De pronto una parcela del mar se queda prácticamente sin vida. Son las llamadas zonas muertas, y en ellas la supervivencia está casi enteramente reservada a algunos arcaicos y privilegiados microorganismos, fósiles vivientes de la Tierra primigenia.
Los científicos llevan observando este fenómeno cerca de un siglo. Pero lo que era un problema esporádico se ha ido convirtiendo en una plaga: desde los años 60, el número de zonas muertas crece exponencialmente.
Ahora, un nuevo estudio publicado en 'Science' advierte de que la cifra ha aumentado un tercio entre 1995 y 2007, y se espera que vaya a más en un futuro condicionado por el cambio climático. Ya son 405 las zonas muertas detectadas en todo el globo, según las últimas estimaciones de uno de los mayores expertos en el tema, Robert Díaz, del Instituto de Ciencias Marinas de Virginia (EEUU).
"No existe otra variable de tanta importancia ecológica para los ecosistemas marinos costeros que haya cambiado tan drásticamente y en tan poco tiempo como el oxígeno disuelto", escriben Díaz y su colega Rutger Rosenber, de la Universidad de Gotemburgo (Suecia), en el citado trabajo. Para estos científicos, la hipoxia en el mar, es decir, la caída de los niveles de oxígeno disuelto, es "uno de los mayores problemas ambientales de hoy".
El origen está, una vez más, en la actividad humana (al menos en las zonas muertas registradas recientemente; también las ha habido naturales).
- Los residuos ganaderos,
- las emisiones de los automóviles,
- la quema de combustibles fósiles y
- principalmente los fertilizantes agrícolas
liberan grandes cantidades de fosfatos y nitratos, importantes nutrientes, que llegan arrastrados hasta el mar a través de los ríos y los vertidos, como muchos otros residuos.
- Una vez en el agua, esta materia orgánica provoca una eutrofización: fertiliza y nutre a las algas microscópicas y provoca un aumento descontrolado de su población. Pero el proceso sólo acaba de empezar.
- El fitoplancton, al morir, cae al fondo marino, y allí se convierte en un copioso banquete para las bacterias.
- Éstas, para descomponer su comida, absorben grandes cantidades del oxígeno circundante,
- lo que hace que quede menos cantidad de este gas disponible para los animales vecinos.
Mortandad de especies
La consecuencia más inmediata es una elevada mortandad de las especies bentónicas (del fondo marino). Pero éstas no siempre mueren por asfixia. A veces, si tienen la suerte de poder desplazarse, pero no la suficiente como para desplazarse muy lejos, optan por romper todas las reglas y abandonan, desesperadas, sus aguas frías y profundas para poder respirar en las aguas más cálidas de la superficie.
Sin embargo, fuera de su medio habitual, son pocas sus posibilidades de supervivencia. A su vez, las especies pelágicas (que viven mar adentro) ven reducido su hábitat cuando la hipoxia vuelve inaccesibles las aguas del fondo en verano, y se ven obligadas a compartir la zona de cría, con un impacto negativo en su población.
No obstante, quizás el efecto más dramático es el que ocurre sobre la cadena alimentaria: para muchas especies ya no hay comida, aun cuando se recuperan los niveles normales de oxígeno.
El fondo ya no es más que un mar yermo. Y la cadena de alteraciones está desde el inicio condenada por una estratificación del agua:
- el agua dulce, traída por las escorrentías a la superficie, tapona las aguas pobres en oxígeno de abajo evitando que ambas se mezclen.
- Si perdura la abundancia de nutrientes, se desarrolla la zona muerta.
- Aunque ya demasiado tarde, es entonces cuando el impacto se resiente en las pesquerías.
Los 245.000 kilómetros cuadrados que cubren en total estas zonas -más o menos la mitad de España- pueden parecer poca cosa si se compara con la extensión total de los océanos. Pero implican grandes pérdidas, también para el hombre.
"Ocurren en las áreas más productivas para el pescado, el cangrejo o el mejillón. Ya se han reducido las capturas de varias especies en el Mar Negro, el Báltico, casi todas las bahías de Japón o en Kattegat", explica a EL MUNDO Robert Díaz.
