martes, 19 de agosto de 2008

Es el siglo XXI, estúpido

EL flujo ininterrumpido de la información obliga a
- una búsqueda constante de moldes y segmentaciones,
- de hitos que indiquen la emergencia de una fase nueva o de otra era,
- como fue la post-guerra fría,
- el «big bang» de la globalización o
- el siglo de China.
Precisamente son la China olímpica y la Rusia de Putin que ahora trastornan aquel relativo orden de la post-guerra fría que con el 11-S ya cambió mucho.
Estábamos en la consideración de un mundo post-americano y del paso de lo unipolar a la multipolaridad cuando la intrusión rusa en Georgia o el presupuesto de defensa chino parecen retrotraernos al molde histórico de la política de grandes potencias que fue el sistema de desequilibrios que nada menos que desembocó en la monumental y mortífera chapuza de la Primera Guerra Mundial.
La aparición de actores rejuvenecidos en tan viejos escenarios es fascinante y a la vez fatigosa. Al empantanarse las negociaciones de la Organización Mundial del Comercio y al darse una primera disrupción en el Cáucaso, lo que se afirman son

- el nacionalismo económico y
- el nacionalismo de fronteras,
a dos pasos de la Unión Europea
- que daba por instauradas formas de soberanía post-moderna y
- suponía metabolizados los conflictos por negociación y efectos de «softpower».

- La OTAN se ha quedado sin aliento, embarrada en los confines afganos y
- la ONU parece regresar a los tiempos en que el veto soviético lo condicionaba todo
.
Mañana se reúnen en Bruselas los ministros de exteriores de la Alianza Atlántica pero poco podrán hacer o decir que sea relevante. Desafortunadamente, esos forcejeos llegan a enquistarse hasta convertirse en elementos del decorado.
No es casual que la izquierda europea que calló cuando la Unión Soviética de Breznev se aposentaba belicosamente en África ahora sea explícitamente tan sensible a la descarada implicación de Putin en la vecina Georgia.
Tocqueville decía que una idea falsa, pero clara y precisa, tendrá siempre más potencia en el mundo que una idea verdadera, pero compleja.

Ahora mismo, donde resurgen los males del nacionalismo, habrá quien quiera ver acrecentados males de la globalización.
Según el tan prestigioso Pew Center, el 86 % de los chinos se sienten satisfechos con el modo en que su país es gobernado, mientras que hace seis años el porcentaje de contentos era del 48 %. Algo tiene ese híbrido indefinido que se adapta a la economía de mercado conservando formas autoritarias.
Los chinos son hoy la sociedad más optimista del planeta. Van accediendo a la capacidad adquisitiva de clase media, dejan el campo por la ciudad, entran restrictivamente en Internet y a la fluidez mediática y están en pleno júbilo olímpico. En la ceremonia inaugural fueron invocadas las furias y poderes de la vieja tribu, con cierto fragor de ejército a paso de carga y pirotecnia virtual.
Según el semanario «Time», en una fiesta selecta en la Ciudad Prohibida, la nueva clase dirigente china agasajó a quienes -de Kissinger a Bush padre- han sido largo tiempo fieles al «lobby» prochino, desde los tiempos en que Den Xiao Ping prácticamente llevaba encima los escupitajos de la Joven Guardia Roja de Mao.

Esos «happy few» vienen confiando en que, incluso con Tíbet por en medio y con el dato a favor de Taiwán con un gobierno flexible, la China policial evolucionará hacia formas de Estado de Derecho, sin derivar hacia una geoestrategia de expansión frontal.
Así lo cuentan los empresarios europeos que están instalándose en algún rascacielos de Shangai
. China no afecta directamente a la OTAN o solo en la singular medida en que afecta al mundo entero con su búsqueda de energía y materias primas.
De hecho, la deuda pública estadounidenses está en manos del ahorro chino. China va a reafirmarse en la región asiática
- tanto si eso encaja o no con la estrategia de Washington o
- con las prospecciones tecnocráticas de la Unión Europea.
Es el momento de una nueva diplomacia, tanto en Rusia como en China. Es condición «sine qua non» que sea una diplomacia de naturaleza global porque, aunque estemos ahora hablando de escenarios de política de grandes potencias en el siglo XIX, lo que en verdad contemplamos son los conflictos y los portentos del siglo XXI en plena tensión.

VALENTÍ PUIG - "ABC" - Madrid - 19-Ago-2008

Estupidez emocional
COMPRENDO que la inteligencia emocional no esté al alcance de cualquier ciudadano. Por mucho que nos hayamos estudiado el best seller que Daniel Goleman publicara en 1995, incluso sus secuelas posteriores, uno no se hace emocionalmente inteligente de la noche a la mañana, ni siquiera en un par de años, sin profesores, sin asesores y sin cursos de especialización. Y acaba truncando su carrera profesional por un comentario desagradable e inoportuno allí donde un experto en la materia lo hubiera evitado.
Pero lo que me parece inexplicable es que tantas y tantas empresas sean igualmente incapaces de adquirir inteligencia emocional, con su multitud de asesores, especialistas y expertos. Que pasen olímpicamente de esa parte de la psicología. Y que practiquen la estupidez emocional como un ciudadano común y corriente.
Me asombra especialmente esa suprema forma de estupidez emocional consistente en poner una voz grabada al otro lado de la línea de atención al cliente.
El ordenador te pide una larga lista de datos, con la cuenta telefónica en ascenso imparable, y cuando, bien irritado, consigues acceder a un humano, el humano, imperturbable, te pregunta exactamente lo mismo que ya te preguntó el ordenador.
Entonces odias profundamente a la empresa, y si hay un competidor algo más inteligente emocionalmente, te pasas a él, mientras la estúpida empresa sigue gastando millones en publicidad para, dice, vender su imagen.
Las empresas reproducen todas las carencias del individuo
. Quizá porque el asesor, el especialista y el experto son individuos y, en ocasiones, carecen completamente de inteligencia emocional, y hasta de inteligencia a secas.

EDURNE URIARTE - "ABC" - Madrid - 19-Ago-2008

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