Hay otra América, una América que no votará el próximo cuatro de noviembre. Distinta, que no distante. Una América a la que nos unen lazos y vínculos extraordinarios. Una América herencia de su pasado, errante en lo político y débil en lo económico, que quiere mirar hacia el futuro con un presente huérfano de esperanzas y múltiples engaños.
Una América que se debate entre el populismo y la socialdemocracia de los setenta y comienzo de los ochenta, en su inmensa mayoría. Solo en unos pocos países, ni siquiera un puñado, gobiernan opciones conservadoras. La deriva populista está presente. Pero
- ¿por qué América bascula hacia ese populismo?,
- ¿cuál es la cultura política de América Latina? Y
- ¿por qué a lo largo de sus dos siglos de independencia, caudillajes y personajes autoritarios, sean de izquierda, sean de derechas, significativamente militares, se han prodigado y perpetuado?
América Latina busca su propia identidad, su personal camino, su independencia real. Que la dejen o no, es otra cuestión, máxime por parte de las distintas y sucesivas Administraciones norteamericanas que siempre han vetado toda posibilidad de integración que no esté en consonancia con sus intereses.
El populismo es una nueva forma de autoritarismo disfrazado de hueca retórica. Ahonda la fractura social, polariza los antagonismos, los azuza con maestría y fomenta redes clientelares, sobre todo entre las clases más bajas a las que se subvenciona y hasta la vida misma se hace depender del partido más que del Gobierno.
Una y otra vez el esquema se repite entre los países de América Latina. La consigna es clara, las formas también.
- Primero, fidelizar a los propios, adoctrinarlos que no educarlos, luego confrontarlos con las viejas élites económicas y conservadoras, mitigando de paso la clase media, difuminándola, diluyéndola.
- Acto seguido, reformas constitucionales, uno tras otro de los países sobre todo bolivarianos, esa suerte de chavismo expansivo a merced del petróleo y la financiación de los partidos gubernamentales de todos estos países, se lanzan a esas reformas que ahoguen una inexistente separación de poderes, multiplicándolos incluso, creando los poderes del ciudadano y del electorado en textos constitucionales que rebasan incluso los cuatrocientos artículos y perpetúan vitaliciamente la reelección del presidente.
- A continuación prohibición o anatematización de algunos partidos, normalmente opositores, censura y control de los medios de comunicación. Iglesias que callan y miran hacia otro lado. Iglesias que también condenan en un ambivalente y complejo juego de equilibrios.
- Arbitrariedad,
- abuso de poder,
- quiebra de todo derecho y toda moral.
Este es el ADN del populismo, la falsa redención de América Latina. Una América víctima
- del mercantilismo europeo y occidental,
- de un jacobinismo confundido de liberalismo y
- un trasnochado pensamiento gramsciano que han hecho de ella a lo largo de todo el siglo XX el escenario macabro de la ausencia real de libertades entre revoluciones de izquierda y autoritarismos de derecha.
¿Es propensa América al caudillismo?,
- ¿por qué la gente corriente lo tolera, como también se hizo en la España de Franco o en la Alemania hitleriana?
Pues todos, unos y otros, eran gente corriente que
- o estaban con esos regímenes
- o callaban y miraban hacia otro lado escudados
- en el miedo,
- en el silencio y
- la cobardía moral.
Hablamos de democracia, pero
- ¿qué democracia es esa que
- vulnera los derechos,
- confunde partido con Gobierno,
- anula e instrumentaliza el Estado?
El populismo no es democracia; es una forma subrepticia de autoritarismo, de ausencia real de libertades y derechos, que no nos confundan.
Abel B. Veiga - "La Voz de Galicia" - Santiago de Compostela - 30-Oct-2008
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