A la espera de la refundación del capitalismo prometida por el presidente francés, Nicolas Sarkozy, cabe hacer un primer balance político de la hecatombe, no ya de ganadores y perdedores, porque todos pierden, pero unos más y de forma distinta que otros.
El primer perdedor, catastrófico, es el presidente George W. Bush, que recoge ahora la siembra económica, no sólo propia, sino que se arrastra desde Reagan en los ochenta, presidente que siempre fue su icono particular. Y eso que las advertencias estaban ahí; un ciclón que devastó Nueva Orleans, desprotegida de un Estado que no había considerado necesario el mantenimiento de sus diques; o en Reino Unido, un sistema ferroviario privatizado que probablemente es el peor de Europa, como legado de la señora Thatcher, tory e inspiradora del neolaborista Tony Blair.
El eterno debate entre la presunta eficacia, pero egoísta, de la iniciativa privada y la garantía de una cierta justicia, pero sin calidad asegurada, del servicio público se ha saldado hoy rotundamente a favor de la segunda.
Y esa refundación, innecesaria porque siempre ha tenido santo patrón -J. M. Keynes-, en lo único en lo que puede consistir es en "el regreso del Estado", no como paréntesis, sino como uno de los principales derechos humanos.
Perdedor también debería ser el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, que tiene la mala suerte de gobernar cuando se produce una gravísima quiebra de la prosperidad nacional. Carlos Solchaga dijo hace un tiempo que los españoles "habían sufrido un ataque de riqueza", y el despertar de lo que algunos podrán temer que sólo haya sido un sueño es tan duro que alguien tiene que pagarlo.
Pero el líder del PSOE, incansable en la maniobra, si logra meterse en ese abarrotado G y pico de Washington, habrá ya iniciado el contraataque.
Perdedores muy matizados tendrían que ser los responsables chinos y rusos, Hu Jintao y ese Jano al que podríamos llamar Put-vedev, porque ambos poseen reservas billonarias para capear la crisis; y también en ese paquete, pero con menos defensa, estaría el Irán de Ahmadineyad, aquejado de inflación galopante y ruinosos subsidios al consumo.
El caso de Hugo Chávez en Venezuela es contradictorio porque, al igual que Lula en Brasil, se beneficia del agujero pavoroso que se le ha abierto en América Latina a la credibilidad del neoliberalismo norteamericano, pero como señala The Economist, por cada 10 dólares que baja el crudo, Caracas deja de ingresar 5.000 millones al año, y por debajo de los 75 dólares el barril -ronda los 60- no alcanza para sostener el ritmo de importaciones, ni mucho menos financiar la protesta panamericana.
Las elecciones municipales y a gobernadores del próximo día 23 nos dirán cuánto ha afectado a la popularidad de Chávez la necesidad de apretarse el cinturón.
Perdedores aparentemente claros son Álvaro Uribe en Colombia y Alan García en Perú. El primero porque como no gane el republicano McCain perderá en lo político lo que ya está perdiendo en lo económico: la inversión extranjera; y el segundo porque presentado su país como la anti-Venezuela, el paraíso de los capitales en busca de mercado, parece difícil que pueda sostener el 8% o 9% de crecimiento de los últimos años.
Contrariamente a la sabiduría convencional que situaba a las economías emergentes medio resguardadas de una crisis sólo para mayores, América Latina sufrirá lo suyo, como ya simboliza Argentina, la economía tantas veces emergida y sumergida de nuevo, que tiene que nacionalizar el ahorro privado como si fueran los gananciales del matrimonio Fernández-Kirchner.
Para Sarko, como buen francés gran acuñador de palabras, la crisis no hará sino devolverle a su verdadera nacionalidad. El presunto liberal a la americana de su primer año de mandato ha dado paso a la social democracia corporativo-galicana de toda la vida.
Y sobre el premier británico Gordon Brown, aunque le haya venido Dios a ver con una hecatombe que le ha permitido sacar pecho y pedir que abran paso a los profesionales, dentro de un año nadie se acordará de ésta su finest hour.
El estado natural de las cosas seguramente es el sistema capitalista: la búsqueda del beneficio personal sin miramientos, mientras que el socialismo es una impostura del instinto, que en ocasiones se fabrica, avergonzado, el ser humano.
Pero ese grado mínimo de socialismo que por sí solo encarna la existencia de un Estado democrático interventor es todo lo que separa a la sociedad de la selva.
Ése es el socialismo del siglo XXI.
M. Á. BASTENIER - "El País" - Madrid - 29-Oct-2008
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