Las mujeres de cualquier parte del mundo se dividen en dos categorías que ya no son, como hasta hace poco, la de la buena y la mala o, dicho en lenguaje más vulgar y comprensible,
- la santa esposa que se queda en casa y
- la puta a la que los hombres buscan en la calle.
Pero tampoco hay por qué celebrar las dos clases en que se las cataloga en la actualidad, que son
- la fea a la que se esconde a pesar de lo bien que canta y
- la guapa que triunfa moviendo los labios al compás del playback.
Como esas dos niñas chinas: Yang Peiyi, la feucha de cara regordeta y dientes mal alineados, y Lin Miakoke, una monería convertida en instantánea celebridad después de que, con mucho desparpajo, sonrisa encantadora y un bonito traje rojo, nos hiciera creer que estaba interpretando la «Oda a la Nación» con la que las autoridades de su país pusieron la nota musical en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos.
Tras un pequeño revuelo que ha seguido al descubrimiento del cambiazo, el mundo ha perdonado el desliz cometido, según los organizadores, porque querían transmitir «una imagen correcta». Comprendido y aceptado. Por ese mismo criterio los telediarios están presentados generalmente por
- un hombre físicamente del montón y
- una mujer atractiva que relata las noticias menos importantes y
los partidos políticos seleccionan a muchas de sus cabezas de cartel fijándose más en sus piernas que en sus cabezas.
Nadie se percató de la belleza o fealdad de los miles de chinos que participaron en la vistosa ceremonia de inauguración hasta que llegó la hora de que cantara Yang Peiyi. La niña que ha aprendido que la mejor manera para triunfar siendo mujer sigue siendo la de toda la vida.
CURRI VALENZUELA - "ABC" - Madrid - 17-Ago-2008
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