Creo que puede confirmarse que la mano invisible, si alguna vez existió, se ha convertido en una zarpa del diablo. Esa zarpa hace que nuestra solidaridad emocional o instintiva sea neutralizada por una inteligencia inmoral que orienta nuestras capacidades hacia una egolatría suicida para una especie como la nuestra que sólo es capaz de vivir en sociedad.
Efectivamente estamos en crisis, especialmente de acuerdo con su etimología griega, estamos en período de estudio y decisión. Una crisis como la que afrontamos se mide por guarismos econométricos y ellos representan situaciones de personas que han de ser consideradas tanto individual como colectivamente.
La crisis es estructural, sin duda, y se ubica en el seno de la globalización económica. Por ello resulta anacrónico exhibir recetas de antaño como
- congelación salarial,
- flexibilización del mercado laboral,
- contención del gasto público y
- rebajas impositivas.
Medidas nacionales no neutralizan problemas globales.
Veamos someramente algunos problemas estructurales que debemos resolver.
- La falta de gobierno en la economía: Es patético el resultado de la reciente cumbre del G-8. Al margen de ese cómico acuerdo de reducir las emisiones de efecto invernadero a la mitad para el 2050 (ya no quedará casi qué quemar), lo verdaderamente conmovedor es que no saben cómo gobernar la economía globalizada. Creo que a efectos analíticos es acientífico e inútil ver la simple defensa de algunos intereses sectoriales o nacionales en los acuerdos de estas últimas reuniones del G-8. El asunto es más preocupante que eso, tácitamente están transmitiendo que no existe instrumental puesta a punto para gobernar la economía.
Porque, recordemos, que la economía libre de mercado sólo ha funcionado en Estados fuertes que orientaban sus resultados hacia la satisfacción de los intereses generales.
La globalización económica está ayuna de autoridades y mecanismos que la orienten hacia la satisfacción de las necesidades de todos los habitantes del planeta. No gobierna el FMI, ni el BM, ni la OMC, ni la ONU ni el G-8. No gobierna nadie.
Gobernar significa tomar decisiones justas y ejecutarlas. Hoy ello no es posible y la economía acéfala está produciendo graves sufrimientos a miles de millones de seres humanos. Hay que institucionalizar el gobierno de la economía global, es urgente.
Y aquí también habrá que pensar global y actuar local. No vale proteger una economía nacional sin considerar que lo que pasa fuera puede neutralizar todas las medidas que interiormente se tomen. Hay otra opción, la vuelta a las economías nacionales. La descarto por imposible en estos momentos.
- Los desajustes en la economía financiera: Hace miles de años que la economía tuvo un cambio revolucionario: el trueque se sustituye por el pago con dinero.
El dinero representaba la riqueza. Poco a poco el dinero tuvo sus representaciones de segundo grado, y de tercero..., hasta llegar a una situación como la actual en la que los saltos de la representación no se corresponden con la riqueza real del mundo.
Todos sabemos que los guarismos aritméticos archivados en los ordenadores de las entidades financieras no representan la riqueza real. También parecemos presas de algo que no podemos controlar o reformular. Pero también sabemos que jugamos con números que sólo representan parcialmente la realidad; estamos ante una ruleta rusa con más de una bala en la recámara. De nuevo un problema estructural que genera sufrimiento a miles de millones de personas.
- La crisis alimentaria: Nuestra especie está acostumbrada a las hambrunas. La historia está jalonada por eventos de esta naturaleza. Pero en la actualidad, cuando podemos saber que las reservas de alimentos son suficientes para satisfacer a toda la población del planeta, y al mismo tiempo mueren de hambre más personas que nunca es porque estamos mal organizados.
La economía globalizada sin gobierno sólo permite una vida apetecible a una minoría de la población.
Los principios éticos deben quedar supraordenados a los instrumentos. Y en la medida en que ya no sirvan en política internacional deben ser sustituidos éstos últimos. Quiero decir, por ejemplo, que el derecho a la vida no es una opción civilizatoria o instrumental, mientras que los Estados soberanos sí y deben adaptarse a la globalización de modo que todos los ciudadanos de cada circunscripción administrativa del planeta tengan satisfechas sus necesidades básicas.
En esta materia de la alimentación existen debates persistentes basados en realidades parciales. Así, se propone la supresión de la agricultura subvencionada en los países ricos. Y de esto se derivaría un crecimiento de la exportación de alimentos de los países pobres a los ricos que les sacaría de su indigencia.
Mucha fe hay que tener para creer que los pequeños campesinos de los países pobres puedan abandonar su miseria alimentando a opulentos. Antes al contrario, con toda seguridad se desplazarían a esos países nuestras multinacionales de la alimentación y los beneficios se guardarían (ya lo están haciendo) en nuestros propios bancos.