En España, de momento, apenas se ha registrado el problema. Se ha dado "en algunas rías gallegas, como en la de Pontevedra, que es recurrente por la cercana industria de la celulosa, o en la de La Coruña", dice a EL MUNDO el oceanógrafo español Carlos Duarte.
El problema, dice Duarte, es su ritmo de crecimiento: un 5% anual, y se espera un empeoramiento con el calentamiento del mar. "Al calentarse el agua, aumenta el consumo de oxígeno de los organismos marinos, baja la solubilidad del oxígeno en el mar y baja el intercambio con la atmósfera", puntualiza.
El caso más catastrófico continúa siendo el Mar Báltico, donde la hipoxia permanente ha dado lugar a la anoxia (ausencia total de oxígeno) en vastas extensiones.
El estudio de Díaz alerta de que dicho mar ha perdido ya un 30% de la energía de su cadena alimentaria, que se traduce en un menor rendimiento en las pesquerías. "Si se eliminasen las zonas muertas, el Báltico sería entre un 33% y 50% más productivo", escriben los autores. "Hay que seguir trabajando para minimizar la llegada de nutrientes al mar".
La consecuencia más inmediata es una elevada mortandad de las especies bentónicas (del fondo marino). Pero éstas no siempre mueren por asfixia. A veces, si tienen la suerte de poder desplazarse, pero no la suficiente como para desplazarse muy lejos, optan por romper todas las reglas y abandonan, desesperadas, sus aguas frías y profundas para poder respirar en las aguas más cálidas de la superficie.
Sin embargo, fuera de su medio habitual, son pocas sus posibilidades de supervivencia. A su vez, las especies pelágicas (que viven mar adentro) ven reducido su hábitat cuando la hipoxia vuelve inaccesibles las aguas del fondo en verano, y se ven obligadas a compartir la zona de cría, con un impacto negativo en su población.
No obstante, quizás el efecto más dramático es el que ocurre sobre la cadena alimentaria: para muchas especies ya no hay comida, aun cuando se recuperan los niveles normales de oxígeno.
El fondo ya no es más que un mar yermo. Y la cadena de alteraciones está desde el inicio condenada por una estratificación del agua:
- el agua dulce, traída por las escorrentías a la superficie, tapona las aguas pobres en oxígeno de abajo evitando que ambas se mezclen.
- Si perdura la abundancia de nutrientes, se desarrolla la zona muerta.
- Aunque ya demasiado tarde, es entonces cuando el impacto se resiente en las pesquerías.
Los 245.000 kilómetros cuadrados que cubren en total estas zonas -más o menos la mitad de España- pueden parecer poca cosa si se compara con la extensión total de los océanos. Pero implican grandes pérdidas, también para el hombre.
"Ocurren en las áreas más productivas para el pescado, el cangrejo o el mejillón. Ya se han reducido las capturas de varias especies en el Mar Negro, el Báltico, casi todas las bahías de Japón o en Kattegat", explica a EL MUNDO Robert Díaz.
En España, de momento, apenas se ha registrado el problema. Se ha dado "en algunas rías gallegas, como en la de Pontevedra, que es recurrente por la cercana industria de la celulosa, o en la de La Coruña", dice a EL MUNDO el oceanógrafo español Carlos Duarte.
El problema, dice Duarte, es su ritmo de crecimiento: un 5% anual, y se espera un empeoramiento con el calentamiento del mar. "Al calentarse el agua, aumenta el consumo de oxígeno de los organismos marinos, baja la solubilidad del oxígeno en el mar y baja el intercambio con la atmósfera", puntualiza.
El caso más catastrófico continúa siendo el Mar Báltico, donde la hipoxia permanente ha dado lugar a la anoxia (ausencia total de oxígeno) en vastas extensiones.
El estudio de Díaz alerta de que dicho mar ha perdido ya un 30% de la energía de su cadena alimentaria, que se traduce en un menor rendimiento en las pesquerías. "Si se eliminasen las zonas muertas, el Báltico sería entre un 33% y 50% más productivo", escriben los autores. "Hay que seguir trabajando para minimizar la llegada de nutrientes al mar".
TANA OSHIMA - "El Mundo" - Madrid - 16-Ago-2008
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