vez de predicar la abolición definitiva que se deduciría del descalabro, quieren ser los primeros en alumbrar las reglas que apuntalen el tambaleante marco de juego.
La revolución puede esperar; ahora se trata de retocar el orden convulsionado para sostener el poder de administrarlo.
Como la política actual es mucho más gestual que operativa, más cosmética que competente, no cabe esperar de la cumbre de Washington demasiados saltos cualitativos; para empezar, va a haber allí demasiada gente para que surjan acuerdos estructurales sólidos, y la mayoría de los asistentes aspira más al bloqueo que a la iniciativa.
En Bretton Woods fue posible el impulso porque eran pocas potencias las que tiraban del carro y además estaban ultimando una guerra, pero el mundo es ahora más complejo, más líquido y menos manejable; por ende, los mecanismos de la economía global no obedecen ya sólo a los mandos del poder político.
Lo más probable es que se atengan a un lampedusiano arreglo de mínimos: que algo cambie para que todo siga igual.
Pero para algunos, aunque hasta ayer celebraban la caída del imperio del mal y el merecido castigo de la codicia, lo importante es ahora salir sacando pecho en el retrato de familia.
IGNACIO CAMACHO - "ABC" - Madrid - 26-Oct-2008
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