Hace 165 años, un empresario escocés expuso sus planes para un periódico. El punto de partida de James Wilson fue "una reflexión melancólica":
"Si bien la riqueza y el capital han ido creciendo rápidamente" y las ciencias y el arte "haciendo los milagros más sorprendentes", todas las personas en general se vieron marcadas "por características de incertidumbre e inseguridad".
La solución de Wilson fue la libertad [N. de la R.: Wilson fundó The Economist en 1843]. Comprometió su empresa con la lucha
- no sólo contra las leyes proteccionistas del grano
- sino también contra los intentos por levantar "barreras para las relaciones, desconfianzas, animosidades y rencores entre los individuos y las clases en este país, y nuevamente entre este país y todos los otros".
Desde entonces, The Economist ha estado del lado de la libertad económica.
Ahora la libertad económica está recibiendo ataques y el capitalismo, el sistema que la encarna, está a raya.
Esta semana Reino Unido, donde nació la privatización moderna, nacionalizó gran parte de su industria bancaria; mientras tanto, en medio de declaraciones sobre el fin de la era Thatcher-Reagan, el gobierno estadounidense prometió destinar US$ 250 mil millones a sus bancos.Otros gobiernos están volviendo a regular sus sistemas financieros. Los asiáticos señalan que occidente parece estar desplazándose hacia su modelo más 'dirigista': "Los profesores tienen algunos problemas", manifestó un líder chino hace poco.Los intervencionistas están en plena persecución: "La autorregulación terminó", sostuvo Nicolas Sarkozy de Francia. "El dejar hacer terminó". No todas las críticas son tan poco sutiles (los más precisos se centran en aumentar el rol del Estado sólo en las finanzas), pero todas las señas están apuntando en la misma dirección:
un rol más grande para el Estado y uno más pequeño y restringido para el sector privado.Esta publicación espera profundamente que esto no suceda. Durante el último siglo y medio el capitalismo ha demostrado su valor para miles de millones de personas. Las partes del mundo donde ha florecido han prosperado; las partes donde se ha marchitado han sufrido.
El capitalismo siempre ha engendrado crisis, y siempre lo hará. El mundo debería utilizar la última, por devastadora que sea, para aprender cómo manejarla mejor.
Defensa de la libertad
En el corto plazo, la defensa del capitalismo significa, en forma paradójica, la intervención del Estado. Existe una sensación justificable de indignación entre los votantes y empresarios (y en realidad liberales económicos) que ahora se tengan que gastar US$ 2,5 billones de los contribuyentes en una industria sumamente recompensada.Sin embargo, el salvavidas global es pragmático, no ideológico.
Cuando Francois Mitterrand nacionalizó los bancos franceses en 1981 lo hizo porque pensaba que el Estado los manejaría mejor. Esta vez los gobiernos están comprando bancos (o acciones en ellos) porque creen, con razón, que se necesita capital público para mantener el crédito en movimiento.
Espejo retrovisor
Es inevitable que la línea entre los gobiernos y los mercados se mueva en el corto plazo hacia los primeros. El sector público y su deuda tomarán una parte más grande de la economía en muchos países. Pero en el largo plazo mucho depende de cómo se asigne la culpa por esta catástrofe. Los defensores del capitalismo tienen que abordar dos tipos de críticas. Una tiene más solidez que la otra.
- El argumento más débil, populista, es que el capitalismo anglosajón fracasó. Los críticos sostienen que el "consenso de Washington" de desregulación y privatización, que aconsejaron con aire de superioridad EE.UU. y Reino Unido a los gobiernos sumidos en la oscuridad en todo el mundo, llevó realmente a la economía mundial al borde del desastre.
Si esta idea continúa ganando terreno, los políticos de Beijing a Berlín se sentirán justificados a resistirse a las acciones tendientes a liberar el movimiento de bienes y servicios dentro y entre sus economías.De hecho, lejos de fracasar, la reducción general de las "barreras para las relaciones" durante los últimos 25 años ha producido riqueza y libertad a gran escala.
Se ha sacado a millones de personas de la pobreza absoluta. Incluso si se considera la crisis crediticia, esta década perfectamente podría ver el crecimiento más rápido en el ingreso global per cápita en la historia.
- Un segundo grupo de críticos se centra en la desregulación en las finanzas, más que en la economía en general. Este punto tiene mucho más mérito. Las finanzas necesitan una regulación. Siempre han sido proclives al pánico, las quiebras y las burbujas (en la época victoriana esta publicación se estaba quejando por las acciones de ferrocarriles, no los precios de las casas). Debido a que el resto de la economía no puede trabajar sin ellas, los gobiernos siempre han estado fuertemente involucrados.
Desafortunadamente otra lección de la historia es que en política la razón económica no siempre prevalece; especialmente cuando la mejor predicción posible para una mayoría de países es una corta recesión. Se vislumbran "las barreras para la comunicación, las desconfianzas, las animosidades y los rencores".Sin embargo, esto no tiene que ser así. Si se manejan bien los salvavidas, los contribuyentes podrían terminar sacando provecho de su renuente inversión en los bancos.
- Si los reguladores aprenden de la crisis, podrían manejar mejor las finanzas en el futuro.
- Si se evita lo peor, la sana hostilidad popular a un Estado fuerte que normalmente invade las democracias debería reafirmarse.
El capitalismo está a raya, pero aquellos que creen en éste tienen que luchar por él.
A pesar de todas sus fallas, es el mejor sistema económico que el hombre ha inventado.
The Economist - "El Mercurio" - Santiago de Chile - 17-Oct-2008
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