- La crisis energética: Es un fenómeno relativamente reciente que la energía tengamos que importarla de lejos. La energía tampoco es una opción: es tan necesaria para toda actividad humana como el aire que respiramos.
Efectivamente, dependemos del petróleo, un recurso que no heredarán nuestros nietos, pero sí sus consecuencias negativas, el cambio climático. Esta herencia de efectos todavía difíciles de imaginar va a convertirnos en las generaciones ominosas, aquellas que con mayor razón y odio la historia va a recordar.
Las salidas más sensatas nos están presentando cómo en pocos años podemos satisfacer nuestras necesidades energéticas con renovables producidas en cada uno de nuestros países. De este modo evitamos la aceleración del cambio climático y no dependemos de puntos lejanos para nuestro abastecimiento. Muchos científicos dicen que esto es posible. Otros que es una ilusión.
¿Es realmente aceptable proponer medidas que provoquen sufrimientos inconmensurables a las futuras generaciones? Bendita ilusión.
- Los modos de consumo: Los ciudadanos de los países ricos necesitamos manifestar externamente nuestro éxito personal o profesional con la exhibición de cosas grandes y vistosas. Además, procuramos por todos los medios transmitir que esto debe ser así a otras culturas que valoran más otras cosas. Nos encontramos ante un problema estrictamente cultural y sólo una mutación cultural nos librará de vincular consumo a bienestar o felicidad.
Para ser felices no necesitamos consumir muchas cosas, todo el mundo lo sabe, pero nos hemos metido en esta ciénaga de la que no sabemos salir, también porque el no consumo hace temblar a la economía. Espiral diabólica, sí.
Una vez que somos conscientes de que no podemos seguir así pidamos auxilio a lo que se suele llamar el mundo de la cultura. Pidámosles que transmitan en sus obras que la felicidad es compatible con una cierta austeridad.
Declaremos la exhibición impúdica de lujos y la apología del consumo como delitos de lesa humanidad. No permitamos que un solo céntimo de dinero público vaya en apoyo de estos delitos;
- conducta ejemplar de las autoridades;
- no reconocimiento público de futbolistas, actores, cantantes y
- otros iconos del éxito que hagan apología del consumo.
Quizás no seamos capaces de organizar una sociedad sin personas que ambicionen riqueza. Pero exijamos que la disimulen con elegancia como los ricos y cultos ya lo hacen.
-Las oligarquías de los países pobres: Simplificamos mucho cuando hablamos de países ricos y países pobres. En realidad, existen personas ricas y personas pobres. Lo cierto es que hasta en el país más pobre de La Tierra existen oligarquías enriquecidas acostumbradas a pasear entre muertos de hambre sin sentir la más mínima compasión.
Son entrenados desde pequeños. No me parece aceptable que los interlocutores de nuestras relaciones políticas, económicas y de cooperación sean gente de semejante catadura moral. La soberanía de los Estados tiene consecuencias inhumanas en casos en los que, por supuesto, la otra parte contratante son los representantes electos además de dueños de los negocios más productivos.
Está comprobado que los flujos económicos no son del norte al sur, sino del sur al norte y nuestro sistema de cooperación internacional por mucho que se fortalezca económicamente no lo evitará. Los dineros que mandamos y gran parte de los que allí se generan regresan, en gran medida, a bancos del norte en forma de depósitos de personas, empresas o gobiernos.
Nuestros bancos reservan la mayor parte de los depósitos para inversiones sin riesgo, como fondos del tesoro de los países más estables. El dinero de los pobres ayudando a mejorar los servicios públicos de los países ricos.
Aunque no tengamos una receta para moralizar a estas oligarquías no podemos permanecer de brazos cruzados ante decisiones de quienes son coautores de la mayor parte del sufrimiento humano.
El sistema actual está apoyado en dos inmoralidades dantescas.
- La de más de medio mundo que vive con la angustia de la falta de alimentación, falta de agua potable, falta de expectativas vitales y en medio de la violencia. Y
- La segunda, la política de tierra quemada que estamos practicando con los recursos naturales en relación con las futuras generaciones.
Todos deseamos una rápida recuperación económica. Pero tan importante como la rapidez es que se haga con criterios morales que solucionen los problemas estructurales que tenemos.
Cerrarla en falso, posponer el tratamiento eficaz de estos problemas, sólo prorrogará el sufrimiento humano a más personas y durante más tiempo.
DEMETRIO LOPERENA ROTA - "DEIA" - Bilbao - 6-Ago-2008
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