viernes, 10 de octubre de 2008

El futuro del capitalismo

AUNQUE el contexto político y socioeconómico sea muy diferente al de 1929, no resulta exagerado suponer que la actual crisis financiera -la Bolsa de Nueva York se hundió ayer al perder más de siete puntos justo un año después de que sus índices marcaran máximos históricos- tendrá también una influencia determinante en el futuro de las economías desarrolladas.
En el transcurso de pocas semanas, la opinión pública ha contemplado cómo los gobiernos adoptaban medidas intervencionistas que parecían impensables hasta hace poco.
- El «plan Paulson», que representa un rescate financiero cuya factura asciende a 700.000 millones de dólares, fue aprobado -con serias dificultades- en el Congreso de los Estados Unidos y cuenta con el apoyo expreso de los dos candidatos a la Casa Blanca.
- En el Reino Unido, otro país de tradición liberal, el sector público anuncia la compra de acciones de bancos privados para evitar su quiebra. Medidas análogas se adoptan en otros países, incluyendo el acuerdo de los «grandes» de la UE para una reforma del pacto de estabilidad y una garantía de socorro inmediato para las entidades con problemas de liquidez.
- Una actuación concertada de la Reserva Federal, el BCE y otros bancos centrales ha supuesto una rebaja simultánea del precio del dinero en medio punto. Después de una larga etapa de pasividad, incluso el Gobierno español anuncia un plan de compra de activos bancarios que podría llegar hasta los 50.000 millones de euros.
Aquí y en otros países, las autoridades pretenden transmitir confianza sobre la garantía de los depósitos bancarios ante el temor a un pánico contagioso.
Desde el punto de vista político, es significativo que -con algunos matices- partidos de distinta orientación ideológica estén de acuerdo en que el protagonismo del Estado resulta imprescindible. Se trata ahora de corregir ciertas disfunciones del sistema que amenazan con desequilibrar la estabilidad de una sociedad de clases medias.
En el ámbito de las ideas, es inaceptable abordar la crisis con un enfoque sectario.
- Sostener que estamos ante el fracaso universal del capitalismo, al que se identifica con una doctrina neoliberal simplificada al gusto de sus críticos, es una falacia desde todos los puntos de vista.
- No es lícito, por supuesto, definir el capitalismo como una selva de intereses particulares protegidos por un poder político puesto al servicio de las grandes empresas y entidades financieras, según la tesis trasnochada que todavía predica cierto sector de la izquierda.
- En rigor, ningún liberal sensato defiende la abstención total del Estado, puesto que en ocasiones como ésta se ponen en valor sus funciones básicas:
- establecer las reglas del juego y
- garantizar su aplicación eficaz.
No es en la teoría, sino en la práctica, donde han existido fallos, algunos clamorosos.
- Las llamadas administraciones «independientes»,
- los organismos reguladores y
- los propios bancos centrales
han sido incapaces de cumplir con eficacia su tarea decisiva de favorecer el juego limpio.
Costará tiempo y esfuerzo salir de la crisis, pero es obligado aprender la lección para que el sistema salga reforzado. Cerrar los ojos ante problemas que se veían venir o dejar que crezca una burbuja que va a explotar sin remedio son tácticas oportunistas y de corto plazo que no se deben repetir en el futuro. Para impedirlo, la economía global tiene que dotarse de mecanismos sólidos y rigurosos y no confiar en ocurrencias arbitrarias o trasladar las influencias del poder político hacia ámbitos que no le corresponden.
En cambio, es inaceptable, incluso ridículo, hablar de fracaso del capitalismo y de la libre empresa, un modelo económico que ha demostrado una y otra vez su mayor capacidad para crear y repartir la riqueza frente a los fallidos experimentos totalitarios.
Las economías estatalizadas y autárquicas dejan tras de sí un rastro de miseria y desmoralización que supone un lastre difícil de superar para los países que han padecido regímenes opresivos.
El mercado no es perfecto y será necesario analizar sus fallos, pero ninguna otra fórmula puede sustituirlo para permitir la existencia del progreso económico y la democracia constitucional
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Editorial - "ABC" - Madrid - 10-Oct-2008

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