MOSCÚ. Los conflictos bélicos habidos a comienzos de los años 90 en Osetia del Sur, Abjasia, Nagorno Karabaj, Transdniester y Tayikistán, preludio de lo que después pasaría en Chechenia, posibilitaron, como suele ser común en tales situaciones, la aparición de
- toda una maraña de mercenarios, traficantes, secuestradores y
- otros muchos individuos que hacen de la guerra su negocio y modo de vida.
Esas «redes de la muerte» actúan como hilo conductor para propagar los conflictos, incluido el terrorismo, a otras zonas del planeta.
Shamil Basáyev, el terrorista checheno más buscado por Rusia hasta su muerte en julio de 2006, fue reclutado por el antiguo KGB para luchar en Abjasia contra las tropas georgianas. Basáyev dirigió varios destacamentos de la milicia separatista abjasa y después continuó haciendo lo mismo, pero en su propia tierra y contra los «invasores» rusos.
A juzgar por lo que se ha visto en el Cáucaso en los últimos 18 años, las leyes que imperan durante las contiendas dejan un amplio margen para que militares sin escrúpulos se enriquezcan a costa del sufrimiento ajeno.
La guerra y sus secuelas (refugiados, familias rotas, destrucción, rencor y economías destrozadas) son el caldo de cultivo para que surjan nuevos enfrentamientos.
Rusia aplastó a sangre y fuego la rebelión en Chechenia y presenta ahora la relativa y frágil estabilidad que vive la república como un éxito. Sin embargo, no pasa un sólo día en la región, sobre todo en las vecinas Daguestán o Ingushetia, sin que se produzca algún ataque, refriega o atentado. El goteo de muertos no cesa y una nueva guerra en la zona no hará más que agravar la situación.
El presidente georgiano, Mijaíl Saakashvili, habló ayer de «limpieza étnica» al referirse a lo que están haciendo las tropas rusas con la población civil georgiana en Osetia del Sur. La expulsión de la mayoría de los georgianos de ese enclave montañoso ya se produjo entre 1990 y 1992.
Se les echó también de Abjasia. Lo mismo que hicieron los armenios con los azerbaiyanos que vivían en Nagorno Karabaj.
El Cáucaso ya fue escenario en la época de Stalin de muchas otras limpiezas étnicas. Chechenos e ingushes fueron deportados a Siberia y Asia Central, acusados de colaboracionismo con los nazis. Cuando quisieron regresar a sus casas, los ingushes se encontraron con que habían sido ocupadas por osetios. La situación se agravó cuando llegaron más refugiados procedentes de Osetia del Sur en 1991 y ahora puede volverse a repetir.
Putin en Osetia del Norte
El primer ministro ruso, Vladímir Putin, tras su estancia en Pekín para asistir a la apertura de los Juegos Olímpicos, voló ayer a Osetia del Norte. Tenía previsto recalar en la localidad siberiana de Krasnoyarsk, pero ha preferido encargarse personalmente de supervisar cómo se está dando acomodo a los que huyen del actual conflicto en Georgia.
El presidente ruso, Dmitri Medvédev, dijo ayer que las tropas rusas actúan contra las georgianas para «imponer la paz». Buena forma de implantar la paz a bombazos. Por lo pronto, las hostilidades ya han animado a los abjasos a echar a los georgianos del desfiladero del Kodori. La disputa podría conducir a que se reactiven los combates en Nagorno Karabaj.
Ante la presión rusa, los dirigentes georgianos podrían incluso verse tentados de ayudar a la guerrilla separatista chechena. Georgia tiene frontera con la parte más escarpada y recóndita de Chechenia. Grupos islamistas chechenos, ingushes y daguestaníes esperan con ansia que algo así suceda. Una enorme explosión en todo el Cáucaso estaría garantizada.
Ante un escenario de tales características, los que más saldrían ganando serían, curiosamente, los mercaderes de armas rusas y muchos generales del gran país eslavo.
Las investigaciones sobre la operación «Troika» ha puesto de manifiesto que hay conexiones entre la mafia rusa, altos cargos del Estado y generales corruptos. Todos ellos desprecian al actual jefe del Kremlin y no hay mejor método de impedirle que inicie una cruzada contra la corrupción que embarcándole en una guerra, Primero con Georgia y después ya se verá.
No hay que olvidar que los momentos de involución en Rusia hacia posiciones más autoritarias han coincidido con el reforzamiento del papel de las Fuerzas Armada.
R. M. MAÑUECO - "ABC" - Madrid - 10-Ago-2008
La Guerra en el Cáucaso
Una guerra abierta y mortífera entre un país que ya estaba en la órbita de la OTAN y un gigante militar como Rusia, cuyas relaciones con Occidente no están en su mejor momento: este es el catastrófico escenario que de repente se ha abierto en un remoto valle montañoso del Cáucaso.
Uno de los minúsculos puntos de fricción heredados de la desaparición de la Unión Soviética se ha convertido, en cuestión de horas, en una auténtica guerra.
La tensión entre Rusia y Georgia no es nueva, pero es lamentable que las dos partes hayan demostrado tal determinación a llegar hasta la inapelable opción de la fuerza.
A decir verdad,
- Georgia no ha llegado nunca a controlar realmente esa parte de su territorio,
- ni Rusia -a pesar del envío de tropas supuestamente de interposición- ha hecho otra cosa que procurar que el conflicto se prolongara en su propio beneficio.
Después de quince años en el limbo, era de esperar que, al no darse pasos serios hacia una solución, todo saltase en pedazos. No por olvidar ciertos problemas se consigue que estos desaparezcan.
La pérdida de vidas humanas, por miles, está siendo el precio a pagar por haber renunciado a buscar una solución.
Pedir el alto el fuego es lo menos que se debe hacer en estas circunstancias -a pesar de que previsiblemente Rusia vete cualquier resolución de la ONU al respecto-, pero también es necesario aprovechar este primer y sangriento chispazo para imponer una solución que no desestabilice a todo el Cáucaso.
Editorial - "ABC" - Madrid - 10-Ago-2008
